Vía de la Plata / Etapa 10 - Mérida > Alcuéscar



Información actualizada 18 de marzo de 2025


      Dejamos atrás Mérida, la majestuosa Emérita Augusta, y comenzamos una etapa larga y luminosa, cargada de historia y belleza natural. Caminamos sobre el trazado de la antigua calzada romana que unía Mérida con Astorga, la Vía de la Plata en su sentido más puro. Este camino de piedra milenaria, que durante siglos sirvió de nexo entre el sur y el norte de Hispania, aún conserva restos visibles: tramos originales de calzada, puentes y miliarios.

El perfil de la jornada se divide en dos partes: una primera mitad prácticamente llana, y una segunda en suave pero constante ascenso. La belleza del entorno es serena y poderosa: dehesas onduladas, encinares, el embalse de Proserpina y el Parque Natural de Cornalvo nos acompañan como un regalo del paisaje extremeño.

Es importante tener en cuenta que estamos ante una etapa exigente, especialmente en los meses estivales, cuando el sol puede ser implacable. El mejor consejo es salir temprano, antes del amanecer, “en compañía de las estrellas”, y no alargar la caminata más allá del mediodía. Por fortuna, el recorrido nos ofrece dos buenas opciones para hacer un alto o incluso dividir la jornada si el sol aprieta: El Carrascalejo y Aljucén, ambas a medio camino y con albergue para peregrinos.

      Si optamos por iniciar la ruta desde la catedral, la ciudad de Mérida nos regala una despedida cargada de simbolismo, pero sin flechas amarillas. Desde la Plaza de España, tomamos la calle Santa Eulalia hasta llegar al monumento de la niña mártir. Desde allí, bordeamos los jardines y seguimos por la Rambla Mártir Santa Eulalia hasta alcanzar su basílica. La ruta continúa por la avenida de Extremadura, y luego por la calle Marquesa de Pinares que nos conduce hasta el Acueducto de los Milagros, un coloso silencioso que nos despide en nombre de Roma. Tras cruzar el río Albarregas por un bello puente romano, nos reencontramos con las flechas amarillas, fieles compañeras que nos conducen ya hacia las afueras, por la avenida del Lago. La ciudad queda atrás… comienza el silencio del campo.





      Para quienes comienzan la jornada desde el albergue de peregrinos, la ruta está bien señalizada con flecha amarillas (recorrido oficial). A pocos metros del albergue nos dirigimos a la rotonda de los Barqueros, cruzamos el paso peatonal y tomamos la calle del Ferrocarril. Tras caminar unos 140 metros, cruzamos de nuevo la calle y pasamos bajo el puente de las vías del tren. Poco después, giramos a la derecha por la calle Arenal de Pan Caliente. El camino discurre entonces en paralelo al arroyo Albarregas, mientras a nuestra derecha se alzan las poderosas huellas de Roma: el Acueducto de los Milagros y el puente romano. Caminar por aquí es hacerlo entre historia, agua y piedra; un inicio de etapa humilde pero lleno de resonancias.

      Desde las afueras de Mérida, continuamos por la avenida del Lago, dejando atrás varias rotondas hasta alcanzar la última, donde tomamos un carril bici pintado de verde, cómodo y bien señalizado. Tras recorrer algo más de 600 metros, cruzamos un puente que salva la Autovía A-5 —ya estamos en el kilómetro 4 de la etapa—. A partir de aquí, la ruta enlaza con la carretera que conduce al Embalse de Proserpina, en un tramo de unos 3 kilómetros, también por carril bici. Es un paseo amable y tranquilo, ideal para dejar que el cuerpo encuentre su ritmo y la mente se serene poco a poco.



      Al poco de superar el sexto kilómetro, nos adentramos en una urbanización que nos conduce suavemente hasta la orilla del Embalse de Proserpina (km 7,2). Este lago artificial, de origen romano, es hoy lugar de descanso y esparcimiento para vecinos y visitantes, con chiringuitos estivales y un sendero circular de unos seis kilómetros que lo rodea por completo.

Nuestro camino transita por su margen izquierdo, y este tramo bien merece una pausa contemplativa. Frente a nosotros se alza uno de los grandes hitos de esta vía: la presa romana de Proserpina, una obra hidráulica imponente, silenciosa y cargada de historia. Estamos ante uno de los pasajes más bellos y evocadores de la jornada. Piedra, agua y tiempo se funden aquí en una misma corriente. Avanzar junto a esta herencia milenaria es hacerlo con respeto y asombro, como quien atraviesa una leyenda.




Embalse romano de Proserpina

      A apenas cuatro kilómetros de Mérida, el Embalse de Proserpina —popularmente conocido como la Charca— es uno de los grandes tesoros que guarda esta etapa. Fue construido por ingenieros romanos a partir del siglo I a.C., y llegó a ser el mayor embalse levantado por el Imperio en los territorios mediterráneos.

Se considera además el segundo embalse artificial operativo más antiguo del mundo, tras el de Quatinah, en Siria. Su estado de conservación es excepcional. El dique, de 425 metros de longitud y 21 de altura, está formado por sillares de granito y presenta un elegante talud escalonado en su cara interior.

Esta infraestructura fue clave para el esplendor de Emérita Augusta, ya que garantizaba el suministro de agua tanto para uso doméstico como industrial. Y más allá de su valor técnico, conserva también una dimensión histórica: en 1479, en sus alrededores, se libró un episodio de la guerra sucesoria por el trono de Castilla, entre las tropas de Isabel la Católica y las de Juana la Beltraneja.

Hoy, siglos después, el embalse sigue latiendo con vida propia. Durante el verano, sus orillas se llenan de vecinos y viajeros que disfrutan del baño, los chiringuitos y su tranquilo camino perimetral de seis kilómetros. Un lugar donde la historia se hace presente con la misma naturalidad que el agua entre las piedras.





      Tras dejar atrás el edificio de la Cruz Roja, subimos a la carretera que se abre a nuestra izquierda (km 8,2). Se trata de una antigua vía, hoy poco transitada, que recorreremos con paso tranquilo durante unos tres kilómetros. La calma de este tramo permite al peregrino entrar en un ritmo sosegado, donde los pensamientos se aquietan al compás de la marcha.

Pasados estos tres kilómetros, un mojón de granito y varias flechas amarillas —siempre fieles— nos invitan a abandonar el asfalto. Giramos a la izquierda y tomamos una pista de tierra que nos adentra en la Dehesa del Toril (km 11,2). Aquí el paisaje se transforma: encinas centenarias, cielos abiertos y la sensación de estar penetrando en un espacio casi detenido en el tiempo, donde el andar se vuelve más íntimo y contemplativo.




      El camino, al principio algo abrupto, va suavizándose poco a poco. La pista se vuelve más ondulada y amable, y nos conduce hasta una granja porcina situada en el kilómetro 13,5 de la etapa.

Allí, al abrigo de una charca, reposan en paz ejemplares de cerdo ibérico, símbolo vivo de estas tierras. El ciclo de cría en libertad, alimentados con bellotas entre encinas y alcornoques, ha sido parte del alma de la dehesa desde hace siglos. Extremadura, de hecho, acoge casi un tercio de toda la superficie dedicada al cerdo ibérico en la península.

Este animal, tan presente en la cultura rural, recibe múltiples nombres según la región: cerdo, cochino, guarro, chancho, cocho… y de él, dice el saber popular, se aprovecha todo. Desde los codiciados jamones hasta las humildes morcillas, desde los chicharrones hasta los caldos, es un ejemplo de aprovechamiento integral y de vínculo entre la tierra, el animal y la cocina tradicional. En su figura se resume parte del espíritu austero, sabio y agradecido del mundo campesino.


“Del cerdo, hasta los andares.”
Refranero popular

      Detenerse ante una granja puede parecer un hecho trivial, pero el Camino nos recuerda que todo encuentro tiene su sentido. Ver a estos animales en paz, integrados en el paisaje, nos habla de un modo de vida en equilibrio con la tierra. Nos invita a valorar la sencillez, la lentitud, el ciclo natural de las cosas. En un mundo donde todo se acelera, el cerdo ibérico, criado con paciencia y respeto, es un símbolo de aquello que madura despacio… como el alma del peregrino que camina sin prisas, dejando que el silencio le transforme.




      Tras un kilómetro llegamos hasta la población con menos habitantes de Extremadura, El Carrascalejo. Entramos en la pequeña población por la calle Camino de Santiago, y en pocos metros llegamos a una bonita plaza donde se alza la iglesia de la Consolación (km. 14,6).

Este rincón, silencioso y sencillo, invita a una pausa serena. La iglesia, modesta pero acogedora, es un refugio espiritual para el peregrino que busca recogimiento tras la caminata. Su fachada refleja la historia humilde del lugar, testigo de generaciones que han vivido en esta tierra.




      El nombre de El Carrascalejo proviene de la abundancia de carrascas, esos matorrales de encina que caracterizan el paisaje de esta zona. En el corazón del pueblo se encuentra su joya más preciada: la iglesia parroquial dedicada a Nuestra Señora de la Consolación, también conocida como iglesia de Santa María del Camino. 

El pueblo cuenta con un albergue de peregrinos a la salida, una muestra de la hospitalidad local hacia el peregrino. Dispone también de un bar para tomar un refrigerio antes de continuar el camino, ofreciendo un espacio sencillo donde descansar y reponer fuerzas.



Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación

      La iglesia de Nuestra Señora de la Consolación en El Carrascalejo es un edificio de arquitectura gótica rural que conserva elementos de los siglos XIV y XV. Su construcción refleja la influencia del arte mudéjar, típico en muchas iglesias de Extremadura, donde conviven detalles cristianos con la sobriedad y armonía propia del entorno.

El templo, de planta sencilla y una sola nave, destaca por su portada de arco apuntado y por las reformas posteriores que no han desvirtuado su esencia original. En el interior, se pueden contemplar retablos y pinturas que, aunque humildes, testimonian la devoción y el paso del tiempo en esta comunidad.

Además, su advocación a Nuestra Señora de la Consolación es especialmente significativa para los peregrinos, ya que representa un símbolo de refugio y consuelo en el camino, un lugar donde descansar el cuerpo y el alma.




      Dejamos atrás El Carrascalejo por una cómoda pista de tierra rodeada de alcornoques, encinas y campos de viñedos que invitan a la contemplación. Tras llegar a una pista asfaltada paralela a la A-66, caminamos unos 200 metros y giramos a la derecha para cruzar por un paso subterráneo que salva la autovía (km 16).



      Tras unos trescientos metros en leve ascenso, alcanzamos una loma donde se alza una Cruz de Santiago (km 16,4). Desde aquí, se divisa ya la cercana población de Aljucén, que alcanzamos tras cruzar la carretera EX-214 y atravesar un paseo arbolado (km 17,3).

En la plaza principal se encuentra el bar El Quiosco, un buen lugar para sellar la credencial y pedir información sobre el albergue de peregrinos, el de San Andrés.

Habiendo recorrido unos 17 kilómetros, estamos a algo menos de la mitad de la etapa. Es momento de decidir si continuar los 20 kilómetros restantes hasta Alcuéscar o hacer noche en Aljucén. Conviene recordar que una vez abandonada esta población, no habrá más servicios hasta Alcuéscar. Por ello, quienes continúen deben aprovisionarse bien de agua y comida para afrontar el tramo.







      Aljucén es hoy el corazón del amplio valle que atraviesa el río homónimo, cuyas aguas nacen en la sierra de Montánchez y desembocan en el río Guadiana. Este entorno natural ofrece al peregrino una sensación de tranquilidad y continuidad con la naturaleza, mientras avanza por la Vía de la Plata.

El origen del nombre “Aljucén” suscita diversas hipótesis. La más extendida sostiene que se trata de una población de origen musulmán, ya que “Aljucén” significaría “Castillejo”, una teoría reforzada por la proximidad de los restos de un antiguo castillo. Por otro lado, los propios habitantes defienden que el nombre proviene de “junciel”, una planta acuática que crecía abundantemente en el río, vinculando así su identidad con el paisaje natural que les rodea.


Iglesia de San Andrés Apóstol

      Aunque modesta en tamaño, la iglesia de San Andrés Apóstol posee un valor histórico y artístico notable. Construida en el siglo XVI, destaca por su planta de nave única y la torre situada en la fachada principal, que alberga una elegante portada renacentista. Sobre esta portada puede leerse una inscripción epigráfica que reza:

“Sant Andrés Apóstol, Ora Pro Nobis. Dominium Deum Nostrum Iesu Christum.”

Esta sencilla iglesia es un testimonio palpable de la fe y la tradición que han acompañado a esta comunidad a lo largo de los siglos, ofreciendo al peregrino un espacio de recogimiento y reflexión en el corazón del valle.





      Tras un breve descanso para recuperar fuerzas continuamos nuestro camino por la calle de la Iglesia, que desemboca en la calle Mayor. Salimos de la población por una carretera y, tras aproximadamente un kilómetro, llegamos a la N-630 (km 18,8). Por el arcén cruzamos el río Aljucén y, en menos de 400 metros, junto a lo que parece una estación de servicio abandonada, nos despedimos del asfalto para tomar un camino a la derecha que nos conduce a las bellas dehesas de encinas y alcornoques del Parque Natural de Cornalvo.

Avanzamos por una cómoda pista de tierra durante algo más de kilómetro y medio hasta encontrarnos con una cruz metálica de Santiago, obra del herrero Casiano Larios (km 20,9). Junto a ella, un panel informativo nos da la bienvenida al Parque de Cornalvo y un cubo de granito con un azulejo verde señala el camino a seguir.

La señalización es buena, aunque conviene estar atentos, ya que algunos cruces pueden llevar a confusión. Recordemos que los cubos indicativos con el dibujo del Arco de Cáparra marcan la dirección correcta; siempre hay que seguir aquellos con azulejo amarillo. Para más seguridad sigamos siempre el camino a tomar por la flecha amarilla.

Las encinas, los alcornoques y algunas reses pastan tranquilamente en esta hermosa dehesa. Un paseo agradable y sereno por el parque, donde las prisas deben quedar guardadas en la mochila, dejando espacio para la contemplación y el recogimiento.








      Tras recorrer unos cinco kilómetros, llegamos al final del Parque Natural de Cornalvo, que marca la frontera natural entre las provincias de Badajoz y Cáceres (km 26). Un monolito con la señal H3 nos indica este punto, junto al cual encontramos un banco de piedra ideal para descansar y recuperar el aliento antes de afrontar el siguiente tramo, que comienza en ascenso.

Seguimos por un sendero que nos conduce a una pista de tierra. Aunque al principio el recorrido es algo escarpado y cubierto de abundantes piedras, pronto la pista se vuelve cómoda para caminar. Al llegar a una cancela, entramos en un terreno de bosque bajo y con escaso arbolado, lo que hace que, en días de calor, esta parte del camino se convierta en un tramo especialmente exigente.

Finalmente, alcanzamos la Cruz de San Juan, una sencilla cruz de granito que se alza en el kilómetro 31,6 de la etapa, un símbolo más de la ruta que acompaña y guía al peregrino. Aquí, en este lugar de quietud y memoria, el alma puede encontrar un momento para respirar hondo, agradecer el camino recorrido y renovar la fuerza interior para seguir adelante. Porque el Camino no solo es terreno bajo los pies, sino también un sendero que atraviesa el corazón.






      Tras superar un repecho para coronar el cerro de Las Cañameras, aparece a lo lejos Alcuéscar (km 33,7).

Para llegar a Alcuéscar tomamos el camino indicado con flecha amarilla, a la derecha; el pueblo está a apenas 2 kilómetros. Hay que estar atentos a las flechas, ya que una señal indica un desvío hacia el albergue que evita pasar por el pueblo, ahorrándonos más de un kilómetro. Por la tarde, ya con fuerzas renovadas, será buen momento para visitar el pueblo (km 35,9).

Si, por el contrario, queremos continuar hasta el centro de Alcuéscar, seguiremos recto hasta la calle Real y luego hasta la plaza de España, donde se encuentra el ayuntamiento. Desde allí, giramos a la izquierda por la calle Diego Salinas y General Pacheco, que nos lleva a coronar la etapa en la iglesia de la Asunción (km 37,3).




      Situada aproximadamente en el centro de Extremadura, no lejos de la linde con Badajoz, entre las sierras de fácil recuerdo: la del Centinela y la de la Lombriz, Alcuéscar es una villa con una rica historia que se remonta a sus orígenes en el año 830, cuando fue fundada por los musulmanes. Esta localidad cacereña ha recibido la influencia de diversas culturas, aunque la huella árabe es la que más ha marcado su identidad, incluso en el nombre.

Entre sus numerosos puntos de interés, destacan dos monumentos emblemáticos: la basílica de Santa Lucía del Trampal y la iglesia parroquial de la Asunción. Además, las Casas Señoriales y la Ermita del Calvario han sido testigos silenciosos de la vida y la historia de sus habitantes a lo largo de los siglos.

La Orden de Santiago jugó un papel fundamental en la historia de Alcuéscar y su comarca. Durante muchos años, Montánchez y sus alrededores fueron propiedad de esta Orden, cuyo castillo sirvió como residencia para sus caballeros. Según el fuero otorgado en 1236 tras la conquista, la Orden recibió la tercera parte de los terrenos del partido, incluyendo 23 dehesas como Zafra, Quebrada, Lechoso y Valverdejo.

La Orden mantenía una casa conocida como “la tercia”, donde almacenaban los granos y recaudaban impuestos. Se cree que esta casa corresponde a la llamada Casa de las Castillas, un edificio de gran importancia histórica que conserva intacta una mazmorra usada para encadenar a herejes y malhechores. Esta casa funcionaba como un cuartel general, como lo indica el escudo de la Orden que adorna la esquina de su fachada. La máxima autoridad residía en la plaza frente a la calle Nemesio Rosco, donde aún se puede contemplar el escudo eclesiástico que lo atestigua.



Iglesia de la Asunción

      Templo gótico-renacentista de los siglos XVI y XVII, con una mezcla armoniosa de estilos y un retablo mayor de principios del siglo XX.


Basílica de Santa Lucía del Trampal

      Situada a unos 3 km de Alcuéscar, es uno de los mejores ejemplos de arquitectura hispano-visigoda en la Península Ibérica. Construida en el siglo VII, se descubrió su valor arqueológico en 1980 y hoy cuenta con un moderno Centro de Interpretación. (En el mapa la ruta detallamos el camino).


El Calvario

      Ermita situada en un alto con vistas impresionantes de la localidad, accesible tras subir sus empinadas calles. (En el mapa la ruta detallamos el camino).


Casas Señoriales

      Testigos del pasado noble de Alcuéscar, destacando la antigua Casa de la Encomienda, vinculada a la Orden de Santiago.


Casa de la Misericordia

Institución que acoge a los más necesitados y ofrece a peregrinos un lugar para descansar, participar en oraciones y recibir los sacramentos. Su labor se basa en las Obras de Misericordia, siguiendo la espiritualidad fundada en 1939.





Reflexión final de la etapa

      Cada jornada en el Camino es un aprendizaje en sí misma, una invitación a mirar hacia dentro mientras avanzamos paso a paso. Hoy hemos recorrido paisajes que hablan de historia, de fe y de vida sencilla, recordándonos que el verdadero camino no es solo físico, sino también interior.

Entre cruces de piedra, aldeas acogedoras y el susurro del viento entre encinas, el peregrino descubre que el Camino enseña a valorar la paciencia, la humildad y la esperanza. Que cada descanso sea un momento de gratitud y cada paso, una entrega confiada.

Al llegar al final de esta etapa, que el corazón se llene de paz y el espíritu se fortalezca para el camino que aún queda por delante. Porque el Camino no termina cuando cesan los pasos, sino cuando aprendemos a caminar con el alma abierta.


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Próximas poblaciones con albergue:

Aldea de Cano
>>> 16,2 km <<<

Valdesalor
>>> 26,5 km <<<

Cáceres
>>> 38,1 km <<<

Casar de Cáceres
>>> 49,6 km <<<

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Buen Camino





Vía de la Plata / Etapa 9 - Torremejía > Mérida


Información actualizada: 14 de marzo de 2025



      La etapa de hoy es breve y sin complicaciones, pero cargada de simbolismo. Desde Torremejía, el Camino avanza entre suaves lomas y tierras de labor hasta entrar en Mérida, antigua Emérita Augusta, una ciudad que conserva intacta la huella profunda de Roma. El perfil del terreno es amable, lo que permite caminar con sosiego, saboreando el paso lento, ese que deja espacio al pensamiento y a la contemplación.

El trayecto discurre por pistas agrícolas, sin apenas sombra ni fuentes, por lo que conviene madrugar y llevar agua suficiente. Aunque la distancia es corta, el sol puede acompañar con fuerza en los meses de verano.

El final de etapa es especial: llegamos a una ciudad que fue capital de la provincia romana de Lusitania y que hoy recibe al peregrino con puentes, templos y teatros milenarios. Caminar por Mérida es hacerlo entre piedras que hablan, memoria de una humanidad que también caminaba en busca de sentido.


"Al entrar en Mérida, no entras solo en una ciudad: entras en el tiempo."


      Partimos desde la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, punto de cierre y de inicio, donde cada paso se despide del ayer y abraza lo nuevo. Tomamos la calle Ancha, que nos conduce hasta la Avenida de Extremadura (N-630), por la que continuamos caminando con precaución por el arcén. Tras pasar una gasolinera, a unos 400 metros, tomamos un carril de tierra a la derecha, que discurre en paralelo a la carretera.

Si el día ha traído lluvia o el terreno está húmedo, conviene continuar por el asfalto, ya que este tramo puede volverse fácilmente intransitable debido al barro.

Cruzamos junto a unos viveros, y poco después se nos presenta un arroyo, que en tiempo seco apenas un hilo de agua. Lo superamos sin dificultad, y en menos de 300 metros alcanzamos la carretera EX-105 (Km 3).

Proseguimos por un camino que discurre paralelo a la N-630. En menos de 400 metros llegamos a un tramo asfaltado de una antigua carretera, donde la presencia de las vías del tren comienza a acompañarnos por la derecha. Caminamos junto a ellas hasta cruzarlas tras unos 900 metros, paso que nos conecta con el siguiente tramo hacia la antigua capital de la Lusitania.




      Tras unos 700 metros, regresamos al asfalto de la carretera N-630 (km 4,9). Caminamos por ella con precaución durante unos 2 kilómetros, hasta que unas flechas amarillas —esas compañeras fieles del peregrino— nos invitan a abandonar la carretera y tomar un camino a la derecha (Km 7).

Este desvío nos conduce hasta una pista ancha que pasa junto a una factoría de celulosa, que pronto dejamos atrás para adentrarnos en un camino de tierra. Conviene estar atentos: a partir de aquí, comienza un largo tramo entre campos de viñedos, hermoso en su amplitud, pero que en tiempo de lluvias puede transformarse en un auténtico barrizal, dificultando mucho la marcha. El terreno exige prudencia, especialmente si las condiciones meteorológicas han sido adversas.


El Camino, como la vida, no siempre es firme bajo los pies. Pero el paso consciente suaviza cualquier tropiezo.





      El camino continúa paralelo a una granja, y tras unos 800 metros tomamos una amplia pista vecinal que nos conduce, sin sobresaltos, hasta las puertas mismas de Mérida.

Cruzamos la carretera y seguimos la indicación de las flechas amarillas, que nos invitan a pasar bajo un puente de la carretera N-360 (km 13,9). En este punto se nos abren dos posibilidades: la primera, seguir el recorrido oficial, claramente marcado, que continúa bajo el puente y discurre por la avenida de Alange hasta alcanzar el puente romano (Km 14,5). La segunda opción, más corta y a menudo más grata, es continuar por un hermoso paseo junto al río Guadiana, que nos lleva también hasta el puente milenario. Esta variante, además de ser más serena, ofrece una entrada más contemplativa a la ciudad, mecida por el murmullo del agua y la sombra de los árboles.

Finalmente, el puente romano de Mérida se abre ante nosotros, extendiéndose sobre el río Guadiana como un umbral solemne. Con sus 792 metros de longitud, fue el segundo más largo del Imperio Romano, solo superado por el que cruzaba el Danubio. Sus piedras, aún firmes tras dos milenios, nos guían hacia el corazón de Emérita Augusta, la ciudad que el emperador Octavio Augusto mandó fundar como hogar para los soldados eméritos de las legiones que combatieron en las guerras cántabras.

Entrar en Mérida es como entrar en la historia. Y hacerlo a pie, por su puente, es algo más: es sentir cómo el tiempo se disuelve bajo los pasos, y el pasado se convierte en presente.






Puerta de Roma:
el puente y la entrada a Mérida

      El puente romano de Mérida, con sus 792 metros de longitud y 60 arcos, es mucho más que un paso sobre el río: es una obra viva del tiempo. Aunque construido en época romana, ha sido reparado y reconstruido en distintas ocasiones a lo largo de la historia. De hecho, la primera restauración documentada se remonta a época visigoda, gracias al testimonio del Codex Toletanus, donde se menciona al dux Salla colaborando en la restauración del puente y las murallas de la ciudad.

Durante siglos, el puente soportó crecidas del Guadiana y conflictos bélicos. Su última gran restauración fue en el siglo XIX, y estuvo en uso hasta 1993, año en que se restringió al tránsito peatonal, devolviéndole su carácter pausado y digno, propio de quien recibe peregrinos.



      Tras cruzarlo, llegamos a la Plaza de Roma, donde la Loba Capitolina, donada por la ciudad de Roma, nos recuerda la hermandad histórica entre ambas ciudades. Desde allí comienza el Parque de las Siete Sillas, un pulmón verde que bordea el río Guadiana. Su curioso nombre remite a la época en que los restos del Teatro y el Anfiteatro Romanos permanecían enterrados bajo la tierra. Solo se veían algunas columnas que el pueblo atribuía a las sillas de siete reyes moros.

A la derecha queda la Alcazaba árabe, testigo de otros siglos y otras culturas. Continuamos por la calle del Puente y llegamos a la Plaza de España, donde nos espera el templo de Santa María la Mayor (Km 15,5 - FINAL DE ETAPA).






Quien lo desee, puede continuar hacia el albergue de peregrinos: desde la Loba Capitolina, basta seguir el parque junto al Guadiana, pasando el Puente Lusitania, hasta llegar al Molino de Pan Caliente, albergue que acoge al caminante con sencillez y calidez (Km 16).







Mérida:
ciudad de piedra, memoria y eternidad

      Pocos lugares del Camino reúnen tanta historia como Mérida. Fundada en el año 25 a.C. por orden de Octavio Augusto, fue capital de la provincia romana de Lusitania y uno de los focos culturales, políticos y religiosos más importantes del Imperio en Hispania. Hoy, su legado monumental sigue vivo y acogedor. 

      El Teatro Romano, con su graderío restaurado y su frente escénico majestuoso, acoge cada verano representaciones clásicas que reavivan el arte bajo las estrellas. Junto a él, el Anfiteatro revive la memoria de los antiguos juegos. No lejos, el Templo de Diana, el acueducto de Los Milagros, el Circo Romano, las termas y la Casa del Mitreo, completan un conjunto que ha sido reconocido como Patrimonio de la Humanidad.

En el corazón cristiano de la ciudad se alza la Concatedral de Santa María, construida sobre una antigua basílica visigoda. Y en sus calles, la vida contemporánea convive con la memoria antigua, ofreciendo al peregrino la posibilidad de un encuentro profundo con el tiempo.


Mérida:
ciudad de historia, fe y encuentro


Basílica de Santa Eulalia:

      Mérida es, además, uno de los núcleos fundamentales en el nacimiento del cristianismo en la península ibérica. Aquí se encuentra la Basílica de Santa Eulalia, considerada el primer templo cristiano erigido en Hispania tras la Paz del emperador Constantino.

Esta basílica martirial fue construida en memoria de Eulalia de Mérida, joven mártir cuya vida y sacrificio trascendieron fronteras, convirtiendo este lugar en un punto de peregrinación durante los albores de la Edad Media. Las reliquias de Santa Eulalia viajaron y fueron veneradas en numerosos templos de Europa occidental, fortaleciendo el vínculo entre Mérida y los peregrinos.

El emplazamiento tiene una historia profunda: desde casas romanas en los siglos I y II, pasó a ser una necrópolis cristiana en el siglo IV, y finalmente se construyó la basílica en el siglo V. Tras la invasión musulmana, la comunidad cristiana emigró y la basílica quedó abandonada hasta que la Orden de Santiago la reconstruyó en el siglo XIII, dando forma al templo que hoy podemos visitar.

Las excavaciones arqueológicas realizadas en los años 90 confirmaron la importancia histórica y espiritual del lugar, revelando capas sucesivas que hablan de una transformación continua de espacio doméstico a sagrado.

Aquí, bajo el altar, se encuentra el túmulo que acogió los restos de Santa Eulalia, símbolo de la fe y la esperanza que han guiado a peregrinos por siglos.




Puente Romano

      Con sus 792 metros y 60 arcos, el puente romano es uno de los monumentos más emblemáticos de Mérida y un símbolo de la pervivencia a través del tiempo. Construido en época romana, ha sufrido numerosas restauraciones, incluida una en época visigoda, y ha resistido crecidas y conflictos. Cruzarlo es entrar en un diálogo profundo con la historia y sentirse parte de un legado milenario.


Plaza de Roma y la Loba Capitolina

      Al final del puente, la Plaza de Roma acoge la estatua de la Loba Capitolina, un regalo de la ciudad de Roma que simboliza la hermandad entre ambas ciudades. Este espacio es un punto de encuentro cultural y espiritual, donde el peregrino puede sentir la universalidad del Camino y su capacidad de unir tiempos y pueblos.


Parque de las Siete Sillas

      Este parque bordeado por el río Guadiana recibe su nombre por las columnas del antiguo Teatro Romano que sobresalían entre los escombros, y que el pueblo identificó con “las siete sillas” de siete reyes moros. Es un lugar perfecto para la pausa contemplativa, para respirar la historia y el arte que todavía respiran entre sus árboles.


Alcazaba Árabe

      Esta fortaleza recuerda la huella musulmana en Mérida, invitando a la reflexión sobre la convivencia de culturas y la riqueza que de ella brota. Es un testimonio silencioso del paso del tiempo y las transformaciones que ha vivido esta tierra.


Catedral de Santa María la Mayor

      Situada en la Plaza de España, esta catedral fue construida sobre los restos de una basílica visigoda. Su arquitectura y su historia reflejan la continuidad espiritual de Mérida y el arraigo de la fe cristiana que acompaña a los peregrinos en su camino.


Basílica de Santa Eulalia

      Uno de los puntos espirituales más importantes de Mérida, esta basílica fue el primer templo cristiano erigido en Hispania tras la Paz del emperador Constantino. Dedicada a Santa Eulalia, mártir y símbolo de la fe, la basílica fue centro de peregrinación desde la Edad Media. Las excavaciones recientes han puesto al descubierto su evolución, desde casas romanas hasta el templo actual reconstruido en el siglo XIII por la Orden de Santiago. Aquí, bajo su altar, reposan las reliquias de Santa Eulalia, un faro de esperanza para quienes recorren el Camino.


Teatro y Anfiteatro Romanos

      Joyas de la arquitectura romana, estos espacios siguen vivos gracias a las representaciones teatrales que se celebran en ellos. Visitar el teatro es sumergirse en la cultura y la expresión artística que ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales.


Otros monumentos

      El Templo de Diana, el Acueducto de los Milagros, el Circo Romano y las Termas complementan el rico mosaico patrimonial de Mérida, invitando al peregrino a contemplar la grandeza del pasado y reflexionar sobre el presente.










Reflexión final de la etapa

      Entrar en Mérida es como cruzar un umbral entre siglos y culturas. El peregrino que pisa el puente romano siente bajo sus pies el peso y la luz de milenios. Cada arco es un recordatorio de que el camino no es solo un recorrido físico, sino también un viaje interior hacia la memoria, la fe y la esperanza.

En esta ciudad donde convergen restos romanos, testimonios cristianos y huellas árabes, el peregrino puede encontrar un espejo de su propia travesía: un entrelazado de pasos, encuentros y silencios, que invita a mirar atrás sin quedarse atrapado y a mirar adelante con confianza.

Como Santa Eulalia, cuya vida se entregó con valentía y fe, el peregrino está llamado a caminar con corazón abierto, reconociendo en cada piedra, en cada rostro, en cada gesto, la presencia de lo sagrado.

Que esta etapa sea un tiempo para detenerse, para escuchar el murmullo del Guadiana y el eco de las antiguas voces, y para renovar el ánimo con la certeza de que, en el Camino, cada paso es un don.


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Próximas poblaciones con albergue:

El Carrascalejo
>>> a 14,6 <<<

Aljucén
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Alcuéscar
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Aldea de Cano
>>> 53,5 km <<<

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