Vía de la Plata / Etapa 2 - Guillena > Castilblanco de los Arroyos



Información actualizada: 14 de enero de 2025



      Hoy nos aguarda una jornada serena y hermosa. Poco a poco, la soledad y el silencio irán impregnando nuestros pasos, volviéndolos más íntimos, más nuestros. Atrás queda la gran ciudad con su bullicio y ese tráfico que tanto nos aleja del verdadero caminar. El rumbo ya apunta a la Sierra Norte de Sevilla, y el paisaje comienza a transformarse: campos de cultivo y dehesas se extienden a nuestro alrededor, regalándonos una belleza sencilla pero profunda.


¡Es tiempo de caminar, de mirar, de disfrutar!



      Desde la iglesia nos dirigimos hacia la Avenida de la Vega, que pronto dejamos atrás guiados por una flecha amarilla. No es una simple señal, es una invitación silenciosa a seguir confiando, a seguir caminando. El sendero desciende hacia la ribera del río Huelva. Si el caudal lo permite, lo cruzamos sin dificultad; pero si las aguas se alzan impetuosas, tendremos que rodear y salir de la localidad por la carretera. Así es el Camino: a veces nos deja pasar, otras nos enseña a fluir con lo que viene.

Poco después, al alcanzar un pequeño polígono industrial (Km 2,9), las flechas amarillas nos conducen hacia la Cañada Real de las Islas. Es un largo tramo en ascenso, entre campos de cultivo, donde el paisaje empieza a abrirse y el silencio se convierte en nuestro mejor compañero. En ese silencio, algo en nuestro interior también comienza a despertar.





      El terreno continúa en suave ascenso, rodeado de olivares y campos de cultivo que alegran la vista y acompañan el caminar. El paisaje comienza a transformarse al llegar al primer portón de la Vía de la Plata. Algo cambia, no solo afuera, también dentro.

Entramos en tierras del Cortijo de El Chaparral, y un paso canadiense nos abre las puertas a un nuevo mundo: la dehesa. (Km 7,5)

Aquí el aire huele distinto, y el alma lo nota. El silencio se hace más profundo, los árboles más sabios, y los pasos más recogidos. Parece que el Camino, como un viejo maestro, empieza a hablarnos sin palabras.

Entramos en la primera dehesa de la Vía de la Plata, donde la señalización nunca nos deja a la deriva. A veces son mojones de granito los que marcan el sendero, otras, las flechas amarillas, pintadas con cuidado en árboles, postes o piedras, como pequeños faros que iluminan nuestro andar. En ese paisaje abierto y antiguo, cada señal es un guiño, una invitación a no perder la senda, tanto exterior como interior.







      El trazado continúa en ligero ascenso, aunque algún tramo puede presentar una pendiente más abrupta, marcada por la erosión del suelo. El Camino, como la vida misma, a veces se suaviza y otras nos reta a mantener la firmeza en la subida.

Tras este largo caminar, llegamos a una pista ancha que nos conduce sin prisa hasta una carretera. Junto a ella, un monolito conmemorativo de la Vía de la Plata se alza, silencioso guardián de historias y peregrinos (Km 14).

Al cruzar la A-8002, el camino sigue paralelo a la carretera. La mirada se abre al horizonte mientras avanzamos, y después de unos 3,5 km, llegamos a una glorieta, esa puerta que nos anuncia la llegada a Castilblanco de los Arroyos (Km 17,5).

Aquí, en esta entrada al pueblo, el Camino nos invita a detenernos un instante, a respirar hondo y preparar el espíritu para lo que queda por andar.








      Entramos en Castilblanco de los Arroyos por la avenida Antonio Machado, siguiendo el pulso tranquilo de sus calles. El albergue municipal para peregrinos se encuentra a la derecha, justo tras pasar la gasolinera (Km 17,9), un remanso de paz y hospitalidad.

Este albergue es cuidado con dedicación por hospitaleros voluntarios, guardianes del espíritu peregrino que acogen a quien llega cansado, con el alma sedienta de descanso y compañía.

Nuestro final de etapa lo fijamos en la parroquia de la localidad, en la hermosa y encalada iglesia del Divino Salvador (Km 18,6 - FINAL DE LA ETAPA). Allí, en ese templo sereno, concluye este tramo del camino, invitándonos a la reflexión y al agradecimiento por el don de caminar.






      Este bello pueblo de la Sierra Norte de Sevilla se alza en las primeras estribaciones de Sierra Morena, custodiando siglos de historia, tradiciones y silencios que hablan al alma del peregrino.

Sus calles, encaladas y apacibles, reflejan la sencillez y la calidez de sus gentes, que han mantenido viva la herencia de sus antepasados en un entorno donde la naturaleza y la historia se entrelazan con armonía.

La época romana dejó huellas imborrables en sus alrededores, con numerosas villas rurales, antecesoras de los cortijos actuales, y fue cruzado por una de las calzadas más importantes del Imperio: la Vía de la Plata, arteria vital que unía el sur con el norte peninsular. Se cree que ya entonces existía un pequeño núcleo poblacional donde hoy se levanta Castilblanco, abrazado por el paso de los siglos.

Tras la conquista cristiana por Fernando III, el pueblo aparece documentado en los repartimientos de Sevilla, confirmando su importancia en la región.

En el siglo XIV, Castilblanco figura en el Libro de Montería, obra encargada por Alfonso XI que recoge con detalle y lirismo la riqueza natural y humana de estas tierras, legado singular comparable solo con grandes textos medievales europeos.

Castilblanco ha sido durante siglos refugio y apeadero para viajeros que atravesaban el sur de la península. La actual carretera que atraviesa la localidad conserva el trazado de la antigua calzada romana, testigo mudo del paso de innumerables peregrinos, comerciantes y viajeros.

Entre Castilblanco y Almadén de la Plata aún se conservan restos de una posada romana de tres plantas, que ofrecía cobijo a quienes necesitaban descansar tras largas jornadas bajo el sol o la lluvia.

Hoy, Castilblanco invita al caminante a detenerse y escuchar: el susurro de sus árboles centenarios, el canto lejano de los pájaros, el eco de pasos antiguos que aún resuenan en sus caminos.

Caminar por sus calles y sus alrededores es sentir la conexión profunda entre historia, naturaleza y espíritu, un regalo para quien busca más que un destino, un encuentro consigo mismo.


Iglesia del Divino Salvador

      En el corazón del pueblo, la iglesia del Divino Salvador se alza como un faro de calma y recogimiento, testigo silente del paso del tiempo y refugio espiritual para peregrinos y vecinos.

Este templo, de estilo barroco sevillano, fue construido en el siglo XVIII sobre antiguas estructuras religiosas anteriores, y desde entonces ha sido el centro de la vida comunitaria y espiritual de Castilblanco. Su sencilla pero elegante fachada encalada refleja la luz del sol andaluz, invitando a la contemplación y al sosiego.

El interior del Divino Salvador acoge retablos ornamentados, imágenes veneradas y un silencio que parece envolver el alma. Cada rincón invita al recogimiento, a la oración pausada y al agradecimiento por el don de la vida y el caminar.

Para el peregrino, detenerse ante esta iglesia es mucho más que una pausa física: es un momento para renovar el espíritu, para agradecer las fuerzas recibidas y para prepararse para el siguiente tramo del Camino. Sus campanas, al repicar, parecen cantar antiguas melodías que acompañan los pasos y bendicen el viaje.

Además, la iglesia suele ser punto de encuentro y acogida en festividades y celebraciones locales, manteniendo viva la tradición y la comunidad que han hecho de Castilblanco un lugar tan especial.

Caminar hacia ella, cruzar su umbral y sentarse en sus bancos es entrar en un espacio sagrado donde la historia, la fe y el silencio se entrelazan para nutrir el alma.


Historia popular:
La Campana del Divino Salvador

      Cuentan los mayores de Castilblanco que la campana mayor de la iglesia del Divino Salvador tiene un don especial: se dice que sus campanadas protegen a quienes caminan por la Vía de la Plata, acompañándolos en las horas difíciles y guiándolos hacia la paz interior.

En tiempos antiguos, cuando las tormentas azotaban la Sierra Norte y los caminos eran más solitarios y duros, la voz de esta campana era como un faro en la oscuridad. Muchos peregrinos aseguraban que, al escuchar su sonido, sentían renacer la fuerza y el ánimo para continuar su viaje.

Hoy, esa tradición sigue viva, y detenerse en la iglesia para escuchar sus campanas es como recibir una bendición que trasciende el tiempo.


Poema para el peregrino
en el Divino Salvador

En la calma del templo,
resuena el eco del alma,
un susurro que alivia,
un latir que no se calma.

Puerta abierta al silencio,
refugio en la jornada,
el Divino Salvador llama,
a la paz, a la mirada.

Peregrino, detente,
respira, contempla, siente,
que aquí el tiempo se pliega,
y el corazón se ausenta.




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Próxima población con alojamiento:

ALMADÉN DE LA PLATA
>>> 28,2 km <<<

EL REAL DE LA JARA
>>> 42,5 km <<<

MONESTERIO
>>> 62.6 km <<<

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Buen Camino





3 comentarios:

Beatriz Vicente Pecino dijo...

Tener una edad hoy dia, no es impedimento, para vivir el Camino, cuando hay narradores, que lo hacen con tal intensidad, que lo vives con toda plenitud, ya no solo en lo fisico y material,sino lo mas importante, te trasmiten desde su riqueza espiritual, el silencio, la soledad, esos momento intimos de reflexion, que llenan el alma, que dan paz y armonia. Gracias Antonio

Antonio Retamosa dijo...

Así es Beatriz, en el Camino la edad pasa a un segundo plano, lo importante es la fuerza del corazón. Beatriz, para mi es un autentico regalo que mis palabras te transmitan esa serenidad. El Camino es puro sentimiento, un viaje a lo más intimo del ser humano, este es su gran atractivo. Gracias

Jesùs pipirina dijo...

Lo cerca que está de Sevilla y lo desconocido que es para muchos.