Con las primeras luces del día, nos despedimos con gratitud de los hospitaleros voluntarios y de la Comunidad Religiosa de los Esclavos de María y de los Pobres, un refugio cristiano que aún sostiene el espíritu del Camino.
Frente al crucero que marca la entrada, elevamos una oración al Santo Apóstol, pidiendo su guía y protección para la jornada. Siguiendo la flecha amarilla, dejamos atrás el pueblo y el asfalto para adentrarnos en una senda de tierra que serpentea entre olivos y dehesas. Si partimos antes del amanecer, detenernos un instante para mirar atrás es un regalo: el horizonte se tiñe con los primeros rayos que despiertan la vida y anuncian un nuevo comienzo.
Besamos con los pies un sendero milenario, cuyas raíces se hunden en la Edad del Hierro, cuando pueblos celtas y tartésicos transitaban estas tierras. Hoy recorremos la antigua vía XXIV del Itinerario de Antonino, que unía Emérita Augusta con la mansio Ad Sorores, un asentamiento romano cercano a la villa de Casas de Don Antonio, que visitaremos más adelante.
La “Calzada de la Plata” fue un eje fundamental en la red viaria romana de la península, conectando el sur con el noroeste y dando origen a vías secundarias hacia el este. En el camino, los miliarios romanos, columnas cilíndricas colocadas en el borde de la calzada o integradas en muros y casas, nos recuerdan aquellas distancias y la precisión con la que se organizaban los desplazamientos del imperio.
Cada miliario señalizaba una distancia de mil passus —pasos dobles romanos— equivalentes a aproximadamente 1.480 metros, ayudando a orientarse a viajeros a pie, a caballo o en carro.
A lo largo de la Vía de la Plata se han documentado 189 miliarios, algunos todavía en su lugar original, otros desplazados o reutilizados, algunos aún portadores de inscripciones que indicaban su ubicación y distancia, siendo así faros para quienes recorrían estas rutas milenarias.
La Vía de la Plata extremeña nos regala numerosos vestigios que atestiguan su antigua importancia. Tras recorrer casi 8 kilómetros, cruzamos el río Ayuela por un pintoresco puente de unos 36 metros de longitud. Aunque a menudo se le llama “puente romano”, su origen real es medieval.
En sus inmediaciones aún se conservan elementos etnográficos como un lavadero, un pozo y un molino, recuerdos vivos de la vida rural que durante siglos acompañó estas tierras.
Durante la época romana, cuando la Vía de la Plata vivió su máximo esplendor, existió un puente cercano para salvar el río. Algunos sillares del puente romano original han aparecido junto a la actual N-630, pero apenas quedan restos visibles, al igual que de la antigua mansio Ad Sorores.
Con el paso de los siglos, este camino y su vado fueron cayendo en el olvido y la ruina. No fue hasta la Baja Edad Media cuando los caballeros de la Orden de Santiago reconstruyeron el puente actual, asegurando así las comunicaciones en sus vastos dominios reconquistados.
Tras cruzar el puente sobre el río Ayuela (Km 7,8), las flechas amarillas nos invitan a desviarnos a la izquierda por la carretera. Aunque a veces las señales del Camino puedan parecer confusas, optamos por seguir el latido del territorio y adentrarnos en la pintoresca villa de Casas de Don Antonio. En este andar, aprendemos que el Camino es suma de pasos conscientes, de momentos vividos, y no solo de distancias acortadas.
Esta pequeña y humilde población guarda un casco antiguo que conserva la memoria de siglos, con valores urbanísticos y patrimoniales que trascienden lo local. Fue aquí, en plena Vía de la Plata, donde se alzó una de las mansio romanas más importantes, testigo silencioso de quienes en tiempos remotos caminaban con fe y propósito.
La villa de Casas de Don Antonio se sitúa en la mansión de Ad Sorores, en la dehesa de Santiago de Bencáliz, a unos 1.500 metros al norte del núcleo actual. Ad Sorores fue la primera mansio de la vía XXIV del Itinerario de Antonino, el primer asentamiento romano al norte de Emérita, a unas 26 millas de distancia.
No conocemos con detalle las vías romanas importantes hasta que, alrededor del año 217 d.C., se redacta el Itinerario de Antonino (Itinerarium Provinciarum Antonini Augusti), una especie de libro de carreteras que nos revela el entramado viario de Hispania en tiempos de Antonino Pío, con algunos ajustes posteriores en época de Diocleciano. En él se registran las vías principales, las mansiones por las que pasaban y las distancias entre ellas.
La historia nos cuenta que el actual municipio fue fundado por la Orden de Santiago en los cortijos o casas de un caballero llamado Antonio, de donde deriva su nombre, Las Casas de Don Antonio, en el año 1290, bajo el reinado de don Sancho IV. Fue aldea dependiente de Montánchez, y el rey Carlos III le concedió el título de Villa el 24 de septiembre de 1769.
La vida discurre tranquila por las calles de esta pequeña población, donde sus vecinos reciben con amabilidad al peregrino. Las casas reflejan la identidad del territorio, construidas con mampostería de pizarra, acompañadas de cantería y ladrillo que enmarcan puertas y ventanas, mostrando la mano sabia de sus artesanos.
En la Plaza Mayor, se levanta un artístico crucero de granito, fechado a finales del siglo XVI. Estos cruceros son una de las manifestaciones más genuinas de la arquitectura popular cacereña, testigos pétreos de la fe y el paso del tiempo.
En el camino hacia la iglesia, en la Plaza de España frente al ayuntamiento, encontramos un Rollo o Picota sobre tres escalones circulares, popularmente conocido como “La Cruz de la Horca”, símbolo de jurisdicción. Tristemente, estos rollos servían en los villazgos para los ajusticiamientos públicos, un recuerdo sobrio de tiempos pasados.
La iglesia parroquial está dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, obra de finales del siglo XV, con torre de principios del XVI. En su interior se custodian un púlpito interesante, varios retablos barrocos, un cuadro en el coro que representa al obispo Pavón, una imagen del Apóstol Santiago a caballo y una destacada imagen de la Virgen de la Asunción, guardianes silenciosos de la fe y el arte que habitan esta villa.
La carretera nos conduce hasta el cruce con la Nacional, y avanzamos por un carril paralelo a ella. Pronto, unos cubos de granito nos señalan el miliario XXVI (Km 9,9), que se alza a nuestra derecha formando parte de una cerca de piedras. Aunque muy desgastado y sin base, marca la milla XXVI de la calzada, justo donde se ubicaba la mansio Ad Sorores, probablemente cerca del actual km 579 de la N-630.
Un kilómetro más adelante, llegamos a la entrada de la Dehesa Santiago de Bencáliz, donde se encuentra la Casa Fuerte, una construcción bajomedieval de los siglos XVII y XVIII. El miliario de la milla XXVII sirve de columna en el portal de esta finca.
Dos filas de eucaliptos dibujan un pasillo vegetal de unos 500 metros que conduce a esta magnífica casa-fuerte, que fue ampliada y reformada en el siglo XVI, guardiana silenciosa de historias y tiempos.
Al norte, junto al pequeño embalse de Nogales, se alzan las ruinas de la ermita de Santiago. Para su construcción no se buscaron piedras lejanas, sino que se desmantelaron parcialmente algunas estructuras de la villa romana sobre la que se asienta. En los años 70, el profesor Enrique Cerrillo llevó a cabo excavaciones arqueológicas aquí, aunque la investigación quedó truncada por la negativa de los propietarios.
Tanto la casa fuerte como la ermita son hoy propiedad privada y no visitables, pero su presencia nos habla del pasado vivo que nos rodea.
Siguiendo el camino, nos encontramos con otro miliario que aún se mantiene erguido junto a la calzada: el miliario XXVIII (Km 11,3). Situado en su lugar original, es conocido como “el Correo” por la abertura que servía para dejar la correspondencia destinada a la cercana casa de Santiago de Bencáliz.
La Vía de la Plata debe su nombre actual a una transformación lingüística: proviene de la castellanización del término andalusí al-Balat, que significa “el camino empedrado”. Pero su historia se remonta mucho más atrás, incluso antes de la llegada de Roma a estas tierras.
Fue en época del emperador Augusto cuando esta ruta comenzó a tomar forma definitiva, consolidándose con la construcción de la calzada durante el siglo II d.C., bajo los mandatos de los emperadores Trajano y Adriano. Su importancia fue tal que los casi 470 kilómetros iniciales, que unían Astúrica Augusta (actual Astorga) con Emérita Augusta (Mérida), se fueron extendiendo con el tiempo hacia el sur, hasta Itálica e Hispalis (la Sevilla romana), por la vía conocida como Iter ab Hostio Emeritam Uxue Fluminis Anae.
Llegamos a una zona de descanso junto al puente de Santiago de Bencáliz, que salva el cauce del ahora sediento arroyo de la Zafra (Km 12,4). Aunque en la zona se le conoce como puente romano, como suele suceder con muchos puentes del Camino, su origen es en realidad bajo medieval. Fue construido bajo el auspicio de los caballeros de la Orden de Santiago y hoy se mantiene en muy buen estado, testigo silencioso de los pasos que lo cruzaron durante siglos.
Este puente nos recuerda que, como peregrinos, a veces debemos atravesar cauces que parecen secos, pero que en nuestro interior mantienen la vida latente, esperando ser despertada.
A unos doscientos metros llegamos a la carretera N-630, que cruzamos con cuidado. A pocos pasos, a la izquierda, aparece el miliario XXX, cercano al camino, como un antiguo guardián que sigue marcando la distancia en esta ruta milenaria.
Un kilómetro y medio más adelante, alcanzamos el arroyo Vendinar. Si lleva agua, podremos cruzar sus bloques de granito sin dificultad, como un pequeño desafío natural que nos conecta con la tierra.
Tras avanzar otros 700 metros, llegamos al cruce que conduce a Aldea de Cano (Km 14,8). La aldea se abre a nuestra derecha, a unos 500 metros, ofreciéndonos una oportunidad de descanso y compañía. Quizás sea buen momento para detenernos, tomar aliento y compartir experiencias, pues aún quedan unos 11 kilómetros hasta el final de la etapa.
En la entrada de Aldea de Cano encontraremos un albergue para peregrinos y un bar cercano, el Restaurante Las Vegas, un refugio amable donde recargar fuerzas y seguir el Camino.
Aldea de Cano, un remanso para el peregrino, ofrece todos los servicios necesarios: albergue, bar-restaurante, farmacia, tiendas e incluso una casa rural para quienes buscan mayor comodidad.
Destaca su iglesia parroquial, dedicada a San Martín de Tours, patrón del pueblo. Construida entre finales del siglo XV y principios del XVI con mampostería y sillería, su torre cuadrada luce una decoración de bolas que revela la influencia portuguesa de sus canteros. En su interior, varios retablos barrocos y rococós enriquecen el templo, siendo el retablo mayor, del siglo XVII, el más destacado, donde se sitúa la imagen del patrón.
Otros lugares de interés que invitan a la pausa y la contemplación son el Convento de Angelita Llorens, la Ermita de la Virgen de los Remedios, la Casa del Cura y el Ayuntamiento, conocido como Palacio de los Excelentísimos Marqueses Martín Borrego, edificado en el siglo XVI.
En Aldea de Cano, el peregrino no solo encuentra refugio, sino también la oportunidad de sentir la historia y la espiritualidad que envuelven este antiguo camino.
Desde la iglesia de San Martín, tomamos la calle Cristóbal Colón hasta llegar a la carretera N-630. Cruzamos con cuidado y seguimos de frente por la carretera comarcal 360. Aunque no hay flechas que lo señalen, este es el camino más corto para retomar la ruta señalizada con las flechas amarillas.
Caminamos con precaución por el arcén izquierdo durante algo más de 400 metros hasta que, al llegar al kilómetro 15,5 de la etapa, las flechas nos indican el camino a seguir.
Un kilómetro más adelante, atravesamos un paso subterráneo que salva la autovía y nos adentramos en la tranquilidad de la dehesa (Km 16,5 de la etapa), un espacio donde la naturaleza nos invita a la calma y la reflexión.
Entramos en una zona de gran belleza natural, donde la dehesa se extiende ante nosotros, regalándonos su calma y su sencilla grandeza. Los sonidos del campo, el susurro del viento entre las hojas y el canto lejano de las aves nos invitan a detenernos, a respirar con conciencia, a armonizarnos con este paisaje que parece eterno.
En la sencillez de estos momentos se encuentra la verdadera riqueza: aprender a valorar lo pequeño, a escuchar el latido pausado de la tierra y a encontrar en ella un refugio para el alma.
Tras pasar el Arroyo del Molinillo, a unos 100 metros y tumbado en la dehesa, se encuentra el miliario XXXII (Km 17,2). Poco después cruzamos un paso canadiense, y durante el próximo kilómetro el camino presenta un ligero repecho con su consiguiente bajada, que nos lleva a vadear otro curso de agua: el arroyo de la Cigorova.
Entramos ahora en un entorno de gran belleza natural. El Camino se abre paso entre las Dehesas del Garabato de Arriba y de la Falsa, un paisaje que invita al silencio y a la contemplación. Caminamos bajo la sombra de encinas centenarias, entre cantos de aves y la calma profunda del campo extremeño.
Finalmente alcanzamos la pista del Aeródromo de La Cervera, donde los socios del Aeroclub de Cáceres practican sus vuelos (Km 20,2 de la etapa). Un cartel nos aclara que la prohibición de paso no afecta a los peregrinos, que podemos continuar sin problema.
Aún nos queda un tramo de algo más de 6 km hasta alcanzar nuestro objetivo de hoy: la población de Valdesalor. En los meses duros del verano, cuando el sol cae implacable, este trayecto puede hacerse especialmente exigente. El calor aprieta, y no encontraremos sombra alguna donde cobijarnos. Conviene, pues, afrontarlo con calma, agua suficiente y buen ánimo.
El paisaje continúa siendo el de un terreno ondulado, cubierto de retamas, que poco a poco va descendiendo. Finalmente, el camino nos conduce hasta el puente viejo que cruza el río Salor: el conocido como puente de La Mocha (Km 24,7).
Aunque muchos lo atribuyen al mundo romano, no lo es en su configuración actual. Es muy probable que se alzara sobre uno anterior, ya que su emplazamiento coincide con el trazado de la vía XXIV del Itinerario de Antonino. De la época romana apenas quedan unos sillares, reutilizados probablemente para levantar las bóvedas apuntadas.
Se considera, por tanto, que los cinco arcos centrales datan de época bajomedieval, con una clara influencia gótica. El resto de los arcos y estribos pertenecen a reformas posteriores, siendo especialmente significativa la gran rehabilitación de 1751. La plataforma ha sido restaurada recientemente con cantos rodados, flanqueada por un eje central de losetas de granito.
“El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa.”
—San Juan de la Cruz
Una vez superado el puente, gastamos nuestros últimos cartuchos en una larga recta que nos adentra, por fin, en la población.
A la entrada de Valdesalor se encuentra el albergue municipal de peregrinos, justo frente al parque (Km 25,7). Trescientos metros más adelante alcanzamos el final de la etapa de hoy (Km 26), en la Plaza de España, donde se alzan la iglesia parroquial y el edificio del ayuntamiento.
Frente a la iglesia, en la calle Cristóbal Colón, se encuentra el Hogar del Pensionista. Allí debemos recoger la llave del albergue, inscribirnos y sellar nuestra credencial.
Al llegar a Valdesalor
El cuerpo cansado pide descanso, y el alma, recogimiento. Ha sido una jornada larga, llena de contrastes: dehesas silenciosas, miliarios centenarios, puentes que nos hablan de otras épocas... y ese sol implacable que todo lo pone a prueba. Pero también ha sido una etapa de belleza sobria, de horizontes abiertos y de paso firme.
Quizá no haya muchas cosas aquí que llamen la atención del viajero apresurado, pero el peregrino sabe mirar con otros ojos. Porque todo lugar tiene su alma, y todo descanso, su sentido.
"Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda."
— Santa Teresa de Jesús
encuentro de historia, naturaleza y peregrinación
Esta localidad debe su nombre al río Salor y a la hermosa vega que le rodea. Su poblamiento está documentado desde época romana, gracias al hallazgo de un tesoro fechado en el año 81 a.C., posiblemente vinculado a las guerras sertorianas.
Aunque su actual asentamiento fue proyectado a finales de los años 60 del siglo XX por el Instituto de Colonización para aprovechar la zona de regadío cercana al embalse del Salor, Valdesalor se alza en uno de los entornos más históricos y emblemáticos del occidente español: la Vía de la Plata.
Eminentemente agrícola, la localidad se nutre de los regadíos derivados del embalse ubicado a 6,5 km. Llegaron a ella 60 colonos procedentes de poblaciones cercanas, que recibieron parcelas de seis hectáreas para cultivar. Así, el pueblo es también un referente del “desarrollismo” rural español en la segunda mitad del siglo XX, reflejado en su arquitectura de colonización.
A pesar de su juventud, en Valdesalor confluyen caminos y memoria. Por su término transitan la Vía de la Plata y el cordel de merinas, con restos romanos, como varios miliarios reutilizados en las cuadras de la Finca del Trasquilón.
Entre sus principales atractivos destacan un puente romano-medieval, una ermita visigoda, un embalse que invita al baño y al descanso, un refugio de pescadores, rutas senderistas, dos castillos, una casa palacio para uso hostelero y, desde hace unos años, un coqueto y acogedor albergue de peregrinos.
Este lugar, mezcla de historia y vida sencilla, nos recuerda que el Camino no solo es un recorrido físico, sino una invitación a conectar con la tierra, la memoria y la comunidad que nos acoge.
Como dijo San Juan de la Cruz:
“En el ocaso de la vida, seremos juzgados por el amor.”
Que Valdesalor sea un espacio para reencontrarnos con ese amor y serenidad en nuestro peregrinar.
1 comentario:
Es una delicia leer la etapa XI, sevive "in situ " al ser contada con todo tipo de detalles historicos, y actuales para el peregrino. Esa coleccion de miliarios, que guardan tantos siglos de historia, curioso el miliario-correo. He disdfrutado mucho de su lectura, pues no dejo de aprender,es fantastico leerte, gracias Antonio
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