Nos adentramos en una etapa llena de contrastes, donde la historia milenaria se mezcla con paisajes abiertos y caminos que invitan a la contemplación. El recorrido entre Casar de Cáceres y Cañaveral nos regala la oportunidad de caminar sobre trazados romanos, cruzar puentes centenarios y sentir el pulso ancestral de tierras que han sido paso obligado de peregrinos y viajeros desde tiempos remotos.
Esta jornada no solo exige cierta resistencia física —por sus desniveles y el calor en verano— sino también nos invita a la pausa consciente. El silencio de los senderos, el canto de las aves y el murmullo del río Tajo son compañeros que nos hablan de la paciencia, de la fuerza tranquila y del tiempo que nos regala el propio camino.
Más allá de los monumentos y los paisajes, el espíritu del peregrino se nutre aquí del encuentro con la historia viva, con pueblos que mantienen vivas sus tradiciones y su hospitalidad. Que esta etapa sea, pues, no solo un trayecto en kilómetros, sino un paso más en el camino interior que todos emprendemos.
Desde el albergue de peregrinos partimos todavía envueltos en la penumbra, cuando la luz de la noche apenas empieza a ceder. Caminar a estas horas es casi una necesidad en verano, evitando así el peso asfixiante del calor.
Nuestros primeros pasos, aún adormecidos, nos llevan por la calle Larga Baja hasta la ermita de Santiago, donde un saludo silencioso al Apóstol marca el verdadero inicio de la jornada. Pronto, la localidad queda atrás y la pista, suave y cómoda, nos conduce entre ondulaciones del terreno.
Tras poco más de dos kilómetros alcanzamos el Chozo de la Retoña, ejemplo de la arquitectura pastoril tradicional extremeña, antaño refugio de pastores y hoy pequeño oasis de descanso para el peregrino.
La pista continúa hacia un horizonte sin fin. Muretes de piedra delimitan el camino y separan las fincas donde el ganado vacuno, inmóvil y sereno, aguarda los primeros rayos del día. Aquí, el amanecer es un espectáculo que detiene cualquier prisa: la luna se despide con su último brillo mientras, desde el horizonte, el sol asoma tímido y sonrojado.
El Camino enseña que hay pasos que no se dan con los pies, sino con la mirada y el corazón. Hay momentos para avanzar y otros para quedarse quieto, contemplando. En este paraje, uno siente que no camina solo: la luz, el silencio y la calma se convierten en compañeros de viaje, recordándonos que la meta no está solo en Santiago, sino en cada amanecer que se nos regala.
Entre muros de piedra avanzamos hasta una finca ganadera (Km 4,5). Cuatro kilómetros más adelante, el Camino nos regala una pequeña sorpresa: tres antiguos miliarios, testigos mudos de la historia. A unos 300 metros, una cancela nos abre el paso hacia un coto de caza. El sendero, flanqueado por arbustos de retama, nos conduce hasta otra cancela y, tras superarla, alcanzamos un lugar singular: el depósito de miliarios, (Km 10,2 de la etapa).
Aquí descansan unas ocho columnas de granito, algunas en pie, otras tumbadas o medio ocultas bajo la tierra, como si quisieran seguir soñando en silencio. Una de ellas aún conserva la peana, y cuatro mantienen inscripciones legibles.
En tiempos del Imperio Romano, estas “columnas miliarias” marcaban cada milla —unos 1.480 metros— en las calzadas. En ellas se grababa el número de milla y el nombre del emperador que había mandado construir o restaurar el tramo.
Detenerse en este punto es como cruzar un umbral invisible: el mismo camino que ahora recorres fue transitado hace casi dos mil años. Quizá otros peregrinos, soldados, comerciantes o viajeros se detuvieron aquí, buscando sombra o descansando antes de continuar. Hoy, esas piedras nos recuerdan que somos parte de una historia mayor, y que el Camino no solo se recorre con los pies, sino también con la memoria y el corazón.
Apenas quinientos metros después, otro portón nos invita a cruzar, esta vez hacia la Finca Berrueto. Allí, las ovejas pastan con calma, ajenas a nuestro paso, mientras los perros, guardianes silenciosos, nos observan desde la sombra, ladrando más por costumbre que por amenaza. Junto a ellos, un tramo de calzada romana, bien delimitado, nos recuerda que seguimos caminando sobre siglos de historia.
Cerramos tras nosotros el portón y retomamos el sendero, que se vuelve más difuso y se abre paso entre espesos retamales. La senda nos conduce hasta otra finca ganadera (Km 13,4 de la etapa), donde el paisaje y el ritmo pausado de la vida rural parecen no haberse alterado en generaciones.
En este silencio apenas roto por sonidos naturales, el peregrino descubre que el verdadero viaje no solo sucede en el cuerpo, sino también en la mente y el espíritu. Cada paso se convierte en una invitación a dejar atrás el ruido cotidiano, a sintonizar con el tiempo lento que marca la tierra y la historia. Así, en el eco lejano de unos ladridos o el susurro del viento entre las retamas, el Camino susurra su mensaje más profundo: caminar es también escuchar.
A unos setecientos metros nos encontramos con las vías del ferrocarril de alta velocidad, el AVE, que cruzamos por un puente (Km 14,4 de la etapa). Poco después, abandonamos la pista y nos adentramos en un sinuoso sendero a la derecha.
Apenas unos metros más adelante hacemos la primera parada del día, junto a un mirador (Km 15), desde donde se despliegan ante nosotros las primeras vistas del Embalse de Alcántara, un oasis de agua y calma en medio de la tierra seca.
Desde aquí, un tramo serpenteante de dos kilómetros nos conduce con sus continuos toboganes hasta la carretera (Km 17), invitándonos a un caminar más atento, dejando que cada ascenso y descenso marque un ritmo propio.
Nos acercamos al Embalse José María de Oriol – Alcántara II, conocido simplemente como Embalse de Alcántara, una obra crucial que regula gran parte del caudal del río Tajo, justo antes de que este majestuoso río, el más largo de la península Ibérica, cruce hacia Portugal.
Construida para mitigar las severas sequías de la región, la presa fue en su momento la segunda reserva de agua más grande de Europa. Sin embargo, irónicamente, la escasez de agua empeoró al otro lado de la frontera portuguesa.
A tan solo 600 metros corriente abajo se encuentra el emblemático puente romano de Alcántara, que continúa siendo testigo silencioso de siglos de historia y de la fuerza inmutable del agua.
Junto al embalse, destaca la Torre de Floripes, un torreón hoy aislado por las aguas. Este vestigio pertenece al castillo que, construido en el siglo XV con sillares procedentes del puente romano, fue erigido sobre otro de origen templario. Se dice que los Templarios levantaron su fortaleza sobre un templo romano dedicado a los dioses del río.
La Torre de Floripes es escenario de una leyenda medieval cargada de misterio y pasión: la tragedia de amor, incesto y batallas caballerescas protagonizada por la bella mora Floripes, su hermano y amante Fierabrás, y Guido de Borgoña, caballero de la hueste de Carlomagno.
Por último, el castillo de Alconétar, arrebatado definitivamente a los árabes en 1225 por Alfonso IX, fue propiedad de la Orden del Temple hasta que Alfonso X se lo entregó a su hijo Fernando de la Cerda. En el siglo XV pasó a llamarse Castillo de Rocafrida y quedó en manos de las casas nobiliarias de Alba y Aliste.
Este rincón de historia y leyenda nos recuerda que el Camino no solo es un viaje físico, sino un puente hacia el tiempo y la memoria, donde cada piedra y cada corriente cuentan historias que merecen ser escuchadas.
Sumergida bajo las aguas del embalse, se encuentra la antigua ermita de Nuestra Señora del Río, situada originalmente en la margen derecha del río Tajo. En tiempos en que no existían puentes para cruzar el río en esta zona, se estableció un sistema de barcas guiadas por maromas y poleas, que permitían el paso de personas y mercancías. La figura del barquero, cuya vivienda estaba junto a la ermita, era fundamental para este servicio.
Estas barcas eran propiedad del Obispo de Plasencia, quien regulaba el cobro del paso, aunque los vecinos de Talaván estaban exentos de este pago. De la vida del barquero han quedado en el folclore algunos refranes que se han popularizado por toda España, como:
"Las verdades del barquero:
El pan duro, duro, es mejor que ninguno;
el zapato malo, es mejor en el pie que en la mano
y si a todos les cobras lo que a mí
¿Qué coño hace usted aquí?"
"Los arrieros de Talaván, hoy aparejan y mañana se van".
Después de esos dos kilómetros de toboganes, el camino nos lleva inevitablemente a pisar asfalto. Tras los primeros quinientos metros, cruzamos el puente sobre el río Almonte, con el viaducto del AVE a nuestra derecha (Km 17,3 de la etapa).
Nos esperan aún unos cinco kilómetros por asfalto, recorriendo el arcén de la nacional que bordea el gran embalse de Alcántara. En cuatro kilómetros llegaremos a otro puente, el que cruza el río Tajo, el más largo de la península Ibérica y que desemboca en el Atlántico (Km 20,9 de la etapa).
A nuestra derecha, otro impresionante viaducto, también para el tren de alta velocidad AVE, acompaña el paisaje. Tras cruzar el puente, tenemos la opción de abandonar la carretera y tomar un camino alternativo que nos evita caminar por asfalto. Es un tramo más exigente, de unos 700 metros, que nos lleva hasta un mirador donde se une con el trazado oficial. Esta alternativa nos ahorra aproximadamente 800 metros de caminata sobre el asfalto.
En este tramo donde el asfalto predomina, es fundamental cuidar cada paso con atención y paciencia. Recuerda que el Camino no solo se mide en kilómetros, sino en la calidad con que vivimos cada instante. A veces, elegir la ruta más segura o pausada es también un acto de amor hacia uno mismo, permitiendo que el cuerpo y el espíritu sigan avanzando en equilibrio y armonía.
Embalse José María de Oriol-Alcántara II, más conocido como Embalse de Alcántara, regula gran parte del caudal del río Tajo justo antes de que este entre en Portugal, el río más largo de la península ibérica. Aunque la presa se construyó para paliar las severas sequías de la región, paradójicamente estas se agravaron en el lado portugués después de su creación. En el momento de su construcción fue la segunda reserva de agua más grande de Europa. A tan solo 600 metros aguas abajo de la presa se alza el famoso puente de Alcántara, obra maestra de la ingeniería romana.
Torre de Floripes. Este torreón, hoy aislado por las aguas, perteneció al castillo levantado en el siglo XV con sillares procedentes del puente, y que a su vez se erigió sobre otra fortaleza de origen templario. Algunos afirman que los templarios construyeron sobre un templo romano dedicado a los dioses del río. A este lugar se asocia una leyenda medieval que mezcla tragedia amorosa, incesto y lances caballerescos, protagonizada por la bella mora Floripes, su hermano y deseoso amante Fierabrás, y Guido de Borgoña, caballero de la hueste de Carlomagno.
El castillo de Alconétar fue definitivamente arrebatado a los árabes en 1225 por Alfonso IX, quedando en manos templarias hasta que Alfonso X lo entregó a su hijo Fernando de la Cerda. En el siglo XV pasó a llamarse de Rocafrida y perteneció a las casas de Alba y Aliste.
Si optamos por continuar por carretera, lo haremos en moderado ascenso. A nuestra izquierda dejamos la entrada al Club Náutico y, tras algo más de un kilómetro, llegamos al desvío del albergue del Embalse de Alcántara (km 22,3 de la etapa).
Por desgracia, el albergue del Embalse de Alcántara lleva años cerrado, pendiente de nueva licitación, una que no termina de llegar. No queda otra alternativa que continuar camino.
En este punto existe también la posibilidad de seguir por la carretera, lo que supone un ahorro de casi 2 km respecto al trazado oficial. Sin embargo, este atajo implica caminar junto al tráfico, con el riesgo que ello conlleva. No son pocos los que, cansados por la dureza del tramo, ignoran las flechas amarillas y continúan por el asfalto.
Si eres de los que permanecen fieles al Camino y a sus señales, verás una flecha amarilla unos 30 metros más adelante, indicándonos dejar la carretera para tomar un sendero que asciende por su margen derecha. En poco más de 300 metros de continua subida y tras una curva, alcanzamos un mirador: “La cima del Tajo”. Es un lugar magnífico para hacer una pausa, contemplar las espectaculares vistas del embalse —probablemente de las más bellas de toda la ruta— y, si el espíritu aventurero te acompaña, incluso pasar la noche bajo un cielo cuajado de estrellas.
Echando la vista atrás en la historia se sabe que en las proximidades de este enclave se encontraba probablemente la mansio romana Turmulos, derivado del diminutivo de raíz latina turma, "escuadrón de caballería". En principio como guarnición de carácter militar para defender estratégicamente la zona del paso del río Tajo. Más tarde se establecería como centro de agrupación indígena, ubicando en ella una de las mansiones del camino.
Los restos arqueológicos son abundantes: en medio del Tajo se encontraban las ruinas del magnífico Puente de Mantible, posteriormente conocido por Alconétar, con casi trescientos metros de largo y sostenido sobre doce arcos, era tan ancho que permitía el paso de dos carruajes juntos. Es uno de los más antiguos puentes en arco segmentales del mundo. Este puente unía el norte con el sur de Extremadura a través de la Vía de la Plata, por allí cruzaban el Tajo los reyes cristianos en sus incursiones hacia el sur.
La historia nos cuenta que un día de junio de 1222, la vanguardia del ejército de Alfonso IX se retrasó para dar una mala noticia al rey: los sarracenos habían destruido seis ojos del puente y esperaban apostados en la otra orilla el paso de las tropas. Alfonso IX decidió dar un rodeo por el puente de Alcántara y el de Alconétar se quedó así, derruido y sin seis de sus arcos para siempre.
En 1969 tras la construcción del embalse de Alcántara se trasladó parte del puente original (cuatro arcos y ocho pilastras) a una cola del pantano junto a la carretera N-630. (Su localización queda reflejada en el mapa que facilitamos de la etapa, desgraciadamente solo lo podrán ver aquellos que decidan continuar su camino a Cañaveral por la N-630).
Después del merecido descanso retomamos la marcha por un camino que asciende por la ladera sur del Cerro Garrote. Desde este punto observamos con más detalle el nuevo puente sobre el río Tajo.
Tras pasar bajo un puente del ferrocarril llegamos al km 25,6 de la etapa. El camino avanza esta vez con las vías del ferrocarril a nuestra izquierda, pasaremos por varias fincas ganaderas; pasados tres kilómetros y medio volvemos a cruzar las vías del tren de alta velocidad por encima de un túnel (Km 29).
Un portón nos abre un camino donde es habitual encontrar ganado suelto, no hay que preocuparse, no suelen hacer caso a los peregrinos; caminemos tranquilos y sin hacer gestos que puedan alarmarlos. Continuamos entre retamales, Cañaveral irá apareciendo ante nuestros ojos poco a poco, aunque aún lejos en el horizonte. Pasados unos tres kilómetros llegamos hasta un cruce de caminos (Km 32 de la etapa). Hay que estar atentos: el camino de la derecha nos lleva a Grimaldo sin pasar por Cañaveral. Para continuar hasta Cañaveral hay que tomar el camino de la izquierda.
Caminamos por un sendero de piedra que, tras 500 metros, nos lleva a un pequeño puente gótico, el de San Benito (Km 32,5 de la etapa), del siglo XIV, que permite vadear el arroyo de Guadancil.
En la Edad Media, este pequeño puente era utilizado por los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela para llegar hasta la Fuente de San Benito y calmar su sed; desde allí se acercaban a la iglesia de Santa Marina, situada a pocos metros, en pleno centro de la localidad.
Una vez superado el puente, el camino asciende hasta la N-630 (Km 33 de la etapa). Cruzamos la carretera y continuamos por el arcén izquierdo hasta la calle Monroel, donde se encuentra la Fuente de San Benito. Al final de la calle nos espera la iglesia de Santa Marina, final de nuestra etapa (Km 33,6 de la etapa).
Para llegar al albergue debemos continuar por la N-630, que atraviesa la localidad. A unos 350 metros encontraremos el albergue-hostel de Cañaveral, un bonito y cómodo alojamiento. Para almorzar, disponemos de varios locales más adelante, pasado el albergue.
Cañaveral, un lugar de historia y hospitalidad en la Comarca de Monfragüe
Este municipio cacereño, perteneciente a la Comarca de Monfragüe, tiene sus orígenes en el siglo XVI. En aquel entonces se conocía como Cañaveral de Alconétar, bajo la influencia de la Orden de los Templarios, y más tarde pasó a llamarse Cañaveral de Las Limas. Fue un punto estratégico y de paso para las cabañas trashumantes que cruzaban el vado del río Tajo mediante la barca de Alconétar. Ya desde tiempos romanos, esta localidad fue parte esencial del Camino de la Plata, uniendo rutas y gentes.
Las crónicas narran épocas de dominación por parte de la corona de Aragón y tiempos convulsos en los que el caudillo Almanzor avanzó hacia Galicia. Las disputas por el Castillo de Portezuelo entre templarios y alcantarinos afectaron a la zona, hasta que finalmente la Orden de Alcántara tomó el control del castillo y lo convirtió en cabeza de una encomienda que incluía a Cañaveral.
El casco urbano de Cañaveral muestra una estructura algo irregular en torno a su plaza, donde sobresalen viviendas con soportales de arcos de medio punto. Las chimeneas, de gran tamaño y volumen, y la belleza singular de algunas aún en uso, añaden carácter a este rincón de Extremadura.
Entre sus tesoros arquitectónicos destaca la iglesia de Santa Marina, uno de los templos más antiguos de la comarca. En su interior se conservan varios retablos barrocos, entre ellos el retablo mayor de estilo rococó que alberga imágenes talladas, incluida la de Santa Marina.
Además, el municipio cuenta con varias ermitas, como las de San Roque y el Cristo del Humilladero. Muy cerca, en las proximidades de Grimaldo, se encuentra el santuario barroco de Nuestra Señora de Cabezón, patrona de Cañaveral, que custodia una imagen de la Virgen con el Niño datada en el siglo XII.
La peregrinación hacia Santiago de Compostela es una experiencia profunda que enriquece el alma. Paso a paso, el peregrino avanza no solo en kilómetros, sino en conocimiento interior, disfrutando de paisajes llenos de belleza y del calor de la amistad que surge en el Camino. Pueblos y ciudades van desfilando ante sus ojos, cada uno con su historia, patrimonio y tradiciones.
En Cañaveral, más allá de sus monumentos y entornos, brilla la esencia de su gente: personas hospitalarias y amables que saludan con una sonrisa y un gesto cordial al peregrino que transita por sus calles.
Fiestas locales de Cañaveral
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San Benito: celebrado el lunes después de Semana Santa, con la curiosa tradición de la carrera arriba y abajo con la imagen del santo a cuestas entre mozos, intentando evitar que entre en la iglesia.
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San José Obrero: el 1 de mayo, en la barriada de la estación.
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Virgen de Cabezón: el segundo domingo de mayo, con la romería hacia la ermita cercana a Grimaldo.
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San Roque: el 16 de agosto.
Las fiestas son el alma viva de cualquier pueblo, y en Cañaveral se siente esa vibrante conexión con las tradiciones y la comunidad. Destaca la tradicional Velá, que consiste en quemar muebles viejos ante la puerta de la iglesia, comenzando la noche del Domingo de Pascua, una costumbre que une a vecinos y visitantes en un rito de renovación y celebración.
Reflexión:
Al concluir esta etapa, el peregrino puede detenerse a contemplar el viaje recorrido, no solo en kilómetros, sino en experiencias, en silencios compartidos con la tierra, en historias susurradas por el viento y en las huellas que el tiempo ha dejado en piedras y caminos.
El caminar por estas tierras nos recuerda que el camino no solo se mide en pasos, sino en la capacidad de abrir el corazón al presente. En cada miliario, en cada puente o en cada ermita, hay un testimonio de quienes antes que nosotros caminaron con fe y esperanza, enfrentando sus propias dificultades y hallando consuelo en la simplicidad del andar.
Que esta jornada nos invite a ser pacientes con nuestro propio ritmo, a valorar la quietud como parte esencial del camino y a encontrar en cada paisaje la belleza que nace de lo humilde y auténtico. Porque el verdadero destino no está solo en el final, sino en el aprender a caminar con atención, con respeto y con gratitud.
Que el espíritu del peregrino que nos precedió inspire nuestro andar y que, al llegar a Cañaveral, sintamos el abrazo cálido de la tierra y de su gente, hospitalarios y sencillos, reflejo fiel del alma del Camino.
3 comentarios:
Como se esmera y complace el autor, en la descripcion de los lugares, del paisaje, se despide de la luna, y da los buenos dias al sol, esas pinceladas poeticas de alma sensible. Es una gozada leerte Antonio,con tu narrativa amena y rigurosamente documentada, surge el deseo de que la etapa no se acabe, pero si, todo tiene su final, no sin antes, considerar la parte mistica del peregrinaje, el conocimiento interior, el enriquecimiento espiritual. Gracias,muchas gracias de corazon, la he vivido "in situ"
Gracias a ti Pilar, eres muy generosa.
Con mi mujer hicimos el camino de Santiago andando desde Málaga y esta etapa en concreto nos resultó un poco pesada y larga y más con las obras del AVE que se alargo unos kilómetros . Por cierto el albergue de Casal de Cáceres le daría un uno (1) no así el de Cañaveral
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