Comenzamos a dar nuestros primeros pasos tomando como punto de partida la iglesia de Nuestra Señora de Gracia. Entre naranjos y bajo un cielo sereno, seguimos las flechas amarillas por la plaza del Reloj. Continuamos por la calle Coso, viramos a la derecha y subimos hasta la plaza de toros. Es un buen momento para echar una mirada atrás y despedirnos de esta encantadora villa blanca enclavada en la serranía sevillana, antes de adentrarnos en el camino que nos llevará a tierras nuevas.
Caminamos entre extensas “plantaciones” de placas solares, símbolo silencioso de la energía que mueve esta tierra. En un suave descenso, nos acercamos a la primera cancela de la jornada, que como una puerta invisible, nos invita a entrar en un hermoso entorno adehesado, refugio de calma y vida.
Tras unos dos kilómetros, la Finca La Postura aparece ante nosotros, una hermosa y antigua hacienda que dejamos atrás cruzando un pequeño puente. Apenas 150 metros más adelante, tomamos un sendero a la izquierda que desciende hasta el arroyo de la Víbora. Su murmullo nos acompaña en este instante de recogimiento, y lo cruzamos con respeto, sintiendo la presencia del agua que purifica y renueva.
Un monolito de granito, solitario guardián de La Vía de la Plata, nos señala que el camino sigue siendo el nuestro. El terreno se suaviza, y el paisaje adehesado nos envuelve con su quietud. Pasamos junto a fincas con animales, testigos humildes de este ritmo pausado. Finalmente, una fuerte bajada nos conduce al arroyo de la Huerta del Corcho, cuyas aguas se entregan a la Rivera del Cala, recordándonos la constante entrega y flujo de la vida. Aquí, en el kilómetro 7, tocamos el punto más bajo de la jornada, momento para pausar, respirar y conectar con el largo camino que aún queda por andar.
A partir de este momento, el camino se eleva en un ascenso constante, a veces con desniveles pronunciados que ponen a prueba nuestro cuerpo, pero no nuestro espíritu. No hay motivo para inquietarse, pues la flecha amarilla, pintada con dedicación por peregrinos voluntarios, nos acompaña siempre, como un faro luminoso que nos guía y tranquiliza. Su presencia nos brinda la seguridad y el ánimo necesario para seguir adelante, paso a paso, con confianza serena.
Tras cruzar una cancela, comienza un breve descenso, algo abrupto, que nos invita a soltar la tensión y respirar hondo. Abajo, nos espera otra cancela (km 9,4), que abre el paso a una ancha pista de tierra: el antiguo camino viejo de Almadén o de Los Bonales. Por esta vía caminaremos durante los próximos cuatro kilómetros, con la mirada puesta en El Real de la Jara, destino cercano que nos espera con su silencio y acogida.
Entramos en la última población de la provincia de Sevilla por la calle Pablo Picasso.
Esta población tiene un albergue municipal, la “Casa del Cura”, inaugurado en 2024 es un refugio moderno y sencillo, pensado para cubrir todas las necesidades del peregrino. Está situado en la calle Real, 39, justo a pie del camino y cercano a la iglesia, ofreciendo un espacio donde cuerpo y alma pueden hallar descanso para quien decida terminar aquí su jornada.
Quizás los catorce kilómetros de subidas y bajadas resulten suficientes para algunos peregrinos, quienes prefieran dividir la etapa en dos, haciendo noche en El Real de la Jara para afrontar al día siguiente los últimos veinte kilómetros hasta Monesterio con renovadas fuerzas y espíritu.
Para quienes decidan completar la etapa de una sola vez, es aconsejable detenerse, reponer energías y rellenar las botellas de agua, porque el tramo que queda, aunque menos exigente, transcurre por una ancha pista de tierra entre dehesas abiertas y con poca sombra. Al final de la jornada, una última subida al Puerto de la Cruz nos reta suavemente antes de llegar a Monesterio, donde el descanso y la calma nos esperan.
“En el camino, escucha a tu cuerpo y a tu alma: a veces detenerse es avanzar. La etapa puede dividirse para disfrutar cada paso con calma y encontrar en el descanso la fuerza para seguir.”
un refugio con historia en la Vía de la Plata
El Real de la Jara es la última población de la provincia de Sevilla que encontramos en nuestro Camino por la Vía de la Plata. Situada en el corazón del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla, en el cruce de fronteras con las provincias de Huelva y Badajoz, esta villa nos recibe con la solemnidad que solo la naturaleza y la historia pueden ofrecer.
De remoto origen, El Real de la Jara ya era conocida en tiempos romanos. Algunos historiadores sugieren que podría haber sido parte de la antigua Tartesia, cuyo origen, según leyendas, se atribuye al mismísimo Rey Salomón. Aunque despoblada durante la dominación visigoda, la villa resurgió con fuerza en la época almohade, alcanzando notoriedad y desarrollándose hasta emanciparse del Califato de Córdoba en el año 1148. Los musulmanes llamaron a este lugar “Xara”, nombre que evoca el espeso matorral que antaño rodeaba la población.
A principios del siglo XIII, la villa fue conquistada y repoblada por los Caballeros de Santiago bajo el mandato de San Fernando, quien la incorporó a la jurisdicción de Sevilla. Cuenta la tradición que estos caballeros fueron guiados por un ciervo que los condujo al punto más débil de las murallas del castillo, permitiendo así su victoria.
En el siglo XIV, Alfonso XI acampó en El Real de la Jara antes de la decisiva Batalla del Salado, hecho que pudo influir en la adición del término “Real” a su nombre. Esta denominación se confirma más tarde cuando los Reyes Católicos le otorgaron el Fuero Real en agradecimiento por su fidelidad durante las revueltas civiles del siglo XV y por su apoyo en la lucha contra los moros de Granada en 1498.
Hoy, la economía local gira en torno a la ganadería, especialmente la cría del cerdo ibérico de bellota, reconocida mundialmente. También destacan la ganadería vacuna, lanar y caprina, que alimentan industrias locales de quesos, carnes y chacinas. Además, la zona se beneficia de la explotación de la Mina de Cobre-Níquel de Aguablanca, la extracción de corcho y la producción de miel, recursos que mantienen viva la relación ancestral entre el hombre y la tierra.
Seguimos el Camino por la calle Real, guiados por los azulejos que marcan la Vía de la Plata. Viramos a la izquierda para visitar la iglesia de San Bartolomé, un lugar de recogimiento y espiritualidad que nos recibe en el kilómetro 14,2 de la etapa.
Nos detenemos en la iglesia de San Bartolomé, joya mudéjar que conserva su estructura original del siglo XV, representativa del característico estilo serrano de arcos transversales. Su arquitectura sencilla pero imponente acoge tres naves con cubiertas modernas y una capilla mayor adornada con bóvedas de nervaduras, que parecen elevar el alma hacia lo divino.
En su interior, el tiempo se detiene entre obras de arte que nos hablan desde el siglo XIII. Destaca especialmente el cuadro de «Las Ánimas», atribuido a Francisco de Zurbarán, que evoca la profundidad de la fe y la conexión entre el mundo visible y el espiritual. Este tesoro artístico puede visitarse en horas de culto, un momento propicio para sumergirse en el silencio sagrado de la plaza de San Bartolomé.
La iglesia ha sido testigo silencioso de los siglos y los acontecimientos de esta villa fronteriza. Durante la Reconquista, sirvió no solo como templo de devoción sino también como refugio para los vecinos en tiempos de conflicto. Su campanario, que aún se alza firme, marcaba el ritmo del día y convocaba a la comunidad a la oración, al trabajo y al descanso.
Cuentan las crónicas locales que, en noches de luna llena, aún se puede escuchar el eco lejano de las plegarias y cantos antiguos, un susurro espiritual que invita al peregrino a detenerse, escuchar y reencontrarse con la esencia del camino.
Pisar este templo es sentir la historia y la espiritualidad que han acompañado a los peregrinos a lo largo de los siglos, un remanso de paz donde el caminante puede hallar calma, reflexión y esperanza antes de continuar su andadura.
La Ermita de Nuestra Señora de los Remedios, un espacio cargado de historia y espiritualidad. En sus orígenes, esta ermita cristiana pudo haber sido una mezquita árabe, y aún conserva vestigios de aquel pasado, como el Mihrab, que nos habla del diálogo entre culturas y creencias que han marcado esta tierra.
Después de haber servido como depósito carcelario, este santuario ha sido restaurado gracias al esfuerzo de la Escuela Taller «El Realejo», que ha devuelto vida y dignidad a sus muros. Hoy, frente al albergue de peregrinos, en la calle Cervantes, s/n, este lugar invita al peregrino a detenerse, respirar en silencio y sentir la continuidad de la fe que atraviesa los siglos.
Caminar junto a la Ermita de los Remedios es un recordatorio de que el Camino es también un espacio de encuentro, donde las huellas del pasado se entrelazan con la esperanza del presente y la promesa del camino por venir.
El Castillo Medieval, construcción cristiana de estilo mudéjar levantada a finales del siglo XIV, fue un importante núcleo defensivo durante la Edad Media. Sus sólidos muros, construidos principalmente en mampostería, han resistido el paso de los siglos y hoy conservan la base completa de la muralla, recientemente restaurada.
Este recinto fortificado, abierto al visitante, invita al peregrino a contemplar la historia viva que se entrelaza con el paisaje, recordándonos la fortaleza interior que también se cultiva en el Camino. Pasear por sus piedras es conectar con el pasado, sentir la fuerza de quienes defendieron estas tierras y encontrar en su silencio un espacio para la reflexión.
En el Museo de Ciencias Naturales, situado en la Torre del Reloj (calle Cervantes, s/n), se conserva una valiosa colección que nos acerca al pasado y la riqueza de esta tierra. Entre sus paredes, reposan restos arqueológicos hallados en las excavaciones del Castillo Medieval, junto a otros descubrimientos que nos hablan de la historia y la vida que aquí floreció.
Además, el museo alberga una variada muestra de animales autóctonos, disecados con maestría por Rafael Díaz, taxidermista local, que nos invita a conocer la fauna que ha habitado estos parajes, estrechando el vínculo entre el peregrino y la naturaleza que lo rodea.
Visitar este museo es una invitación a detenerse y contemplar la memoria viva de un territorio que, como el Camino, guarda secretos y enseñanzas para quien sabe mirar con el corazón abierto.
Salimos de la localidad por la Calle José María Pedrero, en el extremo norte del pueblo, y tras recorrer apenas un kilómetro, llegamos al vado del Arroyo de la Víbora (km 15). Cuando las aguas son mansas, cruzarlo es sencillo; pero si la lluvia ha hinchado su caudal, habrá que descalzarse y avanzar con cuidado.
En este punto, el arroyo marca una frontera natural entre Andalucía y Extremadura, y nos da la bienvenida a la provincia de Badajoz con la silenciosa presencia de las ruinas del Castillo de las Torres. Este pequeño castillo cristiano, construido entre los siglos XIII y XIV, fue reforzado con dos torreones en sus esquinas, que justifican su nombre de “Las Torres del Real”.
Pensado para proteger y dar apoyo a los viandantes de entonces, este castillejo nos invita a reflexionar sobre la importancia de la protección y el refugio en nuestro propio peregrinaje, recordándonos que, más allá de la fuerza física, la fortaleza interior es la que sostiene el camino.
En tierras de Extremadura, la señalética jacobea adquiere un carácter muy singular, reflejando la profunda historia que guarda esta tierra. Los cubos de granito, con el grabado del Arco de Cáparra —símbolo emblemático del Camino por Extremadura— nos acompañan en el camino como guardianes del pasado.
En uno de sus lados, estos cubos lucen azulejos que indican el tipo de senda que seguimos: cuando el color es verde azulado, caminamos sobre la antigua calzada romana, testigo silencioso de viajeros de siglos atrás. Si el azulejo es amarillo, nos encontramos en el trazado oficial del Camino de Santiago.
En ocasiones, ambos colores se presentan juntos, señalándonos que transitamos simultáneamente sobre la calzada romana y el trazado jacobeo, un doble legado de historia y espiritualidad. Más recientemente, se han incorporado azulejos con la concha y la flecha amarilla, un acierto que añade la identidad jacobea a estos cubos, que antes carecían de motivos específicos del peregrinaje.
Estos detalles, aparentemente pequeños, enriquecen el recorrido y nos invitan a sentir el peso de la historia en cada paso, a caminar conscientes de que nuestros pies recorren senderos milenarios que unieron cuerpos, almas y destinos.
A pocos metros, a nuestra derecha, se encuentra el Complejo Leo, un amplio espacio para viajeros que ofrece múltiples servicios, entre ellos bar y restaurante, ideal para reponer fuerzas o descansar un rato.
En este punto, debemos prestar atención, pues entramos en un nudo de comunicaciones. Al llegar a una gran rotonda, las flechas amarillas nos indican continuar por el arcén de la N-630, que pasa bajo la autovía. Apenas unos metros más adelante, las señales nos guían hacia las ruinas de la antigua ermita de San Isidro (km 26).
Seguimos por un sendero que se adentra en una ladera arbolada, paralela a la carretera. Tras recorrer aproximadamente dos kilómetros y medio, el sendero nos conduce de nuevo a la N-630. Caminamos unos cuatrocientos metros hasta llegar a un paso bajo la autovía (km 29).
Descendemos hacia una pista asfaltada que nos lleva junto al Camping Tentudía. La pista se convierte entonces en un ascenso constante que, tras un último repecho, nos invita a coronar el Puerto de la Cruz (km 32,3).
La cruz que aquí se alzan es la materialización de una devoción popular a la Santa Cruz, que aprovecha los restos paganos de la romanidad. Su base, construida con ladrillos, está adornada con unos peldaños que ascienden hasta la cruz, fijada en una antigua columna romana de mármol azul, símbolo del diálogo entre épocas y creencias.
En la cima encontramos un área recreativa que nos conduce a una glorieta cercana, donde una escultura representa la riqueza y esencia de esta comarca. Desde aquí, entramos en Monesterio, “la ciudad del jamón”.
Monesterio es uno de esos encantadores pueblos de Badajoz que nació y creció junto a la antigua Vía de la Plata, y que hoy en día ha convertido el jamón ibérico en su producto más emblemático.
Rodeada de dehesas pobladas de encinas, la localidad es un referente internacional en productos derivados del cerdo ibérico. Todo lo relacionado con este exquisito manjar lo podemos descubrir en el Museo del Jamón Ibérico de Monesterio, un lugar que rinde homenaje a esta tradición y al saber hacer de sus gentes.
Entramos en Monesterio por la avenida de Extremadura, y al llegar a una glorieta nos encontramos con el Museo del Jamón, un homenaje a la tradición y al arte del cerdo ibérico que define esta tierra.
Continuamos hasta el número 218, donde se sitúa uno de los albergues de la localidad, el parroquial, que ofrece refugio y descanso al peregrino. A pocos metros, una desviación nos lleva al albergue municipal de Las Moreras, ubicado a unos 800 metros, también preparado para acoger al caminante.
Damos por concluida nuestra etapa en la Parroquia de San Pedro Apóstol, en la plaza del Pueblo, junto a la pequeña y acogedora plaza del Mercado (km 34,9 - FINAL DE LA ETAPA). Un lugar para la reflexión y el agradecimiento tras una jornada llena de pasos, paisajes y vivencias que nutren el cuerpo y el alma.
Monesterio debe su origen al monasterio de Santa María de Tentudía, ubicado en la cima más alta de la provincia de Badajoz, a 1.104 metros de altitud y a unos 9 km de la localidad, aunque fuera de la ruta jacobea. Este monasterio, que resguarda importantes retablos, fue durante siglos una Encomienda de la Orden de Santiago y estuvo vinculado al control y protección de la zona.
En el término municipal se hallan dos dólmenes en la finca La Cabra, enterramientos megalíticos que superan los 5.000 años de antigüedad, testigos mudos de las civilizaciones que habitaron estas tierras. Más tarde, el núcleo de Monesterio formó parte de la Beturia Céltica, un extenso territorio al sureste del Guadiana.
Durante la dominación romana, Monesterio fue conocido como Curiga, la primera mansión romana de la Vía de la Plata, mencionada por Plinio y Ptolomeo y en el Itinerario de Antonino. Integrada en la provincia Bética, Curiga era un enclave clave para el tránsito y control de esta calzada, contando incluso con territorios tributarios cercanos, y delimitando regiones históricas como la Beturia, la Bética y la Lusitania.
En la época musulmana, Monesterio estuvo ligada a los vaivenes del control territorial, hasta que en el siglo XIII, durante la conquista cristiana de Sevilla, quedó en manos de la Orden de Santiago y su Maestre Don Pelayo Pérez Correa. Tras la batalla de Tentudía, Monesterio quedó establecida como Encomienda de la Orden, hasta que en el siglo XVI Felipe II la convirtió en villa de Señorío bajo la ciudad de Sevilla.
La iglesia fortificada de San Pedro Apóstol es un testimonio arquitectónico de estilos gótico-mudéjar y renacentista, con primeras referencias escritas en el siglo XV. Su estructura primigenia seguía una planta basilical de tres naves sostenidas por arcos, con un majestuoso altar mayor abovedado con crucería gótica y una antigua sacristía con techumbre más sencilla.
En su construcción se aprovecharon materiales romanos, como columnas y sillares, integrando así el pasado en su estructura. Durante el siglo XVI se añadieron detalles como una torre con el reloj de la villa y un retablo manierista realizado por Jerónimo Velázquez, destacado maestro de la época.
El siglo XVII trajo remodelaciones que transformaron la techumbre en una gran bóveda de cañón con lunetos, y a principios del XVIII se añadió la capilla del Rosario con su cúpula sustentada por pechinas, que sirvió de panteón para los fundadores. En ella se albergaba una Sagrada Familia de figuras tamaño natural con detalles en plomo.
En 1936, durante la II República, el templo sufrió un incendio devastador. Sin embargo, la devoción popular logró conservar y restaurar muchas de sus obras. En la década de 1940, el pintor Eduardo Acosta Palop decoró varias partes del templo, y junto con el pintor Antonio Pérez-Carrasco Megía, renovaron capillas y azulejos. Gracias a ellos, el escultor sevillano Echegoyán pudo crear nuevas imágenes religiosas, incluyendo la de san Isidro.
Entre sus tesoros se encuentra la Cruz Procesional, obra de Francisco de Alfaro en 1597, reflejo de la rica tradición artística y espiritual que ha marcado la historia de Monesterio y su iglesia.
Para la reflexión
Cada vez que emprendemos un nuevo tramo del Camino, no solo nos movemos sobre la tierra; también viajamos por los senderos invisibles del alma. El peregrinar es una metáfora viva de nuestra existencia: caminar con atención, con humildad y con apertura al misterio que nos rodea y habita en nuestro interior.
El Camino nos invita a soltar el peso de lo superfluo, a mirar con ojos nuevos, a escuchar el susurro de nuestra propia esencia y a descubrir que la verdadera meta no está en un punto geográfico, sino en la transformación que ocurre paso a paso.
Que cada pisada sea una plegaria, cada descanso una meditación y cada encuentro una bendición.
Ultreia
3 comentarios:
Que belleza de etapa, las fotografias, ilustrado por un texto extraordinario, de datos documentales, culturales, es una gozada leerlos, estoy feliz de la pagina Via de la Plata y del blog, por todo lo que estoy aprendiendo. Emhorabuena por la riqueza de su contenido.
Por desgracia no puedo dedicarle el tiempo que quisiera, pero tus palabras me animan a seguir adelante. Muchas gracias, eres muy generosa.
Aquí en Melbourne Australia sigo tus pasos. Este blog es extraordinario. Me encantan tus fotos y tu manera de describir la etapa. Hay mucha información relevante y clara. Muchísimos gracias por tu trabajo. No es fácil encontrar tiempo para escribir después de un día largo caminando. Me gustaría compartir la página con amigos pero por desgracia no tengo muchos que puedan leer en español. Buen camino. :)
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