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VÍA DE LA PLATA - Etapa 3: Castilblanco de los Arroyos - Almadén de las Plata



Información actualizada: 20 de enero de 2025



      Hoy nos espera la etapa más dura en la provincia de Sevilla, casi treinta kilómetros sin refugio de pueblo ni sombra amiga. Es un camino de fuego y paciencia, donde el sol, en su ardor, nos invita a caminar más despacio, a escuchar el latido profundo del cuerpo y el susurro callado del alma.

Tres tramos que se suceden como versos de un poema: primero, el asfalto nos recuerda la realidad y la disciplina, nueve kilómetros para templar el ánimo y el paso; luego, la tierra nos acoge en su abrazo, siete kilómetros que se funden con el suspiro del Parque Natural de los Berrocales, donde cada árbol y piedra guardan el secreto de la vida silenciosa.

Finalmente, la ascensión al Alto del Calvario, casi un kilómetro de entrega y esfuerzo, donde el cansancio se mezcla con la esperanza, y la recompensa es un mirador que abre el corazón y la mirada hacia un paisaje infinito, como un canto de alabanza a la naturaleza y al peregrino que no se rinde.


Caminar esta etapa es un acto de coraje y de fe, una invitación a mirarse dentro mientras el horizonte se abre paso en cada paso.



      Deshidratación, agotamiento, mareos… golpe de calor. Estos son enemigos silenciosos que pueden acecharnos si no somos conscientes de la exigencia y singularidad de esta etapa, sobre todo en verano.

Si el Camino te llama en los meses de más calor, es esencial prepararse con respeto y sabiduría. Camina en las horas frescas: al amanecer, cuando el sol es menos intenso y la naturaleza ofrece su calma más serena. La noche, bajo el manto de estrellas, puede ser una compañera mágica para los pasos valientes.

Hidrátate sin esperar a tener sed. Pequeños sorbos frecuentes mantienen el cuerpo vivo y fuerte. Protege tu piel con gorra, ropa ligera y protector solar que renueves a lo largo del día.

Lleva alimentos sencillos pero nutritivos: frutos secos, frutas deshidratadas, plátanos o barritas energéticas que te ayuden a reponer fuerzas sin cargar el cuerpo.

Escucha tu cuerpo y respétalo. Si notas mareos, fatiga o náuseas, detente, busca sombra y descansa. El Camino es paciente, y tú también debes serlo contigo mismo.

Caminar acompañado aporta seguridad y ánimo, nunca dudes en buscar la compañía de otros peregrinos cuando el peso del calor se hace más fuerte.

No olvides consultar cada día la previsión meteorológica y planificar el recorrido según las condiciones. Y lleva siempre el teléfono móvil cargado, con el número de emergencias a mano: el 112.


Caminar con prudencia y amor hacia uno mismo es la mejor manera de honrar este viaje sagrado.



      Comenzamos nuestros primeros pasos junto a la iglesia del Divino Salvador, en el corazón de Castilblanco. Salimos con el espíritu renovado y el cuerpo dispuesto. Caminamos despacio por las calles Miguel Hernández, Avenida de España, Fontanillas y, finalmente, la calle Pilar Nuevo, que nos conduce hasta la carretera comarcal SE-5405. Enfrente un pilón al otro lado de la carretera, desde allí, tomamos la izquierda para afrontar una larga lengua de asfalto que se extiende ante nosotros.


Es tiempo de paciencia y de entrega, de respirar cada paso y de transformar el esfuerzo en meditación.




      Ante nosotros se extienden diez kilómetros de monótono y duro asfalto, un tramo que, en época estival, puede convertirse en un auténtico desafío si no hemos tenido la prudencia de comenzar a caminar bajo la compañía de las estrellas.

Pasada la Finca Yerbabuena, en el kilómetro 8,2 de la etapa, el cansancio puede empezar a asomarse, pero aún queda un último tramo de asfalto, de apenas un kilómetro y medio más. Al llegar al kilómetro 9,8, decimos por fin adiós al asfalto. Una señal nos indica tomar una cómoda pista a la derecha de la carretera, esta la nueva Vía Pecuaria que sustituyó a la del histórico Salto de la Trocha.

Tras unos seis kilómetros por esta senda, llegamos a la entrada del Parque Natural de los Berrocales, fácilmente reconocible por sus dos enormes tinajas que parecen custodiar la puerta hacia un mundo más silente y sagrado (km 16).

Este cambio de paisaje también invita a cambiar el ritmo interior, para sumergirnos en la suavidad de la naturaleza, que siempre sabe hablar al peregrino que sabe escuchar.





      Los Berrocales pertenece al Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla, un vasto refugio de vida y silencio que se extiende por unas 177.484 hectáreas. Su paisaje está formado por suaves sierras cubiertas de encinas y alcornoques, entremezclados con cultivos dispersos, bosque mediterráneo, castañares y robles melojos que susurran historias antiguas.

Por el cielo del parque surcan majestuosas águilas imperiales ibéricas, acompañadas de sus parientes, las águilas reales y perdiceras, así como el silencioso buitre negro o leonado. Quizás, con un poco de suerte y paciencia, puedas sorprender la figura discreta de un ciervo o un jabalí, guardianes ocultos de este santuario natural.

Caminaremos por una amplia y cómoda pista, rodeada de alcornoques, respirando el aroma de la tierra y el bosque. Pronto pasaremos junto a una de las torres de vigilancia forestal, símbolo de protección y cuidado de estos parajes.

El sendero desciende con suavidad hasta la casa forestal La Morilla (km 17,5). Allí, junto a la casa, encontramos un pilón y una fuente de agua; una bendición para el peregrino. Sin embargo, advertimos con respeto que el agua de esta fuente es no tratada, por lo que recomendamos prudencia antes de beber.


Este lugar es un oasis para el cuerpo, y también un punto de recogimiento para el espíritu, invitándonos a conectar con la naturaleza y la sencillez del camino.




      Dejamos atrás la Casa Forestal por una cómoda pista en suave descenso. El paisaje adehesado nos cautiva, con sus encinas y alcornoques que parecen guardianes ancestrales, acompañándonos entre suaves subidas y bajadas que invitan a un paso tranquilo y reflexivo.

La senda serpentea hasta el arroyo La Venta, y si sus aguas llevan caudal, podremos usar los bloques encalados para cruzarlo, un pequeño reto que nos conecta aún más con la naturaleza que nos rodea.




      Al llegar a una intersección de caminos, viramos a la izquierda y contemplamos el despoblado de Berrocal, una huella silenciosa del pasado que dejamos a nuestra izquierda, mientras continuamos ascendiendo ligeramente por una ancha pista forestal.

Después de recorrer unos tres kilómetros, tomando como referencia el despoblado, llegamos a un portón metálico que marca el kilómetro (km 24,7).


El susurro constante de la naturaleza, nos recuerda que el Camino es también un viaje hacia nuestro interior.







      Tras superar el portón, tomamos una pista que nos conduce a las faldas del cerro El Calvario. El ascenso se vuelve más pronunciado al acercarnos a un hito que rinde homenaje a un peregrino que tristemente nos dejó en 2016, Michel Laurent.

Este es el tramo más duro de la jornada: una rampa corta pero exigente que nos invita a un esfuerzo consciente, a una entrega plena en cada paso. Al coronar el cerro del Calvario, alcanzamos el punto más elevado de la etapa, desde donde el paisaje se abre en una panorámica que recompensa el sacrificio.


En ese lugar, el aire parece renovarnos el espíritu, y el recuerdo de Michel nos acompaña, uniendo pasado y presente en el sendero eterno del peregrino.






      Lo logrado hoy no es poco. Recuperamos el aliento mientras contemplamos las hermosas vistas que se extienden ante nosotros, un premio merecido para el cuerpo y el espíritu.

Ya solo nos queda la bajada, una senda también llena de belleza y serenidad. El paisaje que nos rodea es un canto a la naturaleza, con los alcornoques como protagonistas principales. Estos árboles poseen un don especial que los distingue: su capacidad para regenerar la corteza cuando ha sido retirada parcialmente, un símbolo de resistencia y renovación que nos invita a reflexionar.

Pronto llegamos a unas grandes rocas donde los habitantes de Almadén han instalado una cruz que vigila y protege el pueblo, testimonio del arraigo religioso y la fe que sostiene a esta comunidad.

A tan solo 500 metros, se vislumbra la población, el fin de esta exigente etapa, donde podremos encontrar descanso y paz.





      Entramos en la población por la calle Olmo, que desemboca en una carretera. La seguimos hacia la derecha y, al llegar a un pilón, viramos a la izquierda, dirigiéndonos hacia la Iglesia de Nuestra Señora de Gracia.

Continuamos hasta la plaza donde se encuentra su puerta principal, un lugar que invita al recogimiento y a la contemplación después de esta intensa jornada.
(Km 28,3 - FINAL DE LA ETAPA).



      La villa de Almadén de la Plata se alza majestuosa entre los ríos Viar y Cala, en el corazón del Parque Natural de la Sierra Morena sevillana, a más de 500 metros sobre el nivel del mar.

Almadén de la Plata fue un enclave estratégico en la Reconquista de Fernando III el Santo, quien le otorgó la Carta Puebla y el derecho a lucir escudo propio. Más tarde, los almadenenses recibieron de los Reyes Católicos el título de Villa Leal, premio a su contribución en la caída del Reino de Granada.

Sus orígenes se remontan a la época romana, cuando era una pequeña población dedicada principalmente al laboreo de canteras de mármol, y a la extracción de hierro, cobre y plata. Durante la dominación musulmana, recibió el nombre de Almedín Balat, que significa "las minas de la calzada".

Pero la historia minera de Almadén se remonta aún más atrás, hasta la época fenicia, con la extracción no solo de plata, sino también de cobre y mármol. En el interior de la sierra no solo se esconden minerales, sino también otro tesoro: el agua. Por eso, al final de la Cuesta del Calvario, encontramos un pozo que extraía agua de las galerías interiores de la montaña, canalizándola hasta una antigua fuente de varios caños que abastecía a los habitantes del pueblo.

La villa ofrece varias opciones de alojamiento, entre ellas un albergue municipal y diversas alternativas privadas, ideales para el peregrino que busca descanso y recogimiento tras la larga jornada.



Iglesia Parroquial de Santa María de Gracia

      Esta iglesia data de finales del siglo XVI y principios del XVII, con un estilo renacentista decorado con elementos barrocos. Fue construida, entre otros, por Vermondo Resta y Hernán Ruiz II, este último maestro mayor de la Catedral de Sevilla.

Su estructura consta de una sola planta con nave simple dividida en cuatro tramos, acompañada de algunas dependencias y capillas adosadas. Destaca su singular campanario ubicado en el atrio, la bóveda de media naranja sobre la pechina de la Capilla Mayor, y los arcos perpiaños en el resto de la nave.

La cubierta del cuerpo de la iglesia es de bóveda de cañón con arcos fajones y lunetos. Posee dos portadas: la principal, situada a los pies del templo, y otra en el muro de la Epístola. La portada principal se compone de un arco de medio punto entre pilastras toscanas y un entablamento decorado con grutescos, fechado hacia mediados del siglo XVI. En una pilastra aparece la fecha de 1676, correspondiente a una reforma.

En su interior destacan un espléndido retablo sevillano del siglo XVIII, las esculturas del Cristo del Crucero y la Inmaculada, pertenecientes a los siglos XVI y XVII respectivamente, y nuestra Patrona, Santa María de Gracia. La orfebrería cuenta con una cruz de plata del siglo XVII y un cáliz del mismo material del siglo XVIII.

El 4 de enero de 1953, un gravísimo incendio destruyó parte de sus tesoros artísticos, incluyendo el altar mayor barroco, un cuadro de la Divina Pastora, y una imagen de la Virgen del Rosario. El altar mayor actual, también de estilo barroco, proviene de la Iglesia de San Felipe de Carmona (Sevilla) y fue instalado tras el incendio. La iglesia fue restaurada por última vez en 2002, casi en su totalidad.





Torre del Reloj

      En el Paseo del Reloj nos llama la atención la Antigua Casa Consistorial, un edificio del siglo XV que en sus orígenes se levantó como hospital, conocido como el “Hospital de los Ángeles”. En el siglo XVII fue transformado en ermita, y en 1905 se añadió la torre de estilo neomudéjar, que alcanza los 27 metros de altura. Coronada por un reloj preciso en dos de sus lados y una campana, esta torre da nombre al emblemático monumento, símbolo singular de Almadén de la Plata.


Castillo Medieval

      Sobre las ruinas del antiguo castillo se encuentran las actuales dependencias municipales. El Castillo de Almadén de la Plata data aproximadamente del año 1350, asentado sobre los restos de un fortín romano del siglo I d.C., que probablemente protegía una mina cercana a la ubicación de la actual iglesia de Santa María de Gracia. Su emplazamiento, poco habitual por no estar en un punto alto, revela su función estratégica ligada a la minería.

El castillo se dividía en varias partes: la Torre del Homenaje, las Torres de Flanqueo, el Aljibe o Pozo y la Muralla que protegía el recinto.

En el siglo XVIII, parte de sus restos se reutilizaron para construir un Pósito Municipal, lugar destinado al almacenamiento del grano. Los agricultores estaban obligados a depositar sus cosechas allí y retirarlas posteriormente en pequeñas porciones, tras descontar el impuesto para el gobernante. La entrada al pósito se hacía por la Torre del Homenaje, hoy con aperturas verticales que simulan troneras, y se accedía a la parte superior por escaleras. Los arcos exteriores datan de esta época, excepto el de la entrada al actual Ayuntamiento, que fue construido en la última reforma.

Durante el siglo XX se vendió parte del terreno del castillo para viviendas, perdiéndose gran parte del conjunto original. En 1997 se reformó la zona municipal, reconstruyendo la Torre del Homenaje según estudios sobre su altura original.

Actualmente se conservan restos significativos: un lienzo de muralla en el costado norte, parte de la Torre del Homenaje con la puerta original, la “tranca” de cierre de la entrada principal, parte de la Torre del Cubo y restos del muro del fortín romano. Se sabe que también existen vestigios en viviendas del entorno.

El edificio fue declarado Bien de Interés Cultural en 1985 por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, reconocimiento merecido a su valor histórico y cultural.


Reflexión final de la etapa

      Almadén de la Plata nos ofrece mucho más que un refugio tras la jornada; es un lugar donde el tiempo parece detenerse, donde la historia y la naturaleza se entrelazan para hablarnos de perseverancia y esperanza.

Caminar sus calles, admirar su iglesia y sentir la fuerza de su tierra es conectar con el alma de un pueblo que ha sabido resistir el paso de los siglos, tal como el peregrino resiste las adversidades del camino.

La piedra de sus muros, la madera de sus puertas, el eco de sus campanas, todo nos invita a la pausa, al recogimiento y a la gratitud. Aquí, en este rincón de la Sierra Morena, el peregrino encuentra el alimento para el cuerpo y el bálsamo para el espíritu.

Que la luz que se filtra a través de las vidrieras de Santa María de Gracia ilumine también nuestro caminar, recordándonos que cada paso, por duro que sea, nos acerca un poco más a nuestro destino interior.


ETAPA 4
Almadén de la Plata > Monesterio
34,2 Km

PRÓXIMA POBLACIÓN CON ALBERGUE:

El Real de la Jara
>>> 14,2 km <<<

>>> 34,2 km <<<
>>> 61,5 km <<<

Buen Camino




VÍA DE LA PLATA - Etapa 2: Guillena - Castilblanco de los Arroyos



Información actualizada: 14 de enero de 2025



      Hoy nos aguarda una jornada serena y hermosa. Poco a poco, la soledad y el silencio irán impregnando nuestros pasos, volviéndolos más íntimos, más nuestros. Atrás queda la gran ciudad con su bullicio y ese tráfico que tanto nos aleja del verdadero caminar. El rumbo ya apunta a la Sierra Norte de Sevilla, y el paisaje comienza a transformarse: campos de cultivo y dehesas se extienden a nuestro alrededor, regalándonos una belleza sencilla pero profunda.


¡Es tiempo de caminar, de mirar, de disfrutar!



      Desde la iglesia nos dirigimos hacia la Avenida de la Vega, que pronto dejamos atrás guiados por una flecha amarilla. No es una simple señal, es una invitación silenciosa a seguir confiando, a seguir caminando. El sendero desciende hacia la ribera del río Huelva. Si el caudal lo permite, lo cruzamos sin dificultad; pero si las aguas se alzan impetuosas, tendremos que rodear y salir de la localidad por la carretera. Así es el Camino: a veces nos deja pasar, otras nos enseña a fluir con lo que viene.

Poco después, al alcanzar un pequeño polígono industrial (Km 2,9), las flechas amarillas nos conducen hacia la Cañada Real de las Islas. Es un largo tramo en ascenso, entre campos de cultivo, donde el paisaje empieza a abrirse y el silencio se convierte en nuestro mejor compañero. En ese silencio, algo en nuestro interior también comienza a despertar.





      El terreno continúa en suave ascenso, rodeado de olivares y campos de cultivo que alegran la vista y acompañan el caminar. El paisaje comienza a transformarse al llegar al primer portón de la Vía de la Plata. Algo cambia, no solo afuera, también dentro.

Entramos en tierras del Cortijo de El Chaparral, y un paso canadiense nos abre las puertas a un nuevo mundo: la dehesa Km 7,5 de la etapa.

Aquí el aire huele distinto, y el alma lo nota. El silencio se hace más profundo, los árboles más sabios, y los pasos más recogidos. Parece que el Camino, como un viejo maestro, empieza a hablarnos sin palabras.

Entramos en la primera dehesa de la Vía de la Plata, donde la señalización nunca nos deja a la deriva. A veces son mojones de granito los que marcan el sendero, otras, las flechas amarillas, pintadas con cuidado en árboles, postes o piedras, como pequeños faros que iluminan nuestro andar. En ese paisaje abierto y antiguo, cada señal es un guiño, una invitación a no perder la senda, tanto exterior como interior.





      El trazado continúa en ligero ascenso, aunque algún tramo puede presentar una pendiente más abrupta, marcada por la erosión del suelo. El Camino, como la vida misma, a veces se suaviza y otras nos reta a mantener la firmeza en la subida.

Tras este largo caminar, llegamos a una pista ancha que nos conduce sin prisa hasta una carretera. Junto a ella, un monolito conmemorativo de la Vía de la Plata se alza, silencioso guardián de historias y peregrinos (Km 14).

Al cruzar la A-8002, el camino sigue paralelo a la carretera. La mirada se abre al horizonte mientras avanzamos, y después de unos 3,5 km, llegamos a una glorieta, esa puerta que nos anuncia la llegada a Castilblanco de los Arroyos (Km 17,5).

Aquí, en esta entrada al pueblo, el Camino nos invita a detenernos un instante, a respirar hondo y preparar el espíritu para lo que queda por andar.





      Entramos en Castilblanco de los Arroyos por la avenida Antonio Machado, siguiendo el pulso tranquilo de sus calles. El albergue municipal para peregrinos se encuentra a la derecha, justo tras pasar la gasolinera (Km 17,9), un remanso de paz y hospitalidad.

Este albergue es cuidado con dedicación por hospitaleros voluntarios, guardianes del espíritu peregrino que acogen a quien llega cansado, con el alma sedienta de descanso y compañía.

Nuestro final de etapa lo fijamos en la parroquia de la localidad, en la hermosa y encalada iglesia del Divino Salvador (Km 18,6 - FINAL DE LA ETAPA). Allí, en ese templo sereno, concluye este tramo del camino, invitándonos a la reflexión y al agradecimiento por el don de caminar.








      Este bello pueblo de la Sierra Norte de Sevilla se alza en las primeras estribaciones de Sierra Morena, custodiando siglos de historia, tradiciones y silencios que hablan al alma del peregrino.

Sus calles, encaladas y apacibles, reflejan la sencillez y la calidez de sus gentes, que han mantenido viva la herencia de sus antepasados en un entorno donde la naturaleza y la historia se entrelazan con armonía.

La época romana dejó huellas imborrables en sus alrededores, con numerosas villas rurales, antecesoras de los cortijos actuales, y fue cruzado por una de las calzadas más importantes del Imperio: la Vía de la Plata, arteria vital que unía el sur con el norte peninsular. Se cree que ya entonces existía un pequeño núcleo poblacional donde hoy se levanta Castilblanco, abrazado por el paso de los siglos.

Tras la conquista cristiana por Fernando III, el pueblo aparece documentado en los repartimientos de Sevilla, confirmando su importancia en la región.

En el siglo XIV, Castilblanco figura en el Libro de Montería, obra encargada por Alfonso XI que recoge con detalle y lirismo la riqueza natural y humana de estas tierras, legado singular comparable solo con grandes textos medievales europeos.

Castilblanco ha sido durante siglos refugio y apeadero para viajeros que atravesaban el sur de la península. La actual carretera que atraviesa la localidad conserva el trazado de la antigua calzada romana, testigo mudo del paso de innumerables peregrinos, comerciantes y viajeros.

Entre Castilblanco y Almadén de la Plata aún se conservan restos de una posada romana de tres plantas, que ofrecía cobijo a quienes necesitaban descansar tras largas jornadas bajo el sol o la lluvia.

Hoy, Castilblanco invita al caminante a detenerse y escuchar: el susurro de sus árboles centenarios, el canto lejano de los pájaros, el eco de pasos antiguos que aún resuenan en sus caminos.

Caminar por sus calles y sus alrededores es sentir la conexión profunda entre historia, naturaleza y espíritu, un regalo para quien busca más que un destino, un encuentro consigo mismo.



Iglesia del Divino Salvador

      En el corazón del pueblo, la iglesia del Divino Salvador se alza como un faro de calma y recogimiento, testigo silente del paso del tiempo y refugio espiritual para peregrinos y vecinos.

Este templo, de estilo barroco sevillano, fue construido en el siglo XVIII sobre antiguas estructuras religiosas anteriores, y desde entonces ha sido el centro de la vida comunitaria y espiritual de Castilblanco. Su sencilla pero elegante fachada encalada refleja la luz del sol andaluz, invitando a la contemplación y al sosiego.

El interior del Divino Salvador acoge retablos ornamentados, imágenes veneradas y un silencio que parece envolver el alma. Cada rincón invita al recogimiento, a la oración pausada y al agradecimiento por el don de la vida y el caminar.

Para el peregrino, detenerse ante esta iglesia es mucho más que una pausa física: es un momento para renovar el espíritu, para agradecer las fuerzas recibidas y para prepararse para el siguiente tramo del Camino. Sus campanas, al repicar, parecen cantar antiguas melodías que acompañan los pasos y bendicen el viaje.

Además, la iglesia suele ser punto de encuentro y acogida en festividades y celebraciones locales, manteniendo viva la tradición y la comunidad que han hecho de Castilblanco un lugar tan especial.

Caminar hacia ella, cruzar su umbral y sentarse en sus bancos es entrar en un espacio sagrado donde la historia, la fe y el silencio se entrelazan para nutrir el alma.


Historia popular:
La Campana del Divino Salvador

      Cuentan los mayores de Castilblanco que la campana mayor de la iglesia del Divino Salvador tiene un don especial: se dice que sus campanadas protegen a quienes caminan por la Vía de la Plata, acompañándolos en las horas difíciles y guiándolos hacia la paz interior.

En tiempos antiguos, cuando las tormentas azotaban la Sierra Norte y los caminos eran más solitarios y duros, la voz de esta campana era como un faro en la oscuridad. Muchos peregrinos aseguraban que, al escuchar su sonido, sentían renacer la fuerza y el ánimo para continuar su viaje.

Hoy, esa tradición sigue viva, y detenerse en la iglesia para escuchar sus campanas es como recibir una bendición que trasciende el tiempo.


Poema para el peregrino
en el Divino Salvador

En la calma del templo,
resuena el eco del alma,
un susurro que alivia,
un latir que no se calma.

Puerta abierta al silencio,
refugio en la jornada,
el Divino Salvador llama,
a la paz, a la mirada.

Peregrino, detente,
respira, contempla, siente,
que aquí el tiempo se pliega,
y el corazón se ausenta.


Castilblanco de los Arroyos > Almadén de la Plata
28,2 km


PRÓXIMA POBLACIÓN CON ALBERGUE:

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Buen Camino