Siempre que acudía a un nuevo lugar a recibir a los peregrinos, me gustaba antes documentarme sobre el sito en el que iba a estar.
Generalmente la historia y las leyendas eran lo que más me apasionaban y una vez que tenía algunos datos sobre cualquiera de estas cosas trataba de profundizar todo lo que era posible en la información que se disponía.
Lo hacía para que los peregrinos dispusieran de toda la información que me requerían, pero sobre todo para satisfacer mi curiosidad y para ir ampliando la información que me gusta almacenar sobre el camino y todo cuanto le rodea.
En ese lugar de la meseta, hace varios siglos, paso un peregrino ilustre que llego presenciar como en la soledad de aquellas tierras, un peregrino se vio atacado por una manada de lobos que además de ocasionarle la muerte, descuartizaron su cuerpo y le devoraron.
Ahora ya no se pueden encontrar esos peligros, la masa boscosa que un día debió poblar estas tierras haciendo que estas alimañas pudieran ocultarse, ya han ido desapareciendo, haciendo que la tierra quede yerma de vegetación, los campos de cultivo de cereal han ido adueñándose del espacio que se necesita para la siembra haciendo que en muchos lugares nuestra vista no consiga ver en el horizonte ningún árbol que cambie la monótona fisonomía de esta tierra de Campos.
Generalmente, en los pueblos pequeños de Castilla, no solo todos se conocen, sino que también cuando consigues cierto grado de confianza con alguna persona llegas a enterarte de los secretos mejor guardados de la población siempre contados de una forma bastante intencionada dependiendo la fuente de la que parta la información.
Una tarde, en uno de los bancos del pueblo donde suelen sentarse a conversar las personas mayores recordando esas anécdotas de su juventud que son casi las que les mantienen vivos, me encontré a Fidencio, era un señor muy mayor, de esas contadas personas a las que cuando dices que es un anciano aciertas siempre en la definición para que otros puedan imaginarse los años que tienen.
Esa tarde extrañamente no había más gente con él, se encontraba solo y en lugar de sentarse donde lo hacía habitualmente, se sentó en el banco en el que me encontraba.
Al día siguiente, dos o tres horas después de haber terminado la limpieza del albergue vi en la puerta a Fidencio, estaba dudando si entrar o no, por lo que fui y le abrí la puerta invitándole a que entrara al interior.
Como le había prometido, partí un poco de queso de una cuña que guardaba en la nevera y saqué una botella de vino y dos vasos que puse encima de la mesa y me senté a su lado.
- ¿Qué?, no te ha venido todavía ningún peregrino diciéndote que ha visto a la peregrina de la pamela negra.
- No – le respondí sorprendido.
- Pues seguro que alguno te viene, es por estas fechas cuando más se suele aparecer – me dijo.
Comenzó diciéndome que era una historia que había escuchado de labios de sus mayores por lo que debía ser muy antigua, anterior a cuando el nació, ya que cuando la escuchaba de muy niño le decían que se trataba de una vieja historia.
Preguntaron en el pueblo, pero nadie había visto a la peregrina vestida de negro, tampoco en el siguiente había pasado por allí nadie con esa descripción. Aquello extraño a las autoridades locales que hicieron una batida por los alrededores, pero no encontraron ni rastro de la peregrina por lo que se imaginaron que igual la esperaba un carruaje o alguna montura y se había marchado en ellos.
Lo que el peregrino afirmaba haber visto, revivió el recuerdo de lo que se vivió en el pueblo y en los alrededores y la imaginación popular comenzó a buscar una y mil explicaciones a este suceso.
Unos días después otros peregrinos que caminaban en grupo afirmaron haber visto lo mismo, pero nadie consiguió verla ni tampoco en el pueblo habían visto a este extraño personaje.
- ¿Usted la ha llegado a ver? – le pregunté.
- No – me dijo – y tampoco conozco a nadie del pueblo que la haya visto, pero hay peregrinos que dicen que si la han visto.
- ¿Y usted que cree de esta historia? Le pregunté.
- Yo solo creo en lo que veo, pero hay cosas que están ahí y aunque no las veamos sabemos que están – dijo Fidencio.
Pensé que era una más de esas leyendas que circulan por el camino y esta no la había escuchado nunca por lo que la anoté en una libreta ya que me parecía una historia cuanto menos curiosa y durante unos días estuve pensando en ella, aunque no le di más vueltas ni volví a preguntarle a Fidencio por esta historia, esperaba los días que estuviera con el que me contara alguna nueva ya que al fin y al cabo estas leyendas forman parte de las historias de los pueblos y son las que de alguna forma dan carácter a los mismos ya que la gente cree ciegamente en ellas.
Cuando llevaba unos diez días en el albergue un día llegó un peregrino de mediana edad, venia caminando desde Roncesvalles y estuvimos hablando de algunos lugares en los que yo había estado anteriormente y le pregunté por los hospitaleros que había en aquellos lugares en los que anteriormente había estado ya que guardo muy buenos recuerdos de ellos y de los sitios en los que están dando acogida a los peregrinos.
Me dijo que delante de él, a unos dos kilómetros del pueblo venia caminando una peregrina, era una mujer alta y era inconfundible ya que vestía un vestido negro y llevaba también una pamela negra destacando la bolsa que llevaba a uno de los costados que era blanca, esperaba haberla encontrado en el albergue, pero no la había visto, seguramente habría pasado de largo yendo hasta el siguiente pueblo.
- Si – dijo con la mayor naturalidad del mundo y sin apenas inmutarse – esta es la época en la que se la puede ver.
- Y a qué hora suele aparecerse y donde – le pregunté.
- Unas veces a la entrada del pueblo, como dos kilómetros antes y otros a la salida, pero unos dicen haberla visto a unas horas y otros a otras, nadie ha coincidido en eso.
Los tres días que estuve haciéndolo no conseguí ver a esa extraña peregrina, me fui reafirmando en que era solo una leyenda y aunque me costaba creerlo, el peregrino que me había venido contándola, seguro que también la había escuchado o la había leído en algún sitio y lo único que deseaba era tomarme el pelo.
- Buenas tardes - me dijo - ¿hay sitio para una peregrina que está muy cansada?
- ¡Aquí siempre hay sitio para los peregrinos y si no lo hay se busca! – le dije mientras seguía observando lo que traía en su mano y ella se dio cuenta de ello.
- Esto – dijo dejándolo sobre la mesa – me lo he encontrado en el camino, seguro que se le ha caído a alguna peregrina que se alegrara al recuperarlo.
- ¿Es como esta la pamela que me contaba en sus historias? – le pregunte.
- Es la misma – dijo el – ¿la has visto?
- No – le respondí – la ha traído una peregrina que hoy ha llegado al albergue, me ha dicho que se la encontró a la entrada del pueblo.
- Entonces – dijo Fidencio besándose la barbilla – es que anda por aquí ¿no crees?
- Yo no creo nada – le dije – más bien estoy asustado, estas cosas me asustan y no sé qué hacer con esto – dije guardando la pamela de nuevo en la bolsa.
- No tienes por qué asustarte - me dijo el – estos no deben darte miedo, los que tienes que temer siempre es a aquellos que, aunque crees que conoces, no los conoces bien y te van a traicionar en cualquier momento, cuando menos lo esperes.
- ¡Pero! – trate de decirle.
- Mira, nunca ha hecho daño a nadie y si hubiera querido lo habría hecho muchas veces, piensa en ella como una peregrina buena que está tratando de recuperar lo que ha dejado por aquí para poder descansar para siempre cuando lo encuentre.
- Es que estas cosas imponen de una forma que da miedo – le dije.
- Te has fijado en la noche – pregunto él.
- Sí – le respondí – es como todas las que hemos estado viendo estos días.
- Ves como no te has fijado – me dijo él – Hoy el sol se estaba ocultando como siempre, pero de repente han aparecido unas nubes para ofrecernos un espectáculo maravilloso y cuando el sol se ha ocultado, las nubes también se han ido.
- Es verdad – respondí – no me había dado casi cuenta.
- Esto ha sido un regalo que ella nos ha hecho, bueno te lo ha hecho a ti que sabe que te vas a marchar mañana o pasado mañana – me dijo.
- Mañana – respondí sin darme cuenta de lo que le decía.
- Pues eso, piensa que lo que hemos visto esta noche lo ha hecho para ti.
- Eso me da más miedo todavía – conteste.
- Pues no debes tenerlo, medita solo con el regalo que te ha hecho.
Me despedí de Fidencio ya que al día siguiente cuando se escondiera de nuevo el sol yo ya estaría lejos, vería esos anocheceres desde otro sitio, pero le asegure que cuando presenciara un anochecer, siempre le recordaría por los que habíamos visto juntos estos días atrás.
Esperé para ver la salida de todos y nadie llevaba la pamela negra, entonces me di cuenta de que esa noche había recibido una visita especial y por primera vez en lugar de miedo o de angustia, sentía una paz muy grande en mi interior.
\ Imagen de peregrino del siglo XVIII
GRABADO DE SEBASTIÁN LE CLERC