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VÍA DE LA PLATA - Etapa 6: Calzadilla de los Barros - Zafra



Información actualizada: 11 de febrero de 2025






      Hoy nos espera una etapa corta, que nos permitirá llegar con calma y plenitud a Zafra, una ciudad que merece ser contemplada sin prisas. Quien sienta que el cuerpo aún pide camino, tiene la opción de alargar la jornada hasta Los Santos de Maimona a 22.6 km o incluso llegar hasta Villafranca de los Barros a 37,7 km. 

Nuestra etapa de hoy comienza en la iglesia del Divino Salvador, en Calzadilla de los Barros. Salimos de la localidad por la Calle Zafra, y pronto abandonamos el trazado urbano para internarnos en un camino de tierra que que se aleja de la población. Dos arroyos nos saldrán al paso.



      Una vez superados, alcanzamos una loma desde la que se abre ante nosotros una panorámica serena de la comarca. Es momento de detenerse, mirar y agradecer.

Descendemos por una pista ancha, flanqueada por campos que respiran quietud, hasta que nos acercamos a la carretera N-630. Un puente nos ayuda a salvar el río Rivera Atarja, y poco después, las flechas nos guían por un camino de tierra hacia la izquierda, dejando atrás la compañía de la carretera.





      El camino sigue su curso entre suaves ondulaciones y campos abiertos, pero no está exento de pequeños retos. Pronto tendremos que vadear el arroyo de las Cañadas, donde una sencilla pasarela de palés de madera suele facilitar el paso, aunque conviene siempre andar con precaución, especialmente si ha llovido.

Más adelante nos espera el arroyo Matasanos, otro pequeño obstáculo que nos recuerda que el Camino no es una línea recta, sino una sucesión de pasos donde cada cruce, cada desvío o dificultad, forma parte de la experiencia.

A veces, el agua que corta el sendero es también un símbolo: lo que parece frenar nuestro avance puede ser una invitación a detenernos, a respirar, a mirar alrededor con ojos nuevos.





      El Camino avanza rodeado de campos de viñas y olivares, un tramo hermoso. Aunque en época de lluvias, el barro puede complicar el avance, conviene tenerlo en cuenta. Poco a poco nos vamos acercando a la carretera de Medina de las Torres (km 8). Aquí, quien desee visitar esta histórica localidad tiene la oportunidad de continuar por la carretera hasta la población, a unos 5 km. Esta población forma parte del último tramo del Camino del Sur procedente de Huelva y que termina en Zafra, naturalmente con flechas amarillas que te indican el camino a seguir.

Quienes continúen hacia Zafra por el trazado de la vía de la plata han de cruzar la carretera y continuar por una pista de tierra que en apenas cuatrocientos metros nos lleva hasta un descansadero, lugar propicio para parar, beber agua y dejar que el cuerpo –y el espíritu– se acomoden al ritmo pausado del Camino.



      Desde el descansadero, a unos los 2,5 km encontramos un cruce de caminos. El desvío a la izquierda nos lleva a Médina de las Torres, una alternativa para no ir por carretera, la localidad está a unos 15,5 km desde Calzadilla. Este trazado alternativo no está señalizado con flechas, solo lo encontrarás en el mapa de la etapa que incluimos al final del artículo.

Medina de las Torres no es ajena al Camino. Guarda un profundo vínculo jacobeo, tanto histórico como espiritual. Forma parte del Camino del Sur, que parte de Huelva y se une a la Vía de la Plata en Zafra. Para los peregrinos que vienen desde el sur, Medina representa su última etapa antes de alcanzar la vía principal. La localidad cuenta con albergue municipal, donde se acoge con generosidad al caminante.

Además, Medina de las Torres atesora un notable patrimonio histórico. Entre sus atractivos destaca el conjunto arqueológico de Contributa Iulia Ugultuniae, antigua ciudad romana que aún guarda el eco de sus foros, templos y calles. El ayuntamiento local ofrece información para facilitar su visita.



CAMINO ALTERNATIVO


Medina de las Torres:
donde la historia se encuentra con el Camino

      Medina de las Torres es un pueblo con profundas raíces históricas que se reflejan en sus restos arqueológicos, desde dólmenes calcolíticos hasta vestigios romanos como la antigua ciudad de Contributa Iulia Ugultunia, importante enclave en la Bæturia céltica. Durante la Reconquista, pasó a manos cristianas bajo la Orden de Santiago, cuyo legado queda patente en numerosos monumentos santiaguistas que aún se conservan.

Entre sus tesoros destacan la iglesia parroquial de Ntra. Sra. del Camino, con portadas platerescas y un impresionante retablo del siglo XVI, el Castillo de la Encomienda, conocido como “Torre de los Moros”, y la ermita de Ntra. Sra. de Coronada, una joya arquitectónica del siglo XV que se alza en un entorno natural cuidado y evocador.

Medina cuenta también con un albergue municipal que acoge a los peregrinos del Camino Mozárabe del Sur, haciendo de esta villa un punto de encuentro histórico, espiritual y cultural dentro de la ruta jacobea.



Reflexión para el peregrino

      Medina de las Torres no solo es un lugar de historia y arte, sino también un espacio para el encuentro interior. En sus piedras y sus caminos se siente el susurro del silencio que invita a la pausa, a la mirada serena y a valorar la soledad como fuente de sabiduría. En cada paso, más allá de lo visible, se abre la posibilidad de conectar con aquello que no se ve pero se siente en el corazón.


      Si decidimos dejar para otra ocasión la visita a Medina de las Torres, continuamos nuestro camino hacia la siguiente población: Puebla de Sancho Pérez. Al llegar a una antigua señal que indica el paso del ferrocarril (Km 12,7), solo nos quedan un par de kilómetros para entrar en esta villa.






      A la entrada de esta villa, el peregrino pisa tierra antigua, aunque poco queda documentado sobre su origen por la pérdida de archivos durante la guerra contra los franceses. Algunos viejos refranes aún evocan su antiguo nombre: La Gran Sansonia. Ya en el siglo XIII aparece registrada como Puebla de Sancho Pérez.

Su historia estuvo ligada a la Orden de Santiago, como Encomienda integrada en el Obispado de San Marcos de León, con sede en Llerena. También se han hallado vestigios romanos en distintos puntos del término, lo que confirma la antigüedad de estos parajes transitados por generaciones.

El pueblo conserva aún casas solariegas con blasones que nos hablan de antiguos linajes: los Vega, Rivadeneira, Toro, Montaño… Y sobre el caserío se eleva majestuosa la iglesia parroquial de Santa Lucía, vigía de fe y testigo silencioso del paso de los caminantes.

Puebla de Sancho Pérez ofrece, más que albergue físico, un descanso espiritual entre memorias de piedra y ecos de historia. Aquí, el silencio y la arquitectura antigua acompañan los pasos del peregrino que camina buscando lo invisible.



Iglesia parroquial de Santa Lucía

      Construida en el siglo XVI, esta iglesia de grandes proporciones domina el perfil del pueblo. Su robusta presencia se hace notar desde lejos, como un faro de piedra que guía al peregrino. En su interior, retablos y tallas de diferentes épocas invitan a una pausa contemplativa. Santa Lucía, protectora de la vista, ofrece aquí su amparo simbólico a quienes buscan claridad, no solo en el camino exterior, sino en el interior.


Servicios para el peregrino

      Actualmente no hay albergue en funcionamiento, aunque existen un hostal, varios bares, tiendas y servicios básicos que pueden ser de utilidad. Es un buen lugar para hacer una parada, reponer fuerzas o descansar brevemente antes de afrontar los últimos kilómetros hasta Zafra. Si el cuerpo lo permite, es también un buen momento para escuchar lo que el silencio del camino susurra entre muros encalados y calles tranquilas.


Últimos pasos hasta Zafra

      Desde la iglesia de Santa Lucía en Puebla de Sancho Pérez (km 14,4), el Camino gira a la derecha por la calle Obispo Soto, que nos conduce hacia la carretera BA-160. Caminaremos junto a ella durante aproximadamente un kilómetro. Superada una gasolinera, giramos a la izquierda por la carretera vieja de La Puebla (BA-3012), dejando atrás el ruido de los coches para avanzar hacia la serenidad de Zafra.

Tras algo más de 700 metros alcanzamos las primeras viviendas de la Villa de Zafra. La señalización jacobea urbana nos guía sin desvíos hasta la confluencia con la Avenida de la Estación (km 17,5). Frente a nosotros, se alza el singular edificio del Albergue de Peregrinos Van Gogh, coronado por su reconocible minarete, símbolo de acogida.

En su interior se encuentra también la sede de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Zafra, y se respira hospitalidad en cada rincón. Este albergue no es de donativo, pero el pequeño importe solicitado se destina íntegramente al mantenimiento del lugar. Su hospitalero, Antonio Puente Mateo, peregrino incansable, mantiene viva la llama del Camino con generosidad y esfuerzo, abriendo sus puertas los 365 días del año.

Mantener este albergue es un verdadero acto de resistencia frente al olvido, un gesto de fidelidad al espíritu del Camino. Llegar aquí no es solo concluir una etapa, sino encontrar un refugio donde el peregrino se siente comprendido, donde cada paso encuentra eco y cada silencio, acogida.





      Una vez sellada nuestra credencial y recibida la acogida del hospitalero en el albergue, dejamos atrás por un momento la carga de la mochila y emprendemos el último tramo del día, rumbo a la iglesia de la Candelaria, en el corazón antiguo de Zafra.

A nuestra derecha queda el Parque de la Estación, donde algunos peregrinos se detienen a respirar entre sombras antes de adentrarse en la ciudad. La Plaza de España nos recibe como umbral lo cotidiano, donde el pulso de la ciudad se entrelaza con el del Camino.

Seguimos por la calle Sevilla y, casi sin darnos cuenta, la silueta esbelta de la torre de la Candelaria se eleva ante nosotros. Es un instante íntimo. No se trata solo de haber llegado al final de una etapa, sino de haber alcanzado un lugar de luz, como su propio nombre anuncia.

Aquí termina nuestro andar por hoy. Frente a esta iglesia barroca podemos por fin soltar no solo el peso del cuerpo, sino también el del alma. La Candelaria se alza como un faro silencioso que invita a detenerse, a mirar hacia dentro, a agradecer lo recibido, a confiar en lo que aún no vemos. En su presencia, el Camino nos susurra que cada jornada es un paso más hacia ese misterio que nos llama y nos transforma.





Zafra, Sevilla la Chica

      En pleno valle extremeño, donde la tierra se tiñe de luz dorada al amanecer, se alza Zafra, conocida desde antiguo como Sevilla la Chica. Este sobrenombre no es fruto del azar: su pulso urbano, su aire señorial y su vitalidad comercial recuerdan a la capital hispalense, aunque aquí todo respira un tempo más reposado.

El corazón histórico de la ciudad fue declarado Conjunto Histórico-Artístico de Interés Nacional en 1965. Aquel recinto amurallado, levantado entre 1426 y 1449 para proteger a la villa y sus florecientes negocios, es hoy un recuerdo vivo en forma de vestigios y antiguas puertas de acceso que aún perduran.

Entre ellas destacan el Arco de Jerez, que alberga la capilla del Cristo de la Humildad y Paciencia; el Arco del Cubo, con su forma circular recientemente restaurada; y la Puerta de Palacio, junto al majestuoso palacio de los Duques de Feria.

El Palacio de los Duques de Feria, reconvertido en Parador Nacional de Turismo, es quizás la joya más espléndida de Zafra. Antigua residencia señorial del siglo XV, conserva la dignidad de los castillos y el refinamiento de los palacios. Su elegante patio renacentista, que algunos atribuyen a Juan de Herrera, es un remanso de armonía que merece una pausa contemplativa.

Para adentrarse en el alma de la ciudad, el peregrino puede seguir el trazado del Camino por la Puerta de Sevilla, que desemboca en la arteria principal, la calle del mismo nombre. Serpenteante, bulliciosa, comercial, esta calle recuerda inevitablemente a la sevillana Sierpes: viva y estrecha, invita a pasear sin prisas, a mirar escaparates y fachadas, a respirar el pulso de la ciudad.

Al final de esta vía se abre la Plaza Grande, que desemboca en la recogida y encantadora Plaza Chica, corazón turístico y gastronómico de Zafra. Ambas están conectadas por el Arquillo del Pan, un pasaje donde se guarda la imagen de la Virgen de la Esperancita y se conserva tallada en una de las columnas la antigua vara de medir, símbolo de justicia en el comercio de antaño.

En estas plazas, donde la vida transcurre entre cafés, conversaciones y pasos que se cruzan, también el peregrino puede detenerse, no solo para descansar, sino para mirar con ojos nuevos. A veces, en el bullicio también se revela el silencio, y en la belleza visible, se intuye aquello que permanece oculto a los sentidos.




Colegiata de La Candelaria

      La construcción de la Iglesia de La Candelaria se inició en 1527, con el propósito de sustituir a la antigua iglesia que se alzaba donde hoy se encuentra la Plaza Grande de Zafra. Este proyecto fue impulsado por el III Conde de Feria.

Su planta es de cruz latina, con una sola nave que alberga capillas a ambos lados entre los contrafuertes, y un coro alto ubicado a los pies. Cuenta con un crucero de alas cortas y un ábside ochavado. En 1609 fue erigida como Colegiata, gracias al fervor religioso del III Duque de Feria.

La capilla mayor destaca por un magnífico retablo, obra del sevillano Blas de Escobar, que alberga esculturas atribuidas a Juan de Arce. A este conjunto se suman dos capillas colaterales que complementan el espacio.

La nave principal está cubierta por bóvedas de crucería. La iluminación natural proviene de cuatro ventanales, similares a los del crucero y la cabecera, así como de un óculo situado en la zona del coro alto.

La Torre de la Iglesia

      La torre presenta dos partes diferenciadas: la base, construida en mampostería con sillares en los ángulos, y el campanario, formado por dos cuerpos realizados en ladrillo. La construcción de la torre fue prolongada, no concluyéndose hasta el siglo XIX.

En el interior, sobresale el Retablo de la Virgen de los Remedios, compuesto por nueve lienzos pintados en 1644 por Francisco de Zurbarán. También merece especial mención la Capilla de la Virgen de La Valvanera, de estilo barroco, sufragada por comerciantes originarios de Cameros asentados en la ciudad. Destaca igualmente el Retablo de la Virgen del Carmen, obra de Blas de Escobar, así como la excelente colección de objetos litúrgicos que se conservan en la antigua sacristía.

      Al llegar a la Iglesia de La Candelaria, no solo culminamos una etapa física del Camino, sino también una oportunidad para detenernos y conectar con la quietud del alma. Este templo, lleno de historia y arte, nos invita a mirar hacia dentro, a celebrar la luz que cada jornada aporta y a encontrar en el silencio un espacio para agradecer y renovar la confianza en nuestro propio caminar. Que su presencia sea faro y refugio para el peregrino, un lugar donde la fe se hace tangible y el corazón se abre al misterio de lo invisible.



Monasterio de Santa María del Valle

      El Convento de Santa Clara de Zafra como se le conoce en la ciudad. Construido entre 1430 y 1454 y declarado Monumento Nacional en 1984.
Se encuentra en pleno centro de la ciudad de Zafra, en Calle Sevilla. En la actualidad alberga a monjas Claretianas de clausuras, famosas por su obrador de pastelería y por ser sede del Museo de Santa Clara, que ocupa parte del convento y que no solo muestra aspectos destacados de las religiosas Claretianas que lo habitan, sino también de la historia de Zafra.

La iglesia monástica cuenta con los mismos espacios que una parroquia: una capilla mayor, el lugar donde está el altar y su retablo, con la imagen titular, alabastros gótico del siglo XV, así como los restos del sepulcro de los primeros Condes de Feria y el sepulcro de Garci Laso de la Vega; la nave para los fieles laicos y la sacristía para revestirse los clérigos. A los que se suma, el coro de las monjas, aislado por una gruesa reja, donde se conserva la sillería coral del siglo XVI y un Cristo atado a la columna de Blas Molner (1775), un diminuto relicario, cubierto con azulejería talaverana del siglo XVII, y la capilla funeraria ducal, en cuyo retablo se conserva La conversión de San Pablo de Felipe Diriksen (1625).




Casa del Aposento

      Esta antigua casona nobiliaria es otro de los rincones que merece la pena descubrir en Zafra. Construida en el siglo XVI, su fachada muestra un bello ejemplar de la arquitectura renacentista con detalles platerescos que reflejan la riqueza y el poder que tuvo la ciudad en aquella época. En su interior, se conservan elementos originales que permiten asomarse a la vida cotidiana de los siglos pasados, haciendo un puente entre la historia y el presente.

Plaza Grande y Plaza Chica

      Estas dos plazas forman el corazón vibrante de Zafra. La Plaza Grande, con su elegante arquitectura y tranquilidad, es el lugar perfecto para una pausa contemplativa. La Plaza Chica, más animada y bulliciosa, nos invita a compartir la alegría y la fraternidad que el Camino fomenta entre sus peregrinos y habitantes.

Reflexión final de la etapa

      Al finalizar esta etapa en Zafra, una ciudad donde la historia y la espiritualidad se entrelazan en cada piedra, es momento para detenerse y mirar hacia dentro. El Camino, más allá del esfuerzo físico, es un camino de transformación. La luz que irradia la iglesia de la Candelaria nos invita a encender nuestra propia luz interna.

Valora el silencio que la ciudad ofrece en sus rincones menos transitados, abraza la soledad que a veces surge en el peregrinar y ábrete al encuentro con aquello que no se ve pero se siente: la paz, la esperanza y la fe.

Antes de retomar la senda hacia la siguiente etapa, haz una pausa consciente. Deja que la experiencia de Zafra te inspire a seguir avanzando con humildad, respeto y gratitud. El Camino es también una escuela de paciencia y entrega, donde cada paso nos acerca a la esencia de lo que verdaderamente somos.


Zafra > Villafranca de los Barros
19,4 km


PRÓXIMA POBLACIÓN CON ALBERGUE:

>>> 4,3 km <<<

Torremejía
>>> 46,8 km <<<

Buen Camino




VÍA DE LA PLATA - Etapa 5: Monesterio - Calzadilla de los Barros



Información actualizada: 3 de febrero de 2025


      Como peregrinos reales, de carne, alma y calendario, a veces debemos ajustar el paso al tiempo que tenemos, sin por ello perder el sentido profundo del Camino. Con el cambio de comunidad autónoma, dejamos atrás las sierras onduladas de Sevilla para adentrarnos en la llanura pacense, donde la Tierra de Barros nos da la bienvenida con su vastedad serena.

Comienza así una nueva cadencia en el andar. Los caminos se allanan, los horizontes se amplían y la mirada se pierde entre campos infinitos de cultivo. El cuerpo, si se encuentra en buena forma, agradecerá la suavidad del terreno, pero no por ello debemos confiarnos. En días de calor, la exigencia es otra: la de resistir sin sombra, sin brisa, sin pausas frescas. Aquí más que nunca, el agua es compañera imprescindible. No encontraremos posibilidad de reponerla hasta Fuente de Cantos, por lo que conviene partir con las cantimploras bien llenas y el ánimo templado.

Atravesamos con paso constante esta extensa comarca, donde los kilómetros parecen medirse por la paciencia del alma más que por el reloj. Fuente de Cantos, aunque antaño acogía a los peregrinos en un albergue, no ofrece actualmente hospedaje jacobeo. Muchos, por ello, deciden alargar su jornada hasta Calzadilla de los Barros, que se encuentra a poco más de seis kilómetros y sí ofrece descanso al caminante.

La señalización durante la etapa es buena, aunque existen algunos desvíos que podrían sembrar la duda. Basta con mantener la atención puesta en la siempre fiel flecha amarilla, y confiar en ella como símbolo y guía. Eso sí, los últimos diez kilómetros hasta Fuente de Cantos, especialmente bajo el sol estival, pueden volverse extenuantes. La sombra será casi nula, y el silencio del campo extremeño se hará aún más profundo. En ese silencio, cada paso se convierte en acto de fe, y cada tramo en oportunidad de escucha interior.



      Nuestro camino de hoy arranca en la plaza del Pueblo, junto a la noble y serena silueta de la iglesia fortificada de San Pedro Apóstol, testigo de siglos y caminantes. En su sombra, el peregrino detiene un momento el pensamiento, respira hondo y vuelve a dar pasos hacia el norte.

Avanzamos por la calle Virgen de Gracia, luego por la del doctor Alarcón y más adelante por la calle Templarios, cuyas piedras parecen conservar ecos de antiguos guardianes del espíritu. Esta calle desemboca en la carretera N-630, y al dejar atrás el Hotel Leo  y el campo de fútbol, la flecha amarilla nos invita a virar a la izquierda y a abandonar el asfalto para sumergirnos en un camino de tierra apacible, paralelo al arroyo de la Dehesa.

La mañana nos recibe con su luz oblicua y su silencio rural. A los tres kilómetros del inicio cruzamos el arroyo por una pasarela de hormigón. El leve ascenso que sigue se convierte en un paseo entre encinares y muros de piedra que nos acompañan como antiguos centinelas del paisaje.

El entorno es de una belleza sobria y tranquila, con fincas ganaderas que dan vida a la dehesa, donde resuenan de fondo los sonidos de la naturaleza y el andar del peregrino. Poco a poco nos vamos acercando a la carretera que une Calera de León y Montemolín (km 5,5). La cruzamos con precaución, y al otro lado una cancela nos da paso a un nuevo tramo de tierra. El escenario no cambia demasiado: la dehesa se extiende serena, salpicada de encinas, matas bajas y cielos abiertos.

Caminamos así hasta llegar a una zona conocida como el Chaparral del Hospital, un nombre que resuena con ecos del pasado, como si siglos atrás algún refugio o lugar de ayuda hubiera brindado auxilio a los caminantes fatigados. Aunque nada visible quede, el espíritu de acogida aún parece latir en el aire.





      Pasado el kilómetro diez de la jornada alcanzamos un alto llamado El Cerrillo, desde donde se nos ofrece, como un espejismo entre los campos, la silueta de Fuente de Cantos. La vista engaña al corazón impaciente: la panorámica es generosa, pero aún nos separan cerca de diez kilómetros. El Camino, en su sabiduría silenciosa, nos recuerda que lo visible no siempre está al alcance, y que cada tramo tiene su tiempo.

A partir de aquí, el paisaje se transforma con rapidez. Los árboles van desapareciendo y la sombra, esa compañera escasa en la Tierra de Barros, nos abandona por completo. Frente a nosotros se extienden ahora grandes superficies de cultivos cerealistas que ondean como mares dorados al paso del viento.

El sendero, una pista ancha y cómoda, nos lleva en suave descenso hasta tocar el punto más bajo de la etapa: el cauce del arroyo Bodión Chico (km 13,2). En verano suele mostrarse seco o con escaso caudal, pero en primavera, tras las lluvias, puede sorprender con una corriente viva que requiere atención.

Si encontráramos dificultades para cruzarlo por el camino habitual, existe una alternativa segura: un desvío anterior a la izquierda señalizado, que puede consultarse en el mapa detallado al final del artículo. Como siempre en el Camino, es mejor perder unos pasos que poner en riesgo la jornada.







      Aquí, la naturaleza parece suspirar, invitándonos a detenernos un instante y sentir la calma que brota del agua, aunque sea apenas un hilo de vida en verano.

Siguiendo adelante, el sendero ondula entre campos y cerros, y tras recorrer unos setecientos metros desde una granja que se asoma a nuestra ruta, llegamos a un lugar especial: la Villa Camino de Santiago (km 18).

En su entrada, unos azulejos nos saludan como antiguos guardianes, marcando con solemnidad las distancias que hemos dejado atrás y las que aún nos separan de Santiago. Son recordatorios tangibles del viaje interior y exterior que emprendemos, símbolos de cada paso dado con fe y esperanza.





      En los kilómetros siguientes, la carretera N-630 comienza a asomar a nuestra derecha, anunciando la proximidad de Fuente de Cantos. La pista de tierra que nos ha acompañado hasta ahora termina, y tras cruzar una carretera, entramos en la población por la calle San Julián. Poco a poco, el peregrino se introduce en la calma recogida de las calles, hasta alcanzar la calle Misericordia, que nos guía suavemente hacia la recoleta y acogedora Plaza Central.

Este pequeño rincón, de reducidas proporciones y protegido por el verde abrazo de palmeras, guarda en su seno el latir de la vida local. Allí se encuentran el Ayuntamiento y la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Granada (km 20,8), testigos del tiempo y custodios de la espiritualidad que se respira en cada rincón del pueblo.







      Fuente de Cantos es la población más poblada de la comarca de Tentudía, y desde aquí parten caminos hacia otras localidades cercanas: a solo seis kilómetros está Calzadilla de los Barros, nuestro próximo destino, y a 24, la histórica ciudad de Zafra. 

Fuente de Cantos alberga un rico patrimonio histórico-artístico, especialmente enfocado en el arte religioso. Sus templos se convierten en auténticos museos que conservan siglos de fe y arte popular, ofreciendo al peregrino un espacio para la contemplación y el recogimiento.

Este puede ser un buen momento para hacer una pausa reparadora, tomar un almuerzo tranquilo y cargar el cuerpo y el espíritu. Junto a la carretera, varios restaurantes abren sus puertas al peregrino, ofreciéndole la posibilidad de descansar antes de retomar la senda.



Iglesia de Nuestra Señora de la Granada

      Construida en el siglo XV. En su interior se custodia uno de los retablos barrocos más importantes de Extremadura, obra del siglo XVIII que deslumbra por su riqueza y detalles.

Un lugar especialmente significativo es la capilla del bautismo, situada a los pies de la nave central, donde reposa una pila bautismal renacentista del siglo XVI. En esta misma pila fue bautizado, el 7 de noviembre de 1598, el célebre pintor Francisco de Zurbarán, un vínculo único entre la historia del arte y el espíritu del Camino.



Ermita de Ntra. Sra. de la Hermosa

      El santuario dedicado a la patrona de Fuente de Cantos, la Virgen de la Hermosa, es el resultado de profundas reformas realizadas en el siglo XVIII sobre un edificio original que data del siglo XV. Este templo es un lugar donde se fusionan siglos de historia, arte y fe, un refugio espiritual que acoge al peregrino en su paso.

En el interior, destaca un magnífico retablo barroco que preside la capilla mayor, acompañado de la venerada imagen conocida como La Aparecida, una talla gótica de la primera mitad del siglo XIV, de una belleza serena y misterio que invita a la contemplación.

A ambos lados de la capilla se exhiben valiosas pinturas: los evangelistas, obra de la escuela sevillana del siglo XVII, y episodios de la vida de la Virgen que, con su expresividad y colorido, relatan historias de devoción y esperanza. De especial interés es también un lienzo americano, singular por su rareza, que representa al Cristo de la Encina, reflejo del sincretismo artístico y religioso.

La imaginería es rica y variada: junto a la imagen principal de la Virgen de la Hermosa, datada en la segunda mitad del siglo XVIII, otros retablos albergan figuras como Nuestro Padre Jesús Nazareno y San José con el Niño, ambos vinculados al círculo del escultor Pedro Roldán. Asimismo, se conserva la primitiva Virgen de la Hermosa, la antigua Aparecida, que sigue siendo un símbolo vivo de la tradición y el fervor popular.

Este lugar no es solo un espacio arquitectónico o artístico, sino un santuario del alma, donde la historia y la espiritualidad convergen para ofrecer al peregrino un momento de recogimiento y conexión con lo trascendente.


Museo – Casa de Francisco de Zurbarán

      La casa natal de Francisco de Zurbarán ha sido cuidadosamente rehabilitada, combinando la preservación histórica con modernas tecnologías que permiten al visitante sumergirse en la vida y época de este genio de la pintura extremeña.

El museo se distribuye en varias estancias, salas y habitaciones, cada una diseñada para ofrecer una experiencia que trasciende el tiempo, invitando a conocer no solo al artista, sino también el contexto en el que desarrolló su obra, marcada por la espiritualidad profunda y el misterio.

Recorrer esta casa es caminar por los ecos de un pasado donde el arte y la fe se entrelazan, acompañando al peregrino en una pausa de inspiración y reflexión.




Convento de las Carmelitas Descalza

      Fundado en 1649 como colegio-seminario para pobres y huérfanas, el convento pronto quedó bajo el amparo de la Orden del Carmelo Reformado. En 1722 se levantó la elegante espadaña que hoy, tras una completa restauración, sigue siendo emblema del lugar. En su interior, el convento guarda una importante colección de pinturas que hablan del arte y la fe a lo largo de los siglos.

El retablo mayor, encargado en 1675 a Juan Martínez de Vargas, está presidido por la imagen de Nuestra Señora del Carmen, símbolo de protección y consuelo para los fieles. En los retablos del lado de la epístola, destacan dos magníficas imágenes: el Cristo de la Misericordia, proveniente del convento de San Diego y datado en el siglo XVII, y la Virgen de las Angustias, obra del escultor Antonio Calbo de 1803, que evocan en silencio el misterio de la redención y el amor divino.


Ermita de San Juan de Letrán

      Con sus raíces en la fundación en 1515 del hospital de San Juan de Letrán, regentado por las franciscanas concepcionistas, esta ermita es un testimonio vivo de la historia y la espiritualidad de la zona. El convento que las religiosas establecieron se trasladó al centro del pueblo a finales del siglo XVI, dejando la iglesia como ermita solitaria y recogida.

La ermita actual corresponde a la cabecera de un edificio de una sola nave, proyecto del siglo XVIII que nunca se completó más allá de la capilla mayor. En su interior se conservan valiosas piezas como una talla de San Juan Evangelista, del siglo XVIII, y un imponente crucificado contemporáneo de grandes dimensiones, obra del tallista local Jesús González, que invita a la meditación profunda sobre el sacrificio y la esperanza.



      Desde la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, continuamos nuestro caminar por las tranquilas calles Pizarro, Olmo y San Juan, hasta llegar a la recogida Ermita de San Juan de Letrán. Cruzamos con cuidado la carretera y tomamos una amplia pista de tierra que nos guía hacia el norte.

La pista, bien señalizada, avanza en casi línea recta, invitándonos a un paso sosegado y atento a cada detalle, mientras el paisaje nos acompaña con su calma y sencillez. Así, en silencio y con paso firme, nos acercamos a Calzadilla de los Barros.




      Un hermoso plano realizado en azulejos da la bienvenida a Calzadilla de los Barros, nuestro destino y final de etapa de hoy. Inaugurado en 1998, este mosaico simboliza el hermanamiento entre Calzadilla de los Barros y el Cabildo de Gran Canaria, un vínculo de fraternidad que une tierras lejanas y corazones peregrinos.

Al llegar a la Plaza de España, nos recibe el Ayuntamiento, lugar donde deberemos inscribirnos y recoger las llaves del albergue municipal, un refugio para el peregrino cansado, Km 26,8 Final de la etapa. En este pequeño pueblo también encontramos el hostal Los Rodríguez, situado junto a la carretera N-360, otra opción para descansar tras la jornada. Ambos alojamientos están señalizados en el mapa de la etapa para facilitar su localización.

La tarde se abre ante nosotros con calma y espacio para descubrir los encantos de este rincón extremeño. No podemos dejar de visitar la iglesia del Divino Salvador, que guarda en su interior un extraordinario retablo del siglo XV, declarado Monumento Histórico-Artístico, testimonio vivo de fe y arte.

Calzadilla de los Barros cuenta con todos los servicios que el peregrino necesita, haciendo de este lugar un remanso de descanso y preparación para lo que aún queda por andar.





      Calzadilla de los Barros guarda en su suelo el eco lejano de la historia. Algunos historiadores sitúan aquí la antigua villa romana Contributa Julia, apoyándose en las palabras de Plinio en su Naturalis Historia (Libro III). Los yacimientos romanos próximos atestiguan la presencia de tiempos pasados que aún susurran entre sus tierras.

Durante la Reconquista, Fernando III el Santo arrebató estos territorios a los moros, comprendidos entre Feria, Fuente de Cantos y Llerena. Fue el Maestre Don Pelayo Pérez Correa quien, con su valor y estrategia, ayudó al rey en esta gesta. Por ello, en 1242, el rey donó estas tierras a la Orden de Santiago, quedando Calzadilla bajo su amparo y cuidado.

Esta villa se alza sobre la antigua vía romana que unía el norte y el sur de la Península Ibérica, camino que siglos después tomarían los peregrinos hacia la tumba del Apóstol Santiago.

Entre sus hijos ilustres, destaca Don Fernando García de Calzadilla, conocido también como Fernando García de Albújar, quien en 1598 fue uno de los primeros pobladores de Tenerife, dando origen a una familia con nombre y linaje.

Ya en el siglo XX, la figura de Antonio Rodríguez Moñino (1910-1970), hijo predilecto del pueblo, brilló con luz propia. Bibliófilo universal y profesor en prestigiosas universidades como California y Berkeley, fue Académico de la Real Academia Española. Reconocido como "Príncipe de los Bibliófilos", su legado es un tesoro para las letras. En 1971, más de 200 hispanistas y grandes de la literatura se reunieron en la plaza que lleva su nombre para rendirle homenaje, bajo el lema:


"Su senda fue la sabiduría; su meta la serenidad",
palabras dedicadas por Don Camilo José Cela.




      La joya arquitectónica de la localidad es la iglesia parroquial de San Salvador, del siglo XV. Su retablo mayor, pintado por Antón de Madrid a finales del siglo XV, es uno de los pocos ejemplos góticos que se conservan en Extremadura y está declarado Monumento Histórico-Artístico. Si deseas contemplarlo, consulta en el Ayuntamiento los horarios de misa, pues la iglesia suele estar cerrada fuera de estos momentos.



Iglesia de San Salvador

      La iglesia de San Salvador es una joya arquitectónica y espiritual que merece toda nuestra atención. Por su valor histórico y artístico se le ha concedido el título de Bien de Interés Cultural, reflejo del tesoro que alberga en su interior. Sus primeras referencias documentadas datan de 1494, cuando la Orden de Santiago visitó el templo, marcando su importancia en la historia local.

Al entrar, lo que más cautiva es el espectacular retablo gótico del altar mayor, uno de los pocos ejemplos góticos que se conservan en Extremadura y la única obra que se conserva del artista Antón de Madrid, quien tuvo su taller en la cercana ciudad de Zafra. Este retablo, declarado también Bien de Interés Cultural, es una verdadera obra maestra que invita a la contemplación y a la reflexión profunda.

El retablo, con su estructura sencilla pero elegante, está compuesto por una armadura de madera con una decoración netamente gótica. Sus 28 tablas pintadas y doradas forman un gran tríptico que narra los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, desplegándose en una composición en forma de meandro que atrapa la mirada y el alma del peregrino. En los laterales, las figuras de los cuatro evangelistas se muestran en lienzos externos, acompañando la historia visual que el retablo nos ofrece.

Otro detalle fascinante es el primer tramo de la nave, la capilla mayor y la bóveda del sotocoro, donde la bóveda de crucería con nervios de granito descansa sobre ménsulas adornadas con la cruz de Santiago, símbolo eterno que se eleva sobre un león rampante, testimonio del poder y la fe que marcaron esta tierra.

Visitar la iglesia de San Salvador es sumergirse en un espacio donde el arte y la espiritualidad se encuentran, un lugar donde el silencio invita a la conexión interior, y donde cada detalle invita a descubrir un pedazo de historia y devoción que ha acompañado al peregrino a lo largo de los siglos.




Ermita de la Encarnación

      A las afueras de Calzadilla de los Barros, y junto al albergue de peregrinos municipal, se alza la hermosa Ermita de la Encarnación, construida en honor a la patrona de la localidad, Nuestra Señora de la Encarnación. Este pequeño refugio espiritual, que data del siglo XVI, nos invita a la quietud y a la contemplación.

En su capilla mayor, resguarda con devoción un camarín donde se encuentra la venerada imagen tallada de la Virgen. Esta escultura, obra de autor anónimo, es una delicada talla en madera de nogal policromada, cuyo misterio y belleza se conservan desde hace siglos, irradiando paz y protección a quienes se acercan a ella.

La ermita es un excelente ejemplo de la arquitectura religiosa y el arte sacro de Calzadilla de los Barros, un espacio donde la historia y la fe se entrelazan para ofrecer al peregrino un momento de recogimiento y conexión profunda.

Visitar este santuario es detener el tiempo y sentir cómo el espíritu del camino se entreteje con la devoción popular, haciendo de cada paso una experiencia de luz y esperanza.




Calzadilla de los Barros > Zafra
18,3 km


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