La Peregrinación
modelo para la vida
Las peregrinaciones son itinerarios sagrados, trazados en los paisajes y
asociados a un mito, leyenda o historia particular que a la vez que lo
sacraliza, lo carga de sentido, de hitos que operan como claves para las
identidades personales y colectivas, atrayendo así a individuos, a grupos
que se consideran ligados a estos lugares para siempre.
Estos itinerarios están marcados por etapas, puntos localizados y
diferenciados con nombres, todos ligados por la historia del primer
peregrino, del peregrino primigenio, que parece que es quien traza el
recorrido y lo carga con valores y significados. Así, es el mito el que hace
el camino, lo sacraliza y une puntos distantes entre sí varios kilómetros.
|
Xacopedia |
De esta forma, son muchos los mitos que nos muestran no solo los
primeros antepasados peregrinando, sino la peregrinación misma como
modelo para la vida, algo necesario, valioso tanto para la existencia
terrestre como la del más allá. Y es que el itinerario de la peregrinación
constituye un renacer simbólico, por eso en la iconografía vemos
representado al peregrino jacobeo con sus atributos a las puertas del
Paraíso.
La peregrinación así considerada es mucho más que un hecho. Para
resultar coherente y hallar su lugar tiene que integrarse en un orden de
cosas más amplio. Una manera es ubicarla en un sistema metafísico en
constante caminar, donde vivir es sinónimo de recorrer un camino. Y es
que en muchas culturas la peregrinación forma parte de una concepción
general de la vida en la que ésta se toma como si fuera toda ella una
peregrinación. Por ello, se entiende la peregrinación como imagen de la
vida humana. En este sentido y tomando la expresión de Lisón Tolosana
podemos considerar que los miles de peregrinos que “...dejan sus huellas
en los caminos lo hacen para testimoniar con sus personas, en metáfora
viva, la creencia de que la peregrinación es la vida del hombre sobre la
tierra...”.
De esta concepción itinerante de la vida del hombre se ha ocupado
desde la Antigüedad la filosofía y la religión. Aparece en los Trabajos y los
Días de Hesíodo (700 a. C.) y en el Banquete de Platón, aunque el modelo
que influye en el cristianismo temprano es el expresado en el Antiguo y
Nuevo Testamento. Las referencias al camino son frecuentes en los salmos
y evangelios.
|
Peregrino medieval. / Xacopedia |
En efecto, el Antiguo Testamento presenta al pueblo elegido en un
continuo caminar, de ahí que los hebreos conciban la vida como
peregrinación. De igual forma, el cristianismo entiende la vida como un
destierro fuera de su verdadera patria, el Paraíso. El Nuevo Testamento
recoge este tema, sobre todo las epístolas de San Pedro y San Pablo: el
primero, consideraba la vida como un exilio en el desierto, una
peregrinación hacia la patria celestial; por su parte, San Pablo
especificaba que los cristianos son «ciudadanos del cielo».
Junto a esto, en la literatura patrística temprana se asienta la idea de
que el bienestar del hombre en la tierra debía ser un breve descanso
transitorio en el que no había que aferrarse a los bienes materiales, porque
en ese mundo solo se estaba de paso. Así concebía la vida terrenal San
Agustín como una peregrinación al final de la cual se encontraba el Paraíso.
En uno de sus sermones decía: “...Vivid todos unánimes, sed todos fieles,
suspirando en esta peregrinación por el deseo de aquella única patria e
hirviendo en su amor...”.
La figura de los profetas que iban de un lado a otro predicando,
vestidos con pieles y viviendo de forma austera, fueron también un
poderoso atractivo para la mentalidad medieval, pues desarrollaron la
imagen del cristiano como viajero y extranjero en la tierra.
El modelo que estos pronosticadores siguieron fue el de Cristo y los
Apóstoles, que iban de aldea en aldea, sin casa, ni morada propia. En
algunos fragmentos de los Evangelios se encuentran pasajes que invitan a
abandonar la patria y a llevar una vida errante.
Este modelo de itinerancia fue muy influyente durante la Edad Media,
su seguimiento literal, exacto, movió a numerosos monjes de Oriente y
Occidente a emprender la misma vida errante que describía la Biblia. El
estatus del viajero se convirtió para ellos en una imitación de la vida de
Cristo. Por eso, estos monjes dejaron su patria y se lanzaron a vivir por los
caminos, puesto que para ellos la vida en el exilio era la más propia del
cristiano y la mejor preparación para la vida eterna. De esta forma de vida
hay algunos testimonios: uno es el del eremita Egeberto de Umbría del
norte (639-729), que según Beda el Venerable (672-735) abandonó su
patria y permaneció toda su vida como peregrino311.
Este tropo de la vida como viaje, como peregrinación, también fue
utilizado en las prédicas, por ejemplo, San Martín de León, experimentado
viajero de la segunda mitad del siglo XII utiliza con frecuencia en sus
sermones el símil del camino312; también recurre a él, el presbítero italiano,
Cayetano de Thiene (1480-1547) lo resume así: “...no somos sino peregrinos de viaje; nuestra patria es el cielo...”.
De forma similar, lo
emplea San Ignacio de Loyola (1491-1556) para titular su autobiografía
Relato del peregrino. Esta misma idea aparece en los primeros versos del
auto sacramental titulado El Peregrino, de José Valdivieso (1565-1638). La
metáfora ha perdurado hasta la actualidad, lo podemos apreciar en la obra
Homo Viator del dramaturgo y filósofo francés G. Marcel (1889-1973)314
y
en el libro Camino de Monseñor Escrivá de Balaguer (1902- 1975).
La Peregrinación, una experiencia espiritual en estrecha relación con el cuerpo y el espacio
En la mayoría de las ocasiones la peregrinación responde a una libre llamada interior que impulsa al peregrino a ponerse en camino alentado por satisfacer ya necesidades espirituales, ya corporales, ya materiales: la renovación espiritual, la búsqueda de alguna gracia particular, por penitencia impuesta, en cumplimiento de votos o promesas, e incluso el espíritu de aventura y la curiosidad mueve a algunos a peregrinar; los hay que incluso peregrinan en nombre de otros.
Así, el peregrino desligado de todo lo que representa la vida cotidiana: familia, ocupación, vivienda, etc., vive la peregrinación como un paréntesis espiritual de su experiencia terrena, como una forma de penitencia, de preparación ascética, puesto que el caminar, el peregrinar ya es en sí un medio de mortificación y de aflicción. El fin primordial de la peregrinación es hacer penitencia.
En efecto, se trata de un ritual en el que el cuerpo es a la vez sujeto activo y pasivo, hace el camino y lo sufre simultáneamente. El camino así queda grabado en la retina del peregrino y pasa a formar parte de sus recuerdos, de su vida. Sus paisajes, formas, olores y colores se asocian al continuo caminar, al cansancio de las horas pasadas en el camino, pero también a la lluvia, al viento, al frío o al sol y al calor, etc. Recuerdos que se evocan conjuntamente con rezos, cantos, risas. De este modo, “…la memoria transporta en el tiempo el camino como experimentado en todo el cuerpo. El camino afecta a todo y repercute en todo y, aún más, parece obligar a experimentar el cuerpo en sus partes y funciones…”, en el cansancio de los pies, de las piernas, de los huesos, de otras partes del cuerpo, etc. Esto lo que subraya es, a fin de cuentas, que es un acto de ofrecimiento individual, pues esta peregrinación es una ofrenda de la vivencia del camino experimentado en el propio cuerpo y que tiene como finalidad, en muchos casos, mostrar ante Dios y ante sí mismo un testimonio palpable de su propia fe. De ahí, que posiblemente sea un modelo paradigmático de devoción.
Otro aspecto espacial más de esta peregrinación es su ordenación en etapas, que indica “…que el camino es un espacio continuamente fragmentario, por hacer, hasta acabar hecho…”. El espacio así es concebido como camino jalonado de etapas, de hitos religiosos, iglesias, capillas, hospitales, albergues donde rezar, adorar, reponer fuerzas.
LA CONSTRUCCIÓN DE LO SAGRADO:
SANTA EULALIA DE MÉRIDA
(Y SU EXTENSIÓN POR EL LEVANTE
ESPAÑOL) Antonia Castro Mateos
Buen Camino