VÍA DE LA PLATA - Etapa 9: Torremejía - Mérida


Información actualizada: 14 de marzo de 2025



      La etapa de hoy es breve y sin complicaciones, pero cargada de simbolismo. Desde Torremejía, el Camino avanza entre suaves lomas y tierras de labor hasta entrar en Mérida, antigua Emérita Augusta, una ciudad que conserva intacta la huella profunda de Roma. El perfil del terreno es amable, lo que permite caminar con sosiego, saboreando el paso lento, ese que deja espacio al pensamiento y a la contemplación.

El trayecto discurre por pistas agrícolas, sin apenas sombra ni fuentes, por lo que conviene madrugar y llevar agua suficiente. Aunque la distancia es corta, el sol puede acompañar con fuerza en los meses de verano.

El final de etapa es especial: llegamos a una ciudad que fue capital de la provincia romana de Lusitania y que hoy recibe al peregrino con puentes, templos y teatros milenarios. Caminar por Mérida es hacerlo entre piedras que hablan, memoria de una humanidad que también caminaba en busca de sentido.


"Al entrar en Mérida, no entras solo en una ciudad: entras en el tiempo."


      Partimos desde la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, punto de cierre y de inicio, donde cada paso se despide del ayer y abraza lo nuevo. Tomamos la calle Ancha, que nos conduce hasta la Avenida de Extremadura (N-630), por la que continuamos caminando con precaución por el arcén. Tras pasar una gasolinera, a unos 400 metros, tomamos un carril de tierra a la derecha, que discurre en paralelo a la carretera.

Si el día ha traído lluvia o el terreno está húmedo, conviene continuar por el asfalto, ya que este tramo puede volverse fácilmente intransitable debido al barro.

Cruzamos junto a unos viveros, y poco después se nos presenta un arroyo, que en tiempo seco apenas un hilo de agua. Lo superamos sin dificultad, y en menos de 300 metros alcanzamos la carretera EX-105 (Km 3).

Proseguimos por un camino que discurre paralelo a la N-630. En menos de 400 metros llegamos a un tramo asfaltado de una antigua carretera, donde la presencia de las vías del tren comienza a acompañarnos por la derecha. Caminamos junto a ellas hasta cruzarlas tras unos 900 metros, paso que nos conecta con el siguiente tramo hacia la antigua capital de la Lusitania.




      Tras unos 700 metros, regresamos al asfalto de la carretera N-630 (km 4,9). Caminamos por ella con precaución durante unos 2 kilómetros, hasta que unas flechas amarillas —esas compañeras fieles del peregrino— nos invitan a abandonar la carretera y tomar un camino a la derecha (Km 7).

Este desvío nos conduce hasta una pista ancha que pasa junto a una factoría de celulosa, que pronto dejamos atrás para adentrarnos en un camino de tierra. Conviene estar atentos: a partir de aquí, comienza un largo tramo entre campos de viñedos, hermoso en su amplitud, pero que en tiempo de lluvias puede transformarse en un auténtico barrizal, dificultando mucho la marcha. El terreno exige prudencia, especialmente si las condiciones meteorológicas han sido adversas.


El Camino, como la vida, no siempre es firme bajo los pies. Pero el paso consciente suaviza cualquier tropiezo.





      El camino continúa paralelo a una granja, y tras unos 800 metros tomamos una amplia pista vecinal que nos conduce, sin sobresaltos, hasta las puertas mismas de Mérida.

Cruzamos la carretera y seguimos la indicación de las flechas amarillas, que nos invitan a pasar bajo un puente de la carretera N-360 (km 13,9). En este punto se nos abren dos posibilidades: la primera, seguir el recorrido oficial, claramente marcado, que continúa bajo el puente y discurre por la avenida de Alange hasta alcanzar el puente romano (Km 14,5). La segunda opción, más corta y a menudo más grata, es continuar por un hermoso paseo junto al río Guadiana, que nos lleva también hasta el puente milenario. Esta variante, además de ser más serena, ofrece una entrada más contemplativa a la ciudad, mecida por el murmullo del agua y la sombra de los árboles.

Finalmente, el puente romano de Mérida se abre ante nosotros, extendiéndose sobre el río Guadiana como un umbral solemne. Con sus 792 metros de longitud, fue el segundo más largo del Imperio Romano, solo superado por el que cruzaba el Danubio. Sus piedras, aún firmes tras dos milenios, nos guían hacia el corazón de Emérita Augusta, la ciudad que el emperador Octavio Augusto mandó fundar como hogar para los soldados eméritos de las legiones que combatieron en las guerras cántabras.

Entrar en Mérida es como entrar en la historia. Y hacerlo a pie, por su puente, es algo más: es sentir cómo el tiempo se disuelve bajo los pasos, y el pasado se convierte en presente.






Puerta de Roma:
el puente y la entrada a Mérida

      El puente romano de Mérida, con sus 792 metros de longitud y 60 arcos, es mucho más que un paso sobre el río: es una obra viva del tiempo. Aunque construido en época romana, ha sido reparado y reconstruido en distintas ocasiones a lo largo de la historia. De hecho, la primera restauración documentada se remonta a época visigoda, gracias al testimonio del Codex Toletanus, donde se menciona al dux Salla colaborando en la restauración del puente y las murallas de la ciudad.

Durante siglos, el puente soportó crecidas del Guadiana y conflictos bélicos. Su última gran restauración fue en el siglo XIX, y estuvo en uso hasta 1993, año en que se restringió al tránsito peatonal, devolviéndole su carácter pausado y digno, propio de quien recibe peregrinos.



      Tras cruzarlo, llegamos a la Plaza de Roma, donde la Loba Capitolina, donada por la ciudad de Roma, nos recuerda la hermandad histórica entre ambas ciudades. Desde allí comienza el Parque de las Siete Sillas, un pulmón verde que bordea el río Guadiana. Su curioso nombre remite a la época en que los restos del Teatro y el Anfiteatro Romanos permanecían enterrados bajo la tierra. Solo se veían algunas columnas que el pueblo atribuía a las sillas de siete reyes moros.

A la derecha queda la Alcazaba árabe, testigo de otros siglos y otras culturas. Continuamos por la calle del Puente y llegamos a la Plaza de España, donde nos espera el templo de Santa María la Mayor (Km 15,5 - FINAL DE ETAPA).






Quien lo desee, puede continuar hacia el albergue de peregrinos: desde la Loba Capitolina, basta seguir el parque junto al Guadiana, pasando el Puente Lusitania, hasta llegar al Molino de Pan Caliente, albergue que acoge al caminante con sencillez y calidez (Km 16).







Mérida:
ciudad de piedra, memoria y eternidad

      Pocos lugares del Camino reúnen tanta historia como Mérida. Fundada en el año 25 a.C. por orden de Octavio Augusto, fue capital de la provincia romana de Lusitania y uno de los focos culturales, políticos y religiosos más importantes del Imperio en Hispania. Hoy, su legado monumental sigue vivo y acogedor. 

      El Teatro Romano, con su graderío restaurado y su frente escénico majestuoso, acoge cada verano representaciones clásicas que reavivan el arte bajo las estrellas. Junto a él, el Anfiteatro revive la memoria de los antiguos juegos. No lejos, el Templo de Diana, el acueducto de Los Milagros, el Circo Romano, las termas y la Casa del Mitreo, completan un conjunto que ha sido reconocido como Patrimonio de la Humanidad.

En el corazón cristiano de la ciudad se alza la Concatedral de Santa María, construida sobre una antigua basílica visigoda. Y en sus calles, la vida contemporánea convive con la memoria antigua, ofreciendo al peregrino la posibilidad de un encuentro profundo con el tiempo.


Mérida:
ciudad de historia, fe y encuentro


Basílica de Santa Eulalia:

      Mérida es, además, uno de los núcleos fundamentales en el nacimiento del cristianismo en la península ibérica. Aquí se encuentra la Basílica de Santa Eulalia, considerada el primer templo cristiano erigido en Hispania tras la Paz del emperador Constantino.

Esta basílica martirial fue construida en memoria de Eulalia de Mérida, joven mártir cuya vida y sacrificio trascendieron fronteras, convirtiendo este lugar en un punto de peregrinación durante los albores de la Edad Media. Las reliquias de Santa Eulalia viajaron y fueron veneradas en numerosos templos de Europa occidental, fortaleciendo el vínculo entre Mérida y los peregrinos.

El emplazamiento tiene una historia profunda: desde casas romanas en los siglos I y II, pasó a ser una necrópolis cristiana en el siglo IV, y finalmente se construyó la basílica en el siglo V. Tras la invasión musulmana, la comunidad cristiana emigró y la basílica quedó abandonada hasta que la Orden de Santiago la reconstruyó en el siglo XIII, dando forma al templo que hoy podemos visitar.

Las excavaciones arqueológicas realizadas en los años 90 confirmaron la importancia histórica y espiritual del lugar, revelando capas sucesivas que hablan de una transformación continua de espacio doméstico a sagrado.

Aquí, bajo el altar, se encuentra el túmulo que acogió los restos de Santa Eulalia, símbolo de la fe y la esperanza que han guiado a peregrinos por siglos.




Puente Romano

      Con sus 792 metros y 60 arcos, el puente romano es uno de los monumentos más emblemáticos de Mérida y un símbolo de la pervivencia a través del tiempo. Construido en época romana, ha sufrido numerosas restauraciones, incluida una en época visigoda, y ha resistido crecidas y conflictos. Cruzarlo es entrar en un diálogo profundo con la historia y sentirse parte de un legado milenario.


Plaza de Roma y la Loba Capitolina

      Al final del puente, la Plaza de Roma acoge la estatua de la Loba Capitolina, un regalo de la ciudad de Roma que simboliza la hermandad entre ambas ciudades. Este espacio es un punto de encuentro cultural y espiritual, donde el peregrino puede sentir la universalidad del Camino y su capacidad de unir tiempos y pueblos.


Parque de las Siete Sillas

      Este parque bordeado por el río Guadiana recibe su nombre por las columnas del antiguo Teatro Romano que sobresalían entre los escombros, y que el pueblo identificó con “las siete sillas” de siete reyes moros. Es un lugar perfecto para la pausa contemplativa, para respirar la historia y el arte que todavía respiran entre sus árboles.


Alcazaba Árabe

      Esta fortaleza recuerda la huella musulmana en Mérida, invitando a la reflexión sobre la convivencia de culturas y la riqueza que de ella brota. Es un testimonio silencioso del paso del tiempo y las transformaciones que ha vivido esta tierra.


Catedral de Santa María la Mayor

      Situada en la Plaza de España, esta catedral fue construida sobre los restos de una basílica visigoda. Su arquitectura y su historia reflejan la continuidad espiritual de Mérida y el arraigo de la fe cristiana que acompaña a los peregrinos en su camino.


Basílica de Santa Eulalia

      Uno de los puntos espirituales más importantes de Mérida, esta basílica fue el primer templo cristiano erigido en Hispania tras la Paz del emperador Constantino. Dedicada a Santa Eulalia, mártir y símbolo de la fe, la basílica fue centro de peregrinación desde la Edad Media. Las excavaciones recientes han puesto al descubierto su evolución, desde casas romanas hasta el templo actual reconstruido en el siglo XIII por la Orden de Santiago. Aquí, bajo su altar, reposan las reliquias de Santa Eulalia, un faro de esperanza para quienes recorren el Camino.


Teatro y Anfiteatro Romanos

      Joyas de la arquitectura romana, estos espacios siguen vivos gracias a las representaciones teatrales que se celebran en ellos. Visitar el teatro es sumergirse en la cultura y la expresión artística que ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales.


Otros monumentos

      El Templo de Diana, el Acueducto de los Milagros, el Circo Romano y las Termas complementan el rico mosaico patrimonial de Mérida, invitando al peregrino a contemplar la grandeza del pasado y reflexionar sobre el presente.










Reflexión final de la etapa

      Entrar en Mérida es como cruzar un umbral entre siglos y culturas. El peregrino que pisa el puente romano siente bajo sus pies el peso y la luz de milenios. Cada arco es un recordatorio de que el camino no es solo un recorrido físico, sino también un viaje interior hacia la memoria, la fe y la esperanza.

En esta ciudad donde convergen restos romanos, testimonios cristianos y huellas árabes, el peregrino puede encontrar un espejo de su propia travesía: un entrelazado de pasos, encuentros y silencios, que invita a mirar atrás sin quedarse atrapado y a mirar adelante con confianza.

Como Santa Eulalia, cuya vida se entregó con valentía y fe, el peregrino está llamado a caminar con corazón abierto, reconociendo en cada piedra, en cada rostro, en cada gesto, la presencia de lo sagrado.

Que esta etapa sea un tiempo para detenerse, para escuchar el murmullo del Guadiana y el eco de las antiguas voces, y para renovar el ánimo con la certeza de que, en el Camino, cada paso es un don.


Mérida > Alcuéscar
37,2 km


PRÓXIMA POBLACIÓN CON ALBERGUE:

>>> a 14,6 <<<

>>> a 17,3 km <<<

>>> a 37,2 km <<<

Ultreia et Suseia



VÍA DE LA PLATA - Etapa 8: Villafranca de los Barros - Torremejía



Información actualizada 10 de marzo de 2025

      La jornada de hoy se presenta serena en el perfil, pero no exenta de exigencia, especialmente en los días calurosos del verano extremeño. Caminaremos por largas rectas que parecen perderse entre campos generosos de viñedos y tierras cultivadas, en un paisaje que invita a la introspección. No encontraremos pueblos intermedios, ni apenas sombra, ni fuentes que alivien la sed: la preparación previa será clave para caminar con tranquilidad.

Si el calor aprieta —como suele ocurrir en esta región— conviene madrugar mucho, comenzar la marcha bajo las estrellas, para así llegar a destino cuando las temperaturas aún sean soportables. En estas condiciones, avanzar más allá del mediodía puede tornarse imprudente. Llevar abundante agua (al menos 3 litros) y algo de alimento será imprescindible para recorrer este tramo sin riesgos.

Antes de partir, es recomendable tomar un desayuno consistente y adquirir provisiones. En la plaza de España, una cafetería abre temprano, ofreciendo ese café silencioso que a menudo acompaña los comienzos de etapa.

Iniciamos la jornada junto a la iglesia de Nuestra Señora del Valle, dejando atrás Villafranca guiados por las flechas amarillas. Desde la calle Santa Joaquina nos dirigimos hacia la plaza Corazón de Jesús, y desde allí tomamos la calle Calvario, que nos conduce a la plaza donde se alza la iglesia de Nuestra Señora de la Coronada, patrona del pueblo y último testigo de piedra que nos despide.



      Hoy el Camino no exige grandes esfuerzos, pero tal vez por eso nos deja sin excusas para mirar hacia dentro. ¿Qué pensamientos han florecido en la calma? ¿Qué emociones han emergido en el paso lento y sin urgencia?

A veces, lo más difícil no es avanzar, sino detenerse en lo esencial. Escucha lo que en el silencio brota. Tal vez ahí se esconde la enseñanza del día.


“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar...” —Antonio Machado 

 


      Viramos a la izquierda por la calle San Ignacio. Al final, un cubo de granito con la concha y la flecha amarilla —silencioso y firme como tantos mojones del Camino— nos guía por una bifurcación que toma una pista asfaltada. Tras unos metros, alcanzamos una carretera comarcal, que cruzamos con precaución, para continuar por una cómoda pista de tierra en buen estado.

La ruta de hoy no presenta grandes desniveles ni dificultades técnicas. Sin embargo, su verdadera prueba puede ser otra: la monotonía del paisaje, las largas rectas sin fin que parecen suspender el tiempo y el espacio. Son estas etapas, sin sobresaltos, las que muchas veces abren la puerta al recogimiento interior. El cuerpo camina sin esfuerzo, y la mente, si se le permite, comienza a andar otros caminos.


“Cuando todo parece igual, el alma se vuelve más sensible al detalle.”



      El trayecto está bien señalizado mediante cubos de granito y las ya familiares flechas amarillas. Solo conviene estar atentos en las bifurcaciones. Al comienzo, caminamos entre olivares y viñedos, pero poco a poco, es el mar de viñas el que se adueña del paisaje. Un horizonte amplio, sin apenas interrupciones, que se extiende ante nosotros como un libro abierto.

Tras llegar a la primera bifurcación, un mojón jacobeo nos señala con firmeza el rumbo: debemos tomar la pista de la izquierda. Por ella accedemos al Camino Público de El Chaparral, un tramo recto de unos 3,6 kilómetros que avanza con quietud entre los campos (km 4,8).

A la entrada, un cartel nos recuerda algo esencial:

“El Camino es de todos. ¡Cuídalo! 

Más que una recomendación, es una llamada al respeto profundo por esta senda que tantos pies han hollado antes y tantos lo harán después. Cada paso que damos deja huella, y no solo sobre la tierra. Caminar con conciencia también implica caminar con responsabilidad.





      Poco después alcanzamos el arroyo del Bonhabal (km 9,8). Tras cruzarlo, unos 260 metros más adelante, el camino gira a la derecha. En menos de un kilómetro se abre ante nosotros una larga e infinita recta, como una cinta de tierra que parece perderse en el horizonte. Por ella caminaremos unos 13 kilómetros.

Este tramo puede hacerse largo y monótono, pero también es una invitación al silencio interior. Aquí no hay curvas que distraigan, ni novedades que reclamar: solo el paso constante, el horizonte quieto, el sonido acompasado del bordón. Un buen momento para poner en orden los pensamientos, para soltar lo que pesa y para dejar que la respiración se sincronice con el caminar.


“Hay caminos que no llevan a lugares, sino a estados del alma.”





      Tras 14 kilómetros de etapa sin apartar la mirada del horizonte, llegamos a la carretera BA-013, conocida como el Camino de los Molinos. Esta vía es una alternativa para quienes, agotados por el sol o las fuerzas, decidan acortar la jornada y finalizar en Almendralejo.

Si el calor ha sido excesivo y el cuerpo pide pausa, esta opción es una sabia elección. Desde aquí, tomando la carretera a la izquierda llegaremos a Almendralejo, que está a apenas 4 kilómetros, un refugio cercano donde descansar. Aunque no cuenta con albergue, ofrece una suficiente variedad de alojamientos donde recuperar energías para el camino que resta.

Junto a la carretera, un monolito detalla el recorrido y un cubo jacobeo nos señala la senda que continúa hacia Torremejía, recordándonos que el Camino siempre sigue, paso a paso, al andar.



      A unos 2,6 kilómetros de la bifurcación anterior, alcanzamos la carretera EX-212 (km 16,7). La cruzamos con precaución y seguimos adelante, sin más distracciones que el suave latir del paisaje.

Tras avanzar algo más de siete kilómetros (km 24), abandonamos la pista principal por un sendero que nace a nuestra izquierda. Pronto comenzará a asomarse ante nosotros nuestro destino de hoy: Torremejía, situada al pie de la Sierra Grajera.

En apenas 2 kilómetros llegamos a las vías del ferrocarril, que cruzaremos a través de un túnel que también sirve de cauce para el arroyo cercano. En época estival, sus aguas suelen ser escasas, pero en temporada de lluvias puede estar crecido y dificultar el paso. Si encontramos este obstáculo, la solución es sencilla: bastará con seguir el trazado de las vías durante unos 600 metros, cruzarlas por un puente y así llegar a las puertas del pueblo (ver mapa de la etapa).

Si el paso bajo el túnel ha sido sencillo, continuamos por un camino que nos conduce a las primeras casas de Torremejía. Entramos en la localidad por la calle Calzada Romana y, tras apenas 200 metros, giramos a la izquierda por la calle García Lorca. Al final de esta, cruzamos la avenida de Extremadura (carretera N-360) y seguimos por la calle Miguel Hernández. En menos de 100 metros, un nuevo giro a la derecha por la calle Badajoz nos lleva a la Calle Grande, donde, a la izquierda, encontraremos el final de esta etapa: la parroquial de Nuestra Señora de la Concepción.

En esta acogedora localidad, el peregrino encontrará todos los servicios necesarios para reponer fuerzas y descansar antes de continuar su andadura.






      Torremejía guarda en su nombre y sus piedras la memoria de la Vía de la Plata, que tras el Imperio Romano recobró protagonismo como ruta jacobea durante la Edad Media, cuando miles de peregrinos de Andalucía y Extremadura caminaban hacia Santiago.

Su escudo heráldico muestra una torre de plata sobre campo azul, símbolo que remite a la antigua Torre de los Mojicones, erigida para proteger la Calzada Romana de bandidos y proteger a viajeros y peregrinos.

La villa fue repoblada tras la reconquista cristiana en el siglo XIII, formando parte de la Orden Militar de Santiago. Su nombre honra a Don Gonzalo Mejía, maestre de la Orden, quien en el siglo XIV terminó de construir la emblemática torre que aún preside el pueblo.

Torremejía ha vivido los vaivenes de la historia: destruida parcialmente durante la invasión napoleónica, reconstruida y conservando su esencia rural. Además, esta tierra fue fuente de inspiración para Camilo José Cela, quien plasmó su paisaje y su gente en La familia de Pascual Duarte, una obra clave de la literatura española.

Hoy, Torremejía recibe al peregrino con la sencillez y la hospitalidad de un lugar que sabe de caminos y de memoria, invitando a descansar y renovar fuerzas para continuar.


Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Concepción

      La iglesia parroquial es uno de los tesoros de la localidad. De estilo barroco tardío y datada en el siglo XVII, esta iglesia fue originalmente la capilla del Palacio de los Mexía, situado muy cerca. Tras recientes restauraciones, conserva una nave de planta en cruz latina, una cúpula vaída sobre el crucero y terceletes que adornan la nave y las capillas. Destaca también su torre, inusualmente situada sobre la cabecera, que añade un aire singular al templo.



Palacio de los Mexía

      Casa solariega del siglo XVII, se alza cerca, aunque hoy se encuentra en avanzado estado de ruina. Su portada barroca, construida sobre restos romanos, conserva un especial valor histórico y artístico.

Este palacio fue rehabilitado en el marco del Proyecto Alba Plata para convertirse en un albergue turístico y punto de acogida para peregrinos. Sin embargo, lleva varios años cerrado, y su reapertura permanece incierta. A pesar de ello, sigue siendo un símbolo del rico patrimonio cultural y del legado que esta tierra guarda para quienes la visitan.



Reflexión final de la etapa

      Hoy el Camino nos ha regalado la experiencia del horizonte infinito, ese espacio abierto donde el cuerpo avanza casi en piloto automático y la mente puede vagar libre, sin distracciones externas. Son kilómetros de rectas largas y constantes, que pueden parecer monótonas, pero que esconden una invitación profunda: la paciencia y la escucha interior.

En esta etapa, donde el calor y la soledad pueden pesar, el peregrino aprende que avanzar no siempre significa velocidad o grandes logros visibles, sino también quietud y entrega al momento presente. Como el agua que calma la sed y el viento que mueve las hojas, el Camino nos enseña a encontrar dentro de nosotros mismos esa calma que permanece más allá del ruido.

Que esta etapa sea para ti un refugio para el alma y una fuente de renovada esperanza, para continuar con fe y alegría hacia el encuentro que te espera.


Torremejía > Mérida
15,5 km


PRÓXIMO POBLACIÓN CON ALBERGUE:

>>> 15,5 <<<

>>> 30,1 km <<<

>>> 32,8 km <<<

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