La etapa de hoy es breve y sin complicaciones, pero cargada de simbolismo. Desde Torremejía, el Camino avanza entre suaves lomas y tierras de labor hasta entrar en Mérida, antigua Emérita Augusta, una ciudad que conserva intacta la huella profunda de Roma. El perfil del terreno es amable, lo que permite caminar con sosiego, saboreando el paso lento, ese que deja espacio al pensamiento y a la contemplación.
El trayecto discurre por pistas agrícolas, sin apenas sombra ni fuentes, por lo que conviene madrugar y llevar agua suficiente. Aunque la distancia es corta, el sol puede acompañar con fuerza en los meses de verano.
El final de etapa es especial: llegamos a una ciudad que fue capital de la provincia romana de Lusitania y que hoy recibe al peregrino con puentes, templos y teatros milenarios. Caminar por Mérida es hacerlo entre piedras que hablan, memoria de una humanidad que también caminaba en busca de sentido.
"Al entrar en Mérida, no entras solo en una ciudad: entras en el tiempo."
Partimos desde la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, punto de cierre y de inicio, donde cada paso se despide del ayer y abraza lo nuevo. Tomamos la calle Ancha, que nos conduce hasta la Avenida de Extremadura (N-630), por la que continuamos caminando con precaución por el arcén. Tras pasar una gasolinera, a unos 400 metros, tomamos un carril de tierra a la derecha, que discurre en paralelo a la carretera.
Si el día ha traído lluvia o el terreno está húmedo, conviene continuar por el asfalto, ya que este tramo puede volverse fácilmente intransitable debido al barro.
Cruzamos junto a unos viveros, y poco después se nos presenta un arroyo, que en tiempo seco apenas un hilo de agua. Lo superamos sin dificultad, y en menos de 300 metros alcanzamos la carretera EX-105 (Km 3).
Proseguimos por un camino que discurre paralelo a la N-630. En menos de 400 metros llegamos a un tramo asfaltado de una antigua carretera, donde la presencia de las vías del tren comienza a acompañarnos por la derecha. Caminamos junto a ellas hasta cruzarlas tras unos 900 metros, paso que nos conecta con el siguiente tramo hacia la antigua capital de la Lusitania.
Tras unos 700 metros, regresamos al asfalto de la carretera N-630 (km 4,9). Caminamos por ella con precaución durante unos 2 kilómetros, hasta que unas flechas amarillas —esas compañeras fieles del peregrino— nos invitan a abandonar la carretera y tomar un camino a la derecha (Km 7).
Este desvío nos conduce hasta una pista ancha que pasa junto a una factoría de celulosa, que pronto dejamos atrás para adentrarnos en un camino de tierra. Conviene estar atentos: a partir de aquí, comienza un largo tramo entre campos de viñedos, hermoso en su amplitud, pero que en tiempo de lluvias puede transformarse en un auténtico barrizal, dificultando mucho la marcha. El terreno exige prudencia, especialmente si las condiciones meteorológicas han sido adversas.
El Camino, como la vida, no siempre es firme bajo los pies. Pero el paso consciente suaviza cualquier tropiezo.
El camino continúa paralelo a una granja, y tras unos 800 metros tomamos una amplia pista vecinal que nos conduce, sin sobresaltos, hasta las puertas mismas de Mérida.
Cruzamos la carretera y seguimos la indicación de las flechas amarillas, que nos invitan a pasar bajo un puente de la carretera N-360 (km 13,9). En este punto se nos abren dos posibilidades: la primera, seguir el recorrido oficial, claramente marcado, que continúa bajo el puente y discurre por la avenida de Alange hasta alcanzar el puente romano (Km 14,5). La segunda opción, más corta y a menudo más grata, es continuar por un hermoso paseo junto al río Guadiana, que nos lleva también hasta el puente milenario. Esta variante, además de ser más serena, ofrece una entrada más contemplativa a la ciudad, mecida por el murmullo del agua y la sombra de los árboles.
Finalmente, el puente romano de Mérida se abre ante nosotros, extendiéndose sobre el río Guadiana como un umbral solemne. Con sus 792 metros de longitud, fue el segundo más largo del Imperio Romano, solo superado por el que cruzaba el Danubio. Sus piedras, aún firmes tras dos milenios, nos guían hacia el corazón de Emérita Augusta, la ciudad que el emperador Octavio Augusto mandó fundar como hogar para los soldados eméritos de las legiones que combatieron en las guerras cántabras.
Entrar en Mérida es como entrar en la historia. Y hacerlo a pie, por su puente, es algo más: es sentir cómo el tiempo se disuelve bajo los pasos, y el pasado se convierte en presente.
El puente romano de Mérida, con sus 792 metros de longitud y 60 arcos, es mucho más que un paso sobre el río: es una obra viva del tiempo. Aunque construido en época romana, ha sido reparado y reconstruido en distintas ocasiones a lo largo de la historia. De hecho, la primera restauración documentada se remonta a época visigoda, gracias al testimonio del Codex Toletanus, donde se menciona al dux Salla colaborando en la restauración del puente y las murallas de la ciudad.
Durante siglos, el puente soportó crecidas del Guadiana y conflictos bélicos. Su última gran restauración fue en el siglo XIX, y estuvo en uso hasta 1993, año en que se restringió al tránsito peatonal, devolviéndole su carácter pausado y digno, propio de quien recibe peregrinos.
Tras cruzarlo, llegamos a la Plaza de Roma, donde la Loba Capitolina, donada por la ciudad de Roma, nos recuerda la hermandad histórica entre ambas ciudades. Desde allí comienza el Parque de las Siete Sillas, un pulmón verde que bordea el río Guadiana. Su curioso nombre remite a la época en que los restos del Teatro y el Anfiteatro Romanos permanecían enterrados bajo la tierra. Solo se veían algunas columnas que el pueblo atribuía a las sillas de siete reyes moros.
A la derecha queda la Alcazaba árabe, testigo de otros siglos y otras culturas. Continuamos por la calle del Puente y llegamos a la Plaza de España, donde nos espera el templo de Santa María la Mayor (Km 15,5 - FINAL DE ETAPA).
ciudad de piedra, memoria y eternidad
El Teatro Romano, con su graderío restaurado y su frente escénico majestuoso, acoge cada verano representaciones clásicas que reavivan el arte bajo las estrellas. Junto a él, el Anfiteatro revive la memoria de los antiguos juegos. No lejos, el Templo de Diana, el acueducto de Los Milagros, el Circo Romano, las termas y la Casa del Mitreo, completan un conjunto que ha sido reconocido como Patrimonio de la Humanidad.
En el corazón cristiano de la ciudad se alza la Concatedral de Santa María, construida sobre una antigua basílica visigoda. Y en sus calles, la vida contemporánea convive con la memoria antigua, ofreciendo al peregrino la posibilidad de un encuentro profundo con el tiempo.
ciudad de historia, fe y encuentro
Basílica de Santa Eulalia:
Mérida es, además, uno de los núcleos fundamentales en el nacimiento del cristianismo en la península ibérica. Aquí se encuentra la Basílica de Santa Eulalia, considerada el primer templo cristiano erigido en Hispania tras la Paz del emperador Constantino.
Esta basílica martirial fue construida en memoria de Eulalia de Mérida, joven mártir cuya vida y sacrificio trascendieron fronteras, convirtiendo este lugar en un punto de peregrinación durante los albores de la Edad Media. Las reliquias de Santa Eulalia viajaron y fueron veneradas en numerosos templos de Europa occidental, fortaleciendo el vínculo entre Mérida y los peregrinos.
El emplazamiento tiene una historia profunda: desde casas romanas en los siglos I y II, pasó a ser una necrópolis cristiana en el siglo IV, y finalmente se construyó la basílica en el siglo V. Tras la invasión musulmana, la comunidad cristiana emigró y la basílica quedó abandonada hasta que la Orden de Santiago la reconstruyó en el siglo XIII, dando forma al templo que hoy podemos visitar.
Las excavaciones arqueológicas realizadas en los años 90 confirmaron la importancia histórica y espiritual del lugar, revelando capas sucesivas que hablan de una transformación continua de espacio doméstico a sagrado.
Aquí, bajo el altar, se encuentra el túmulo que acogió los restos de Santa Eulalia, símbolo de la fe y la esperanza que han guiado a peregrinos por siglos.
Puente Romano
Con sus 792 metros y 60 arcos, el puente romano es uno de los monumentos más emblemáticos de Mérida y un símbolo de la pervivencia a través del tiempo. Construido en época romana, ha sufrido numerosas restauraciones, incluida una en época visigoda, y ha resistido crecidas y conflictos. Cruzarlo es entrar en un diálogo profundo con la historia y sentirse parte de un legado milenario.
Plaza de Roma y la Loba Capitolina
Al final del puente, la Plaza de Roma acoge la estatua de la Loba Capitolina, un regalo de la ciudad de Roma que simboliza la hermandad entre ambas ciudades. Este espacio es un punto de encuentro cultural y espiritual, donde el peregrino puede sentir la universalidad del Camino y su capacidad de unir tiempos y pueblos.
Parque de las Siete Sillas
Este parque bordeado por el río Guadiana recibe su nombre por las columnas del antiguo Teatro Romano que sobresalían entre los escombros, y que el pueblo identificó con “las siete sillas” de siete reyes moros. Es un lugar perfecto para la pausa contemplativa, para respirar la historia y el arte que todavía respiran entre sus árboles.
Alcazaba Árabe
Esta fortaleza recuerda la huella musulmana en Mérida, invitando a la reflexión sobre la convivencia de culturas y la riqueza que de ella brota. Es un testimonio silencioso del paso del tiempo y las transformaciones que ha vivido esta tierra.
Catedral de Santa María la Mayor
Situada en la Plaza de España, esta catedral fue construida sobre los restos de una basílica visigoda. Su arquitectura y su historia reflejan la continuidad espiritual de Mérida y el arraigo de la fe cristiana que acompaña a los peregrinos en su camino.
Basílica de Santa Eulalia
Uno de los puntos espirituales más importantes de Mérida, esta basílica fue el primer templo cristiano erigido en Hispania tras la Paz del emperador Constantino. Dedicada a Santa Eulalia, mártir y símbolo de la fe, la basílica fue centro de peregrinación desde la Edad Media. Las excavaciones recientes han puesto al descubierto su evolución, desde casas romanas hasta el templo actual reconstruido en el siglo XIII por la Orden de Santiago. Aquí, bajo su altar, reposan las reliquias de Santa Eulalia, un faro de esperanza para quienes recorren el Camino.
Teatro y Anfiteatro Romanos
Joyas de la arquitectura romana, estos espacios siguen vivos gracias a las representaciones teatrales que se celebran en ellos. Visitar el teatro es sumergirse en la cultura y la expresión artística que ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales.
Otros monumentos
El Templo de Diana, el Acueducto de los Milagros, el Circo Romano y las Termas complementan el rico mosaico patrimonial de Mérida, invitando al peregrino a contemplar la grandeza del pasado y reflexionar sobre el presente.
Cruzar puentes, abrir caminos interiores
Entrar en Mérida es como cruzar un umbral entre siglos y culturas. El peregrino que pisa el puente romano siente bajo sus pies el peso y la luz de milenios. Cada arco es un recordatorio de que el camino no es solo un recorrido físico, sino también un viaje interior hacia la memoria, la fe y la esperanza.
En esta ciudad donde convergen restos romanos, testimonios cristianos y huellas árabes, el peregrino puede encontrar un espejo de su propia travesía: un entrelazado de pasos, encuentros y silencios, que invita a mirar atrás sin quedarse atrapado y a mirar adelante con confianza.
Como Santa Eulalia, cuya vida se entregó con valentía y fe, el peregrino está llamado a caminar con corazón abierto, reconociendo en cada piedra, en cada rostro, en cada gesto, la presencia de lo sagrado.
Que esta etapa sea un tiempo para detenerse, para escuchar el murmullo del Guadiana y el eco de las antiguas voces, y para renovar el ánimo con la certeza de que, en el Camino, cada paso es un don.
1 comentario:
Que maravilla de etapa, cuanta riqueza Patrimonial, son de esas etapa, que hay que vivirla y disfrutarla pasito a pasito, saboreando toda su historia, gracias una vez mas por ofrecernosla con tan rigurosa documentacion y veracidad
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