Vía de la Plata / Etapa 14 - Cañaveral > Carcaboso



Información actualizada: 28 de abril de 2025




      Nos adentramos en una de las etapas más exigentes y a la vez enriquecedoras del Camino, un recorrido de casi 40 kilómetros que pondrá a prueba nuestro cuerpo y fortalecerá nuestro espíritu. El paisaje nos envolverá con la belleza de la dehesa extremeña, con sus alcornoques centenarios y extensos campos, mientras pueblos cargados de historia nos abren sus puertas para ofrecernos descanso y compañía.

En esta jornada larga, cada paso será un acto de entrega y perseverancia. Contamos con la posibilidad de acortar la distancia en pueblos intermedios como Grimaldo o Galisteo, donde la hospitalidad y la tradición se viven en cada rincón.

Caminar este tramo es aceptar el desafío con humildad, sabiendo que el Camino es un maestro paciente que nos enseña a avanzar con fe y a descubrir en el silencio interior la fuerza que nos sostiene. Que cada mirada al horizonte, cada suspiro y cada gesto de bondad sean parte del regalo que nos damos a nosotros mismos en esta experiencia de transformación.


      Partimos desde la iglesia parroquial de Santa Marina, en Cañaveral, lugar donde se respira historia y devoción en sus piedras. Caminamos por la calle Real hasta encontrarnos con la carretera N-630, que pronto dejamos para adentrarnos en un sendero que bordea la ermita de San Cristóbal. A nuestra izquierda, la fuente de la República nos invita a beber y a renovar el espíritu (Km. 2,8).

El sendero, marcado con flechas amarillas y cubos de granito, nos conduce hasta una vieja cantera que anticipa la subida hacia el Alto de los Castaños. Aunque breve, este repecho recuerda que cada esfuerzo en el Camino es una oportunidad para crecer y elevar el ánimo.




      Superada la cuesta, la vista atrás regala las primeras luces del día, testigos del viaje interior que cada peregrino emprende. Ascendemos levemente hasta el Puerto de los Castaños y descendemos entre pinos y alcornoques centenarios, hasta cruzar una carretera comarcal. Aquí comienza la entrada a la dehesa, un valle misterioso conocido como el Valle de los Muertos, donde la historia y la naturaleza parecen susurrar al caminante.

A pocos metros, una cancela nos invita a adentrarnos en la dehesa por un sendero rodeado de alcornoques centenarios, conocidos popularmente como “los árboles encantados” del valle de los Muertos.





      Poco después, cruzamos el cauce del Arroyo de la Madre del Agua sin dificultad. En el kilómetro 8,2, surge la bifurcación hacia Grimaldo, un pequeño oasis donde reposar, recobrar fuerzas y encontrar hospitalidad. 
En este punto tenemos la opción de continuar o visitar la pequeña población de Grimaldo, donde encontraremos un par de albergues, uno municipal y el otro privado. En esta pequeña localidad también hay un bar donde poder desayunar o almorzar si decidimos finalizar aquí la jornada.


      Grimaldo está situado en un precioso paraje rodeado de sierras, donde predominan los pinos y arroyos. Es una población pequeña, recorrer sus calles es cuestión de minutos. Uno de sus principales monumentos es el Castillo romano que fue reconstruido por los Reyes Católicos y que llegó a pertenecer a la dinastía Grimaldi. En él se dice que vivió un terrateniente que, dadas las vejaciones a las que sus sirvientes propinaban a mendigos y caminantes, mandó que todos ellos fueran decapitados y sus cabezas expuestas en cada una de las almenas del castillo. La leyenda nos cuenta que por estas tierras se libraron batallas contra los moriscos, y que en la primera jara que da el sol, se encuentra el “Vellocino de Oro”. La iglesia fue construida con las piedras que cayeron en su tiempo de la torre del castillo. Se puede contemplar la torre del castillo en su parte exterior. Para visitar su interior hay que pedir permiso, se trata de una propiedad privada usada como vivienda particular.

Grimaldo, aunque pequeño, posee ese encanto íntimo de los pueblos que han sabido conservar su identidad a lo largo de los siglos. Sus calles, llenas de historia y silencio, invitan al peregrino a una pausa necesaria para reconectar con la esencia del camino. La naturaleza que lo rodea ofrece un remanso de paz y recogimiento, un escenario perfecto para meditar sobre el viaje interior que acompaña a la peregrinación.

El castillo, más que un monumento, es testigo mudo de tiempos convulsos y leyendas que aún resuenan en el viento. Su presencia recuerda al caminante que cada piedra del Camino está impregnada de historias de lucha, esperanza y fe.

En este rincón de Extremadura, la hospitalidad de sus gentes se convierte en un regalo inesperado, un gesto amable o una palabra cálida que sostiene y anima al peregrino a continuar.


      Aquellos que no quieran desviarse a Grimaldo pueden continuar siguiendo a las flechas amarillas o los cubos de granito. Tras unos 800 m de ligera subida, el sendero nos lleva hasta la carretera de Holguera, que cruzamos con respeto y humildad, accediendo a través de unas cancelas que nos recuerdan la frontera entre el mundo cotidiano y el espacio sagrado del Camino (Km 9 de la etapa).

Durante los próximos cinco kilómetros, el terreno se muestra amable y previsible, como un respiro para el alma que avanza con paso firme. Seguimos la senda marcada por el legado de peregrinos que nos precedieron, atravesando el Prado Pajares, la Dehesa de Grimaldo y el Cerro Cabildo, en cuyo silencio los ecos de tantas oraciones se hacen palpables. Abrimos y cerramos cancelas, pequeñas puertas que simbolizan también pasos en nuestro propio camino interior. La atención a las señales se vuelve parte de nuestra meditación; cada indicación es un susurro del Camino que nos invita a continuar con fe, especialmente tras una cancela donde el sendero puede confundirse, recordándonos que en el Camino, como en la vida, hay momentos de duda.

Junto a una de estas cancelas, un desvío hacia Riolobos ofrece refugio a quien necesite reposar el cuerpo y el espíritu, una opción legítima para quienes sienten la llamada de la pausa, pero para aquellos que mantienen viva la llama del peregrino, el sendero oficial continúa señalizado con cubos de granito y flechas amarillas (Km 15,8).

El descenso que sigue, cruzando cancelas, abre el paso hacia la Presa del Arroyo del Boquerón (Km 19,6), un remanso que invita a la reflexión sobre la corriente de la vida, que fluye y a veces se detiene, pero nunca cesa.






      Al llegar a la presa, descendemos por un camino que nos lleva a una cancela, donde un arroyo nos desafía a cruzar, recordándonos la necesidad de purificar cuerpo y alma en nuestro paso. En tiempos de lluvia, este vado exige descalzarnos, una invitación simbólica a dejar atrás el peso de lo mundano para avanzar con ligereza.

Tras este rito sencillo, el camino nos conduce hasta la carretera que llega desde Riolobos. Las flechas amarillas, como guardianes del peregrino, nos guían a subir y continuar por un sendero que bordea la vía, acompañados por el susurro constante del viento y la tierra bajo nuestros pies. Tras cruzar la carretera junto a un cubo de granito, tomamos la pista que nos lleva a la Finca Valparaíso (Km 20,8), punto desde donde, a un breve trecho, se alza el Cerro de Fuente del Sapo, lugar donde la historia y la leyenda romana nos hablan del pasado y de la continuidad del Camino, la antigua mansio Rusticiana.


“Cada paso en el camino nos acerca no solo a un destino, sino también a la memoria escondida en la tierra que pisamos.”



      En menos de 500 metros de repecho, alcanzamos una loma desde la que, como un faro en la distancia, se dibuja nuestro destino de hoy: Galisteo. El camino desciende suavemente entre las tierras de la finca Valparaíso, donde el ganado pace tranquilo, recordándonos la serenidad que también debemos buscar en nuestro interior.

Avanzamos hasta cruzar un puente que salva la acequia de regadío del río Alagón (Km 23 de la etapa), un pequeño pero significativo paso que simboliza el tránsito constante entre el esfuerzo y la recompensa.

Tras superar este puente, un cubo de granito nos guía por un sendero entre vallas metálicas que conduce a una finca agraria. No dejéis que los ladridos fieros os perturben; como en la vida, a veces el temor es solo una sombra que debemos atravesar con calma y confianza.

Al rebasar la finca, llegamos a otro puente, esta vez sobre el arroyo de las Monjas, donde el murmullo del agua acompaña nuestros pensamientos y nos invita a seguir adelante con espíritu renovado.







      Tras avanzar unos quinientos metros por una pista amplia, flanqueada por campos que parecen susurrar historias ancestrales, llegamos a un cruce en el Camino. Aquí se abre ante nosotros una encrucijada, un símbolo eterno del peregrinar: elegir la senda.

A la izquierda, el camino oficial nos conduce hacia Galisteo, destino conocido y seguro, mientras que de frente se abre la ruta hacia San Gil, una pequeña población discreta.



      La ruta oficial nos desafía aún con un último esfuerzo, un repecho exigente que pone a prueba cuerpo y alma. Pero al coronar la loma, el horizonte se abre regalándonos la majestuosa imagen de Galisteo, protegida por su antigua muralla almohade, un auténtico testimonio del paso del tiempo y la historia que nos precede.

Si el corazón y las fuerzas lo permiten, es aconsejable detenerse para reponer energías y dejar que el espíritu también se revitalice. Entrar por una de las tres puertas de esta fortaleza de piedra es como traspasar un umbral hacia otro tiempo. La puerta del Rey, señalada en nuestro mapa, nos conduce hacia la iglesia de Santa María (Km 27,6 de la etapa), un lugar donde el peregrino puede contemplar la belleza de lo sagrado y renovar su interior para seguir adelante.

Porque cada parada en el camino es también una invitación a la pausa, a la reflexión y al encuentro con uno mismo.







      Galisteo, villa histórica y declarada Conjunto Histórico-Artístico, es una joya de la provincia de Cáceres donde la historia aún fluye por sus calles empedradas y se siente en el aire que envuelve su paisaje. Sus muros aún resguardan la imponente muralla almohade del siglo XIII, construida con cantos rodados procedentes del río Jerte, que alcanza hasta 11 metros de altura y 3 metros de grosor, y que circunda la villa con un perímetro de más de un kilómetro. Esta muralla es la más sorprendente de toda la Vía de la Plata y conserva tres puertas de acceso: la Puerta de Santa María, la Puerta del Rey y la Puerta de la Villa.

El alma medieval de Galisteo se refleja también en sus calles estrechas y casas encaladas que se cobijan tras estas defensas milenarias, muchas con soportales y pequeñas plazas que conservan el carácter de un pueblo vivo y lleno de historia.

Uno de los monumentos más emblemáticos es la Iglesia de la Asunción, construida en el siglo XVI sobre una estructura anterior del siglo XIII, que conserva un ábside mudéjar con dos pisos de arcos murales de ladrillo y un campanario erigido sobre un tramo de muralla junto a la puerta de Santa María. Este templo es un remanso de espiritualidad donde el peregrino puede hacer una pausa para la reflexión.



      A la sombra de la historia, se alza también el Castillo de los Manrique de Lara, construido en el siglo XIV sobre un alcázar almohade. Destaca su torre de homenaje conocida como la Torre de la Picota, cuyo remate octogonal le confiere un aire señorial y de vigía constante. Esta torre ha sido restaurada y ofrece una vista panorámica excepcional de la villa y sus alrededores, invitando a contemplar desde las alturas el paso del tiempo y la belleza que nos rodea.



      Cerca del río Jerte se encuentra el Puente renacentista, construido a mediados del siglo XVI por los señores de la villa. Este puente, adornado con el escudo nobiliario, cruza el río y conecta con un agradable paraje acondicionado como merendero, un lugar ideal para descansar y disfrutar de la naturaleza que acompaña el camino.

Galisteo, con su carácter medieval, su vibrante historia y sus rincones cargados de belleza, invita al peregrino a detenerse, a escuchar el susurro de sus piedras y a impregnarse del espíritu de una villa que ha sido testigo de siglos de paso y transformación.



      Desde la iglesia de Santa María en Galisteo, nos dirigimos hacia la Plaza de España, recorriendo la calle Gabriel y Galán hasta alcanzar la histórica Puerta de la Villa. Aquí retomamos el camino, siguiendo las flechas amarillas, y avanzamos por la carretera hacia Plasencia que nos conduce hasta el emblemático puente medieval sobre el río Jerte.

Cruzar este puente es más que un simple paso físico; es un momento para detenernos y agradecer el viaje recorrido, contemplando las aguas que han visto pasar siglos de peregrinos y viajeros. Este será el inicio del último tramo de la jornada, un recorrido de más de diez kilómetros por la comarca del Valle del Alagón.

Aunque caminamos por carretera, cada paso puede ser una oración en movimiento, una invitación a la paciencia y la atención plena, a encontrar la belleza en la simplicidad del paisaje que nos rodea.




      Echamos la vista atrás para grabar en nuestra memoria la hermosa estampa de la muralla de Galisteo con su puente medieval. Una vez superado el puente de la autovía, llegamos hasta una rotonda, donde unas indicaciones nos hacen tomar la carretera de la derecha (km 29,2) que nos lleva hasta la siguiente población, Aldehuela del Jerte (Km 33,6 de la etapa).

En este tramo fluye a nuestra derecha el río Jerte, afluente del Alagón que da nombre a la población. Aunque pueda parecernos un tramo algo monótono, podemos disfrutar de verdes prados donde se cultiva el afamado Pimentón de la Vera; árboles como chopos y sauces predominan en el paisaje.








      El pequeño núcleo de Aldehuela del Jerte se encuentra encuadrado entre los ríos Jerte y Alagón, en una penillanura salpicada de suaves colinas. Su paisaje, característico de las zonas de regadío, luce una vegetación abundante y prados siempre verdes. Aquí, el cultivo estrella es el pimiento de gran calidad, destinado a la elaboración del afamado Pimentón con Denominación de Origen de La Vera, producto que ha dado fama a toda la comarca.

Por su tamaño reducido, el pueblo cuenta con un único templo: la Iglesia de San Blas, construida entre los siglos XVII y XVIII. En su interior se conservan piezas de gran valor histórico-artístico, como una talla de la Virgen de la Encina (siglos XV-XVI) y un crucifijo de madera del siglo XVII. En 2021, la parroquia estrenó un nuevo retablo, presidido por sus tres patrones: San Blas, la Virgen de la Encina y San Antonio de Padua. Esta obra fue posible gracias a la generosidad de feligreses, vecinos y particulares que aportaron sus donativos.

El conjunto, junto con la tranquilidad de sus calles y el frescor que aportan los ríos cercanos, hace de Aldehuela del Jerte un apacible alto en el Camino, ideal para recuperar fuerzas antes de encarar el tramo final de la etapa.



      Tras esta pausa, atravesamos la población y retomamos el camino por la carretera. Aldehuela del Jerte queda atrás en un suspiro, y pronto nos enfrentamos a un tramo de más de cinco kilómetros de carretera recta y abierta, sin apenas arbolado ni sombra.

Es un momento para la paciencia, para dejar que los pensamientos se agiten o se aquieten al ritmo de nuestros pasos, mientras la calma nos envuelve. La meta está próxima: Carcaboso nos espera al final de este trecho, y con ella, el merecido descanso que todo peregrino anhela.




      Tras cinco kilómetros caminando por la carretera, llegamos a un cruce con la carretera de Plasencia. Cruzamos con cuidado y un cartel original nos da la bienvenida a Carcaboso. Entramos por la calle de la iglesia y avanzamos hasta el final de nuestra jornada, la Parroquia de Santiago (km 48,3 FINAL DE LA ETAPA).








      El nombre de Carcaboso procede de cárcabo o cárcaba, que significa hoya o zanja grande producida por una corriente impetuosa de agua. El terreno arcilloso donde se asienta el pueblo facilita este fenómeno erosivo, y así el lugar toma su nombre, surgiendo entorno a esta cárcaba natural.

Las primeras huellas de asentamientos en la zona se remontan a la prehistoria, con tumbas megalíticas localizadas en el cercano Cerro de Triquiñuelo, muy cerca del actual núcleo urbano.

El Carcaboso que hoy conocemos tiene sus orígenes en la Edad Media, como un núcleo de paso entre Plasencia y Montehermoso en el siglo XIII, siendo aldea dependiente del Señorío de Galisteo.


Iglesia parroquial Santiago Apóstol

      La iglesia parroquial, dedicada a Santiago Apóstol, es un testimonio vivo de la historia y fe que impregnan Carcaboso. Su estructura rectangular original fue modificada con la adición de una sacristía y una dependencia bautismal, adaptándose a las necesidades espirituales de su comunidad a lo largo de los siglos.

Un detalle especialmente notable son las dos columnas miliarias situadas en el pórtico de entrada. Estas columnas datan de la época de los emperadores romanos Trajano (98-117 d.C.) y Adriano (117-138 d.C.), una conexión tangible con el pasado romano y con los santos mártires que son los patronos de la localidad. Estas piezas, además de embellecer el templo, simbolizan la continuidad de la fe y la fortaleza en el espíritu peregrino.

Caminar hasta Carcaboso es llegar a un lugar donde la historia, la fe y la naturaleza se entrelazan, ofreciendo un refugio para el alma cansada y un lugar donde detenerse a contemplar el sentido profundo del camino.




Reflexión final de la etapa

      Cada paso en esta jornada nos invita a contemplar no solo el paisaje que nos rodea, sino también el viaje interior que la peregrinación despierta en nosotros. Desde los históricos muros de Galisteo hasta la serenidad de Carcaboso, el Camino nos regala la oportunidad de reencontrarnos con nuestra esencia, de caminar en silencio con la fe que nos sostiene.

Las piedras que pisamos, las fuentes donde calmamos la sed, los pueblos que atravesamos, son más que puntos en el mapa; son testigos de siglos de esperanza, de lucha y de entrega. Al recorrerlos, aprendemos a soltar el peso del pasado y a abrirnos a la confianza en el presente.

Que este tramo del Camino sea un recordatorio de que el verdadero destino no es solo un lugar, sino el crecimiento que acontece en nuestro corazón. La paciencia, la humildad y la gratitud son las fuerzas que nos impulsan a continuar, paso a paso, hacia la luz que todos buscamos.


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Próximas poblaciones con albergue:

Oliva de Plasencia
>>> 19,6 km (Fuera de camino 6,6 km) <<<

Jarilla (Hostal Asturias)
>>> a 30,2 km (Fuera de camino 2,7 km) <<<

Aldeanueva del Camino
>>> 39,2 km <<<

Baños de Montemayor
>>> a 48 km <<<

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Buen Camino





Vía de la Plata / Etapa 13 - Casar de Cáceres > Cañaveral



Información actualizada 18 de abril de 2025



      Nos adentramos en una etapa llena de contrastes, donde la historia milenaria se mezcla con paisajes abiertos y caminos que invitan a la contemplación. El recorrido entre Casar de Cáceres y Cañaveral nos regala la oportunidad de caminar sobre trazados romanos, cruzar puentes centenarios y sentir el pulso ancestral de tierras que han sido paso obligado de peregrinos y viajeros desde tiempos remotos.

Esta jornada no solo exige cierta resistencia física —por sus desniveles y el calor en verano— sino también nos invita a la pausa consciente. El silencio de los senderos, el canto de las aves y el murmullo del río Tajo son compañeros que nos hablan de la paciencia, de la fuerza tranquila y del tiempo que nos regala el propio camino.

Más allá de los monumentos y los paisajes, el espíritu del peregrino se nutre aquí del encuentro con la historia viva, con pueblos que mantienen vivas sus tradiciones y su hospitalidad. Que esta etapa sea, pues, no solo un trayecto en kilómetros, sino un paso más en el camino interior que todos emprendemos.





      Desde el albergue de peregrinos partimos todavía envueltos en la penumbra, cuando la luz de la noche apenas empieza a ceder. Caminar a estas horas es casi una necesidad en verano, evitando así el peso asfixiante del calor.

Nuestros primeros pasos, aún adormecidos, nos llevan por la calle Larga Baja hasta la ermita de Santiago, donde un saludo silencioso al Apóstol marca el verdadero inicio de la jornada. Pronto, la localidad queda atrás y la pista, suave y cómoda, nos conduce entre ondulaciones del terreno.

Tras poco más de dos kilómetros alcanzamos el Chozo de la Retoña, ejemplo de la arquitectura pastoril tradicional extremeña, antaño refugio de pastores y hoy pequeño oasis de descanso para el peregrino.

La pista continúa hacia un horizonte sin fin. Muretes de piedra delimitan el camino y separan las fincas donde el ganado vacuno, inmóvil y sereno, aguarda los primeros rayos del día. Aquí, el amanecer es un espectáculo que detiene cualquier prisa: la luna se despide con su último brillo mientras, desde el horizonte, el sol asoma tímido y sonrojado.

El Camino enseña que hay pasos que no se dan con los pies, sino con la mirada y el corazón. Hay momentos para avanzar y otros para quedarse quieto, contemplando. En este paraje, uno siente que no camina solo: la luz, el silencio y la calma se convierten en compañeros de viaje, recordándonos que la meta no está solo en Santiago, sino en cada amanecer que se nos regala.




      Entre muros de piedra avanzamos hasta una finca ganadera (Km 4,5). Cuatro kilómetros más adelante, el Camino nos regala una pequeña sorpresa: tres antiguos miliarios, testigos mudos de la historia. A unos 300 metros, una cancela nos abre el paso hacia un coto de caza. El sendero, flanqueado por arbustos de retama, nos conduce hasta otra cancela y, tras superarla, alcanzamos un lugar singular: el depósito de miliarios, (Km 10,2 de la etapa).

Aquí descansan unas ocho columnas de granito, algunas en pie, otras tumbadas o medio ocultas bajo la tierra, como si quisieran seguir soñando en silencio. Una de ellas aún conserva la peana, y cuatro mantienen inscripciones legibles.

En tiempos del Imperio Romano, estas “columnas miliarias” marcaban cada milla —unos 1.480 metros— en las calzadas. En ellas se grababa el número de milla y el nombre del emperador que había mandado construir o restaurar el tramo.

Detenerse en este punto es como cruzar un umbral invisible: el mismo camino que ahora recorres fue transitado hace casi dos mil años. Quizá otros peregrinos, soldados, comerciantes o viajeros se detuvieron aquí, buscando sombra o descansando antes de continuar. Hoy, esas piedras nos recuerdan que somos parte de una historia mayor, y que el Camino no solo se recorre con los pies, sino también con la memoria y el corazón.






      Apenas quinientos metros después, otro portón nos invita a cruzar, esta vez hacia la Finca Berrueto. Allí, las ovejas pastan con calma, ajenas a nuestro paso, mientras los perros, guardianes silenciosos, nos observan desde la sombra, ladrando más por costumbre que por amenaza. Junto a ellos, un tramo de calzada romana, bien delimitado, nos recuerda que seguimos caminando sobre siglos de historia.

Cerramos tras nosotros el portón y retomamos el sendero, que se vuelve más difuso y se abre paso entre espesos retamales. La senda nos conduce hasta otra finca ganadera (Km 13,4 de la etapa), donde el paisaje y el ritmo pausado de la vida rural parecen no haberse alterado en generaciones.

En este silencio apenas roto por sonidos naturales, el peregrino descubre que el verdadero viaje no solo sucede en el cuerpo, sino también en la mente y el espíritu. Cada paso se convierte en una invitación a dejar atrás el ruido cotidiano, a sintonizar con el tiempo lento que marca la tierra y la historia. Así, en el eco lejano de unos ladridos o el susurro del viento entre las retamas, el Camino susurra su mensaje más profundo: caminar es también escuchar.








      A unos setecientos metros nos encontramos con las vías del ferrocarril de alta velocidad, el AVE, que cruzamos por un puente (Km 14,4 de la etapa). Poco después, abandonamos la pista y nos adentramos en un sinuoso sendero a la derecha.

Apenas unos metros más adelante hacemos la primera parada del día, junto a un mirador (Km 15), desde donde se despliegan ante nosotros las primeras vistas del Embalse de Alcántara, un oasis de agua y calma en medio de la tierra seca.

Desde aquí, un tramo serpenteante de dos kilómetros nos conduce con sus continuos toboganes hasta la carretera (Km 17), invitándonos a un caminar más atento, dejando que cada ascenso y descenso marque un ritmo propio.




      Nos acercamos al Embalse José María de Oriol – Alcántara II, conocido simplemente como Embalse de Alcántara, una obra crucial que regula gran parte del caudal del río Tajo, justo antes de que este majestuoso río, el más largo de la península Ibérica, cruce hacia Portugal.

Construida para mitigar las severas sequías de la región, la presa fue en su momento la segunda reserva de agua más grande de Europa. Sin embargo, irónicamente, la escasez de agua empeoró al otro lado de la frontera portuguesa.

A tan solo 600 metros corriente abajo se encuentra el emblemático puente romano de Alcántara, que continúa siendo testigo silencioso de siglos de historia y de la fuerza inmutable del agua.

Junto al embalse, destaca la Torre de Floripes, un torreón hoy aislado por las aguas. Este vestigio pertenece al castillo que, construido en el siglo XV con sillares procedentes del puente romano, fue erigido sobre otro de origen templario. Se dice que los Templarios levantaron su fortaleza sobre un templo romano dedicado a los dioses del río.

La Torre de Floripes es escenario de una leyenda medieval cargada de misterio y pasión: la tragedia de amor, incesto y batallas caballerescas protagonizada por la bella mora Floripes, su hermano y amante Fierabrás, y Guido de Borgoña, caballero de la hueste de Carlomagno.

Por último, el castillo de Alconétar, arrebatado definitivamente a los árabes en 1225 por Alfonso IX, fue propiedad de la Orden del Temple hasta que Alfonso X se lo entregó a su hijo Fernando de la Cerda. En el siglo XV pasó a llamarse Castillo de Rocafrida y quedó en manos de las casas nobiliarias de Alba y Aliste.

Este rincón de historia y leyenda nos recuerda que el Camino no solo es un viaje físico, sino un puente hacia el tiempo y la memoria, donde cada piedra y cada corriente cuentan historias que merecen ser escuchadas.



      Sumergida bajo las aguas del embalse, se encuentra la antigua ermita de Nuestra Señora del Río, situada originalmente en la margen derecha del río Tajo. En tiempos en que no existían puentes para cruzar el río en esta zona, se estableció un sistema de barcas guiadas por maromas y poleas, que permitían el paso de personas y mercancías. La figura del barquero, cuya vivienda estaba junto a la ermita, era fundamental para este servicio.

Estas barcas eran propiedad del Obispo de Plasencia, quien regulaba el cobro del paso, aunque los vecinos de Talaván estaban exentos de este pago. De la vida del barquero han quedado en el folclore algunos refranes que se han popularizado por toda España, como:


"Las verdades del barquero:
El pan duro, duro, es mejor que ninguno;
el zapato malo, es mejor en el pie que en la mano
y si a todos les cobras lo que a mí
¿Qué coño hace usted aquí?"

"Los arrieros de Talaván, hoy aparejan y mañana se van".


      Después de esos dos kilómetros de toboganes, el camino nos lleva inevitablemente a pisar asfalto. Tras los primeros quinientos metros, cruzamos el puente sobre el río Almonte, con el viaducto del AVE a nuestra derecha (Km 17,3 de la etapa).

Nos esperan aún unos cinco kilómetros por asfalto, recorriendo el arcén de la nacional que bordea el gran embalse de Alcántara. En cuatro kilómetros llegaremos a otro puente, el que cruza el río Tajo, el más largo de la península Ibérica y que desemboca en el Atlántico (Km 20,9 de la etapa).

A nuestra derecha, otro impresionante viaducto, también para el tren de alta velocidad AVE, acompaña el paisaje. Tras cruzar el puente, tenemos la opción de abandonar la carretera y tomar un camino alternativo que nos evita caminar por asfalto. Es un tramo más exigente, de unos 700 metros, que nos lleva hasta un mirador donde se une con el trazado oficial. Esta alternativa nos ahorra aproximadamente 800 metros de caminata sobre el asfalto.

      En este tramo donde el asfalto predomina, es fundamental cuidar cada paso con atención y paciencia. Recuerda que el Camino no solo se mide en kilómetros, sino en la calidad con que vivimos cada instante. A veces, elegir la ruta más segura o pausada es también un acto de amor hacia uno mismo, permitiendo que el cuerpo y el espíritu sigan avanzando en equilibrio y armonía.





      Embalse José María de Oriol-Alcántara II, más conocido como Embalse de Alcántara, regula gran parte del caudal del río Tajo justo antes de que este entre en Portugal, el río más largo de la península ibérica. Aunque la presa se construyó para paliar las severas sequías de la región, paradójicamente estas se agravaron en el lado portugués después de su creación. En el momento de su construcción fue la segunda reserva de agua más grande de Europa. A tan solo 600 metros aguas abajo de la presa se alza el famoso puente de Alcántara, obra maestra de la ingeniería romana.

Torre de Floripes. Este torreón, hoy aislado por las aguas, perteneció al castillo levantado en el siglo XV con sillares procedentes del puente, y que a su vez se erigió sobre otra fortaleza de origen templario. Algunos afirman que los templarios construyeron sobre un templo romano dedicado a los dioses del río. A este lugar se asocia una leyenda medieval que mezcla tragedia amorosa, incesto y lances caballerescos, protagonizada por la bella mora Floripes, su hermano y deseoso amante Fierabrás, y Guido de Borgoña, caballero de la hueste de Carlomagno.

El castillo de Alconétar fue definitivamente arrebatado a los árabes en 1225 por Alfonso IX, quedando en manos templarias hasta que Alfonso X lo entregó a su hijo Fernando de la Cerda. En el siglo XV pasó a llamarse de Rocafrida y perteneció a las casas de Alba y Aliste.

Si optamos por continuar por carretera, lo haremos en moderado ascenso. A nuestra izquierda dejamos la entrada al Club Náutico y, tras algo más de un kilómetro, llegamos al desvío del albergue del Embalse de Alcántara (km 22,3 de la etapa).

Por desgracia, el albergue del Embalse de Alcántara lleva años cerrado, pendiente de nueva licitación, una que no termina de llegar. No queda otra alternativa que continuar camino.

En este punto existe también la posibilidad de seguir por la carretera, lo que supone un ahorro de casi 2 km respecto al trazado oficial. Sin embargo, este atajo implica caminar junto al tráfico, con el riesgo que ello conlleva. No son pocos los que, cansados por la dureza del tramo, ignoran las flechas amarillas y continúan por el asfalto.

Si eres de los que permanecen fieles al Camino y a sus señales, verás una flecha amarilla unos 30 metros más adelante, indicándonos dejar la carretera para tomar un sendero que asciende por su margen derecha. En poco más de 300 metros de continua subida y tras una curva, alcanzamos un mirador: “La cima del Tajo”. Es un lugar magnífico para hacer una pausa, contemplar las espectaculares vistas del embalse —probablemente de las más bellas de toda la ruta— y, si el espíritu aventurero te acompaña, incluso pasar la noche bajo un cielo cuajado de estrellas.




      Echando la vista atrás en la historia se sabe que en las proximidades de este enclave se encontraba probablemente la mansio romana Turmulos, derivado del diminutivo de raíz latina turma, "escuadrón de caballería". En principio como guarnición de carácter militar para defender estratégicamente la zona del paso del río Tajo. Más tarde se establecería como centro de agrupación indígena, ubicando en ella una de las mansiones del camino.

Los restos arqueológicos son abundantes: en medio del Tajo se encontraban las ruinas del magnífico Puente de Mantible, posteriormente conocido por Alconétar, con casi trescientos metros de largo y sostenido sobre doce arcos, era tan ancho que permitía el paso de dos carruajes juntos. Es uno de los más antiguos puentes en arco segmentales del mundo. Este puente unía el norte con el sur de Extremadura a través de la Vía de la Plata, por allí cruzaban el Tajo los reyes cristianos en sus incursiones hacia el sur.

La historia nos cuenta que un día de junio de 1222, la vanguardia del ejército de Alfonso IX se retrasó para dar una mala noticia al rey: los sarracenos habían destruido seis ojos del puente y esperaban apostados en la otra orilla el paso de las tropas. Alfonso IX decidió dar un rodeo por el puente de Alcántara y el de Alconétar se quedó así, derruido y sin seis de sus arcos para siempre.

En 1969 tras la construcción del embalse de Alcántara se trasladó parte del puente original (cuatro arcos y ocho pilastras) a una cola del pantano junto a la carretera N-630. (Su localización queda reflejada en el mapa que facilitamos de la etapa, desgraciadamente solo lo podrán ver aquellos que decidan continuar su camino a Cañaveral por la N-630).

Después del merecido descanso retomamos la marcha por un camino que asciende por la ladera sur del Cerro Garrote. Desde este punto observamos con más detalle el nuevo puente sobre el río Tajo.





      Tras pasar bajo un puente del ferrocarril llegamos al km 25,6 de la etapa. El camino avanza esta vez con las vías del ferrocarril a nuestra izquierda, pasaremos por varias fincas ganaderas; pasados tres kilómetros y medio volvemos a cruzar las vías del tren de alta velocidad por encima de un túnel (Km 29).

Un portón nos abre un camino donde es habitual encontrar ganado suelto, no hay que preocuparse, no suelen hacer caso a los peregrinos; caminemos tranquilos y sin hacer gestos que puedan alarmarlos. Continuamos entre retamales, Cañaveral irá apareciendo ante nuestros ojos poco a poco, aunque aún lejos en el horizonte. Pasados unos tres kilómetros llegamos hasta un cruce de caminos (Km 32 de la etapa). Hay que estar atentos: el camino de la derecha nos lleva a Grimaldo sin pasar por Cañaveral. Para continuar hasta Cañaveral hay que tomar el camino de la izquierda.

Caminamos por un sendero de piedra que, tras 500 metros, nos lleva a un pequeño puente gótico, el de San Benito (Km 32,5 de la etapa), del siglo XIV, que permite vadear el arroyo de Guadancil.

En la Edad Media, este pequeño puente era utilizado por los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela para llegar hasta la Fuente de San Benito y calmar su sed; desde allí se acercaban a la iglesia de Santa Marina, situada a pocos metros, en pleno centro de la localidad.

Una vez superado el puente, el camino asciende hasta la N-630 (Km 33 de la etapa). Cruzamos la carretera y continuamos por el arcén izquierdo hasta la calle Monroel, donde se encuentra la Fuente de San Benito. Al final de la calle nos espera la iglesia de Santa Marina, final de nuestra etapa (Km 33,6 de la etapa).

Para llegar al albergue debemos continuar por la N-630, que atraviesa la localidad. A unos 350 metros encontraremos el albergue-hostel de Cañaveral, un bonito y cómodo alojamiento. Para almorzar, disponemos de varios locales más adelante, pasado el albergue.











      Este municipio cacereño, perteneciente a la Comarca de Monfragüe, tiene sus orígenes en el siglo XVI. En aquel entonces se conocía como Cañaveral de Alconétar, bajo la influencia de la Orden de los Templarios, y más tarde pasó a llamarse Cañaveral de Las Limas. Fue un punto estratégico y de paso para las cabañas trashumantes que cruzaban el vado del río Tajo mediante la barca de Alconétar. Ya desde tiempos romanos, esta localidad fue parte esencial del Camino de la Plata, uniendo rutas y gentes.

Las crónicas narran épocas de dominación por parte de la corona de Aragón y tiempos convulsos en los que el caudillo Almanzor avanzó hacia Galicia. Las disputas por el Castillo de Portezuelo entre templarios y alcantarinos afectaron a la zona, hasta que finalmente la Orden de Alcántara tomó el control del castillo y lo convirtió en cabeza de una encomienda que incluía a Cañaveral.

El casco urbano de Cañaveral muestra una estructura algo irregular en torno a su plaza, donde sobresalen viviendas con soportales de arcos de medio punto. Las chimeneas, de gran tamaño y volumen, y la belleza singular de algunas aún en uso, añaden carácter a este rincón de Extremadura.

Entre sus tesoros arquitectónicos destaca la iglesia de Santa Marina, uno de los templos más antiguos de la comarca. En su interior se conservan varios retablos barrocos, entre ellos el retablo mayor de estilo rococó que alberga imágenes talladas, incluida la de Santa Marina.

Además, el municipio cuenta con varias ermitas, como las de San Roque y el Cristo del Humilladero. Muy cerca, en las proximidades de Grimaldo, se encuentra el santuario barroco de Nuestra Señora de Cabezón, patrona de Cañaveral, que custodia una imagen de la Virgen con el Niño datada en el siglo XII.

La peregrinación hacia Santiago de Compostela es una experiencia profunda que enriquece el alma. Paso a paso, el peregrino avanza no solo en kilómetros, sino en conocimiento interior, disfrutando de paisajes llenos de belleza y del calor de la amistad que surge en el Camino. Pueblos y ciudades van desfilando ante sus ojos, cada uno con su historia, patrimonio y tradiciones.

En Cañaveral, más allá de sus monumentos y entornos, brilla la esencia de su gente: personas hospitalarias y amables que saludan con una sonrisa y un gesto cordial al peregrino que transita por sus calles.


Fiestas locales de Cañaveral

  • San Benito: celebrado el lunes después de Semana Santa, con la curiosa tradición de la carrera arriba y abajo con la imagen del santo a cuestas entre mozos, intentando evitar que entre en la iglesia.

  • San José Obrero: el 1 de mayo, en la barriada de la estación.

  • Virgen de Cabezón: el segundo domingo de mayo, con la romería hacia la ermita cercana a Grimaldo.

  • San Roque: el 16 de agosto.

      Las fiestas son el alma viva de cualquier pueblo, y en Cañaveral se siente esa vibrante conexión con las tradiciones y la comunidad. Destaca la tradicional Velá, que consiste en quemar muebles viejos ante la puerta de la iglesia, comenzando la noche del Domingo de Pascua, una costumbre que une a vecinos y visitantes en un rito de renovación y celebración.





Reflexión final de la etapa

      Al concluir esta etapa, el peregrino puede detenerse a contemplar el viaje recorrido, no solo en kilómetros, sino en experiencias, en silencios compartidos con la tierra, en historias susurradas por el viento y en las huellas que el tiempo ha dejado en piedras y caminos.

El caminar por estas tierras nos recuerda que el camino no solo se mide en pasos, sino en la capacidad de abrir el corazón al presente. En cada miliario, en cada puente o en cada ermita, hay un testimonio de quienes antes que nosotros caminaron con fe y esperanza, enfrentando sus propias dificultades y hallando consuelo en la simplicidad del andar.

Que esta jornada nos invite a ser pacientes con nuestro propio ritmo, a valorar la quietud como parte esencial del camino y a encontrar en cada paisaje la belleza que nace de lo humilde y auténtico. Porque el verdadero destino no está solo en el final, sino en el aprender a caminar con atención, con respeto y con gratitud.

Que el espíritu del peregrino que nos precedió inspire nuestro andar y que, al llegar a Cañaveral, sintamos el abrazo cálido de la tierra y de su gente, hospitalarios y sencillos, reflejo fiel del alma del Camino.


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Próximas poblaciones con albergue:

Grimaldo (Fuera de camino 1,2 km)
>>> 9,3 km <<<

Riolobos (Camping / Casa Rural)
(Fuera de camino 4,2 km)
>>> 20 km <<<

Galisteo
>>> 27,8 km <<<

Carcaboso
>>> 38,7 km <<<

Oliva de Plasencia (Fuera de camino 6,6 km)
>>> 58,3 km <<<

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Buen Camino